Convivencia europea

Coinciden en el tiempo la negociación del Partido Nacionalista Vasco con el Gobierno español para obtener más competencias a cambio de su apoyo parlamentario, con la noticia de que el alcalde de Oporto propone una unión de su país, Portugal, con España. Entiendo que se trata de una disolución de ambos estados en uno solo. Basa su petición en la ausencia de diferencias sustantivas de hecho, que ya percibe en la parte de su país que más conoce, reflejadas en la inexistencia de una frontera y la convivencia natural entre turistas españoles y nativos, o en el uso indistinto por ambos, por poner un ejemplo relevante, de los aeropuertos de Vigo o el suyo, en función de los intereses particulares de cada cual en relación a horarios o frecuencia de vuelos. Y porque, deduzco, prevé que los hipotéticos problemas de la convivencia entre los nacionales de los dos países serán insignificantes respecto a las ventajas que conlleve, y en cualquier caso no superiores a los que se den habitualmente entre los propios portugueses. Al margen del nombre que propone, Iberolux, que me suena un poco artificial y no despierta mi entusiasmo, coincido completamente con este alcalde: hace mucho que pienso que portugueses y españoles ganarían actuando como un sólo país, no sólo en Europa, en todos los foros.

Me hago cargo del enorme trabajo de homologación que habría que abordar en los más variados asuntos, aunque quizá no lo fuera tanto, dada la enorme descentralización actual del poder en España y la coexistencia de cuatro lenguas cooficiales, pero intuyo que compensaría políticamente solo con aproximarnos tanto juntos al nivel demográfico de Italia, Francia o Alemania, sin olvidar la potente conjunción sobre los países que hablan portugués y español, si lográramos aportarla con una sola voz en la Unión Europea.

Algo similar ocurriría en el plano económico con el producto interior bruto, que nos permitiría superar con datos recientes nada menos que a Rusia y a Corea del Sur, pasando a ocupar el puesto undécimo mundial.

Pero teniendo mucha importancia, por su trascendencia, todo esto de la mayor potencia política y económica, lo que más despierta mi interés es el diametral cambio de ruta en la concepción del futuro. Cuando la tendencia es a aislarse, protegerse y competir como rivales, preconizada por los Estados Unidos de América de la vigente presidencia de Trump, o la Gran Bretaña de Boris Johnson, que han consumado su marcha atrás en la consecución de un mundo más solidario y justo, recibo con entusiasmo la apuesta contraria, que supere incluso el concepto de cooperación sustituido por el de cohesión, por el aglutinamiento de esfuerzos y capacidades en busca de un futuro común mejor, basado en una mayor igualdad, en un reparto de las oportunidades y la riqueza que llegue más lejos que nunca.

Por eso, cuando presumo que los gobiernos regionales -sean los del País Vasco, Cataluña o cualquier otro- trabajan sólo por los intereses de la ciudadanía propia, impresión avalada por las manifestaciones públicas de sus políticos, me embarga el desasosiego y la preocupación, porque deduzco que no buscan el bienestar de todos sino de los suyos. O quizá ni eso, sólo del individuo que habla.

Y ello porque no entiendo como logrando mayores competencias exclusivas en asuntos que nos afectan a todos, y mejor financiación, que proporciona mejores infraestructuras, mejor sanidad, mejor educación que las de los vecinos, y además vistiéndolo con signos de identidad diferenciadores, como banderas o idiomas, se puede construir igualdad ciudadana y cohesión territorial. En resumen: convivencia, que creo que es la base de cualquier progreso en la prosperidad y el bienestar.

Así que volviendo a la propuesta del alcalde porteño, la comparto precisamente porque entiendo que sigue el camino correcto para avanzar en la progresiva y no traumática disolución de las identidades políticas nacionales, que aprecio como un residuo histórico que es necesario superar para seguir avanzando sin perder de vista el paso siguiente, que tampoco será el último, que es una Europa unida, uniformizada en el mejor sentido, el de la igualdad de derechos y deberes, donde si hay colisión, por encima de francés, lombardo, bávaro, catalán o vasco, exista la ciudadanía europea, con toda su complejidad y variedad, pero sin renuncia al predominio del interés común.

Es un camino largo el de la Unión Europea, plagado de dificultades, e incluso tropezones, como el reciente Brexit ya mencionado, porque la tentación pequeña y cortoplacista de arrimar el ascua a la propia sardina prolifera y se contagia entre los políticos de esta nueva hornada, que ya se han encontrado las bases de este proyecto puestas y parece que las desdeñan. Pero conviene no cejar, no aceptar la insolidaridad, resistir estos embates y no olvidar cual es la meta: el mejor de los mundos posibles en lo referido a prosperidad, libertad individual, justicia e igualdad. Un proyecto nuevo y único que ojalá se alcance y logre liderar al resto del mundo.

