Muy próximo al puente de Southwark (Southwark Bridge), en el área de la City, haciendo esquina con un estrecho pasadizo peatonal que separa los grandes edificios de oficinas del canal del río, en la margen izquierda, -la norte, la misma que curso mucho más arriba aloja al parlamento británico y su emblemático Big Ben- y en frente de la orilla sur donde se ha levantado la réplica del teatro The Globe, el que fundó Shakespeare, está este rincón plenamente español, la Zorita’s Kitchen.
Este restaurante, diseñado para servir de escaparate y lugar de encuentro a una importadora de productos españoles, principalmente vinos, tiene grandes ventanales, lo que le aporta una luminosidad natural muy agradable. Está presidido por una sugerente barra central, donde es fácil encontrarse en ella a un operario cortando jamón, con una decoración abigarrada del colorido de los productos expuestos en los anaqueles, que deja, sin embargo, sitio suficiente para sentarse aproximadamente a unas treinta personas.
Atendido por personal español de una gran amabilidad y eficacia, también recompensa al permitir dejar el inglés por un rato a los viajeros menos expertos en este idioma, pero, sobre todo, resulta muy reconfortante ver como salen platos de su cocina con el sabor y el gusto reconocible del mejor estilo de la comunión entre modernidad y tradición culinaria española desarrollado en las últimas décadas.
Éramos tres y pedimos una tabla de embutidos, una fabada asturiana, un pulpo a la gallega, unas tostadas de sardinas en aceite y una tortilla de patatas. Todo para compartir.
Como se puede apreciar en las fotos, la presentación despertaba el apetito. La tortilla impecable, cuajada pero jugosa, en su versión sin cebolla. El pulpo muy tierno y sabroso, con unas patatitas diminutas cocidas con su piel y cortadas por la mitad con su aceite de oliva virgen. Las sardinas sobre una rebanada de pan tostado y su purecito de tomate seco, un punto especiado y picante, con su ensalada de hoja verde muy bien aliñada, incluyendo unos piñones. Las alubias en su punto de textura, untuosas y con un sabor al embutido sin marcar en exceso. Lo regamos con un blanco de Rueda, el laureado verdejo de la casa, Vega de la Reina, fresco y bien estructurado. No pedimos postre, y la persona que nos atendió, estudiante de Barcelona, nos regaló señalándonos que eran de su tierra, unos estupendos higos cubiertos de chocolate.
Precios españoles, entre cinco y siete libras el plato, y el vino no llegaba a 18 libras, comparativamente muy favorables respecto a la competencia que se puede encontrar por igual suma en este barrio y en el mismo Londres.
ACTUALIZACIÓN IMPORTANTE
Lamentablemente, a esta fecha de final de agosto de 2016, en este rincón ya no hay actividad. Ignoramos por qué causa. Tras los cristales ya no aparece nada de lo descrito anteriormente; queda el vestigio del nombre y el vacío de lo desmantelado. Lo reflejado aquí ha pasado a ser un recuerdo que pasado un tiempo también desaparecerá.
Encontrar nuestros sabores en Londres debe dar la sensación de estar en territorio propio y, posiblemente, al ver a través del ventanal el Támesis y el Big Ben crear la confusión de estar viendo el programa Callejeros Viajeros.Aún más si los vinos quedan cortos. Broma aparte, gracias por esa información tan valiosa para los que todavía no hemos pisado tierra Inglesa.
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Pues sí, las Islas Británicas merecen acercarse a verlas, por infinidad de cosas. Entre otras llamativas: en ningún otro lugar de Europa se evidencia y se percibe lo que significa haber sido un imperio muy reciente.
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