Lucía Cavestany XIV

Cuando llegaron a casa ya tenía la excusa preparada para poder ausentarse sin límite de tiempo y sin tener que dar apenas explicaciones:

-No te había dicho que hoy tengo música. Darío nos ha preguntado, esta misma mañana, si podíamos reunirnos hoy,  porque había recordado que tenía una cena comprometida el viernes con Ana y unos amigos de Ana. Se me ha pasado decírtelo. Era una coartada perfecta. Paula sabía que los cambios en la cita semanal de la música con sus amigos, que solía ser los viernes, se producían a menudo. Todos eran despistados y gustaban, además, de comportarse de una manera anárquica en todo lo relacionado con esa afición que habían desempolvado de sus años mozos, de reunirse a tocar, como si fueran cualquier grupo conocido preparando una gira de vuelta a los escenarios. También era cierto -ella lo sabía- que la mayor parte del tiempo lo utilizaban en prepararse una opípara cena y en entablar una charla infinita sobre todo lo divino y lo humano que pasara por sus cabezas.

Se duchó, como solía hacer y se marchó. No sabía si lo que iba a buscar lo iba a encontrar donde esperaba hacerlo, en el hotel, pero no tenía otro sito por donde empezar, en el caso de que eso fuera lo que tuviera que hacer. Eran las ocho y media pasadas cuando enfiló la rampa del aparcamiento del hotel. Lo tenía ya pensado, no pasaría por la recepción ni por el salón del bar, sino que iría directamente a la habitación 334, cuyo número recordaba perfectamente. Ella les había dicho que habían reservado la habitación hasta el domingo porque pensaban pasar el fin de semana en Madrid…Pensaría que hacer sobre la marcha, si no estaba.

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