Conversaciones imaginadas: Albert Rivera con su novia, Beatriz Tajuelo

_ Sí, lo sabía, pero no acabo de entenderlo ni aceptarlo. Pensaba que habría un orden cuando llegaran estos momentos clave, que organizaríais el trabajo de forma que hubiera un instante cada día en que se pudiera echar el cierre y hasta la mañana siguiente, aunque de nuevo hubiera que levantarlo temprano. No me parece sano que estés pendiente del teléfono hasta cuando duermes. ¿Qué ocurrirá si acabas siendo presidente del Gobierno?

Tienes, además, gente de confianza con la que te puedes turnar: no necesitas estar tú  atento a cualquier movimiento que hagan los demás.

Siento que sea así, pero lo llevo mal. Cada vez peor. ¿Cuántas veces hemos cenado juntos estas dos últimas semanas..? ¡Una, y llegaste a las once y media al restaurante, como hoy!

_ Tienes razón, Bea…Sí lo se, pero ya sabes que llevo un tiempo desbordado, nervioso…Esta iniciativa de apoyar al PP, a la que la ejecutiva me ha empujado, no me acaba de convencer…¡Tanta estrategia! Fernando y Juan Carlos lo tienen claro, hay que capitalizar nuestra fuerza, pero yo me encuentro entre la espada y la pared y la sensación cada vez más nítida, a medida que avanza el envite, de que prefería la pared. Ahora siento que estoy exponiéndome a unir mi suerte no ya a la del PP, sino a la de Rajoy.

Es verdad que España no se puede permitir una dilación indefinida con un Gobierno en funciones -lo siento así, mira hoy mismo, si no creo que el presidente del Gobierno español tendría que haber estado presente en la reunión con Merkel, Hollande y Renzi para tratar el futuro de la Unión tras el triunfo del Brexit- pero la impresión de que Rajoy se sale con la suya de permanecer y nos impone este calendario retorcido me quema, porque puede terminar acabando no sólo conmigo, también con Ciudadanos.

Yo no creo que con Rajoy al mando la corrupción sistémica se pueda erradicar como tampoco mejorar lo de Cataluña; lo he dicho veinte veces veinte en la ejecutiva y a los colaboradores, y a ti misma, porque creo, por un lado,  que es uno de los nodos de la trama,  no el principal, ni el origen, pero sí uno más de los beneficiados por los sobresueldos y, un poco a imitación de aquello que se dice de Franco, testigo de la corrupción de los demás, lo que crea una suerte de equilibrio sólido de contrapesos. Por el otro su irritante pasividad sólo ha hecho que crear independentistas dejando que su discurso falaz, sin contra argumentos, crezca como una bola de nieve. Parece que lo único que sabe es resistir -acuérdate del tuit a Bárcenas o cómo sostiene a Barberá- y que la justicia no logre y acabe estimando que hay pruebas definitivas para una condena firme.

_ Sí, ya lo se, pero tienes que enajenarte de vez en cuando del partido…Aunque sólo sea por lo que te he dicho alguna vez: que es la única manera de tener nuevas perspectivas que den lugar a nuevas ideas.

_ Mi primera opción ha sido siempre lograr un pacto constitucionalista de los dos grandes partidos con nosotros ejerciendo de elemento aglutinador y renovador. Eso consolidaría Ciudadanos, y en la medida en la que pudiéramos atribuirnos ciertas reformas nos haría crecer…Incluso podría hacerme presidente. Ya se lo dije a Pedro Sánchez, que si nuestro pacto no lograba el gobierno seguiría intentándolo. Aunque es verdad que este resultado en las segundas elecciones nos ha debilitado y nos aboca a este papel un poco mamporrero.

Con él he hablado hoy mismo, que me ha llamado para reprocharme que tenga a medio partido unido al coro que le exige que se abstenga y permita a Rajoy ser presidente de nuevo…Y he tenido que recordarle que ese acto de generosidad patriótica, de demostración de que el interés del Estado prevalece en su acción política sobre el legítimo también interés partidista o personal, es lo que juntos le exigimos al PP cuando el candidato a la investidura era él, y con la cara de cemento que los caracteriza contestaron «no» y abortaron esa iniciativa que con tanto esfuerzo habíamos logrado. Esa es la diferencia moral -le he dicho-: puesto en la misma situación tu no puedes hacer lo mismo…

_ ¿Y qué te ha constestado?

_ Que tras la segunda votación fallida de Rajoy del 2 de septiembre, espera el encargo del rey y que yo esté dispuesto a mantener esta actitud positiva, pero esta vez hacia su proyecto pactado con Podemos…

_ ¡¿No?!

_ Lo que oyes. Está empeñado en ser quien promueva el cambio constitucional que de encaje a los nacionalismos…

_ ¿Y se olvida de que necesita dos tercios y de la mayoría adversa del Senado?

_ Está convencido de que si en el Congreso logramos un acuerdo constitucional con los nacionalistas los populares serán incapaces de no aprobarlo.

_ Me fundes los plomos, ¡otro espíritu mesiánico! ¡Qué peligro! Anda, vamos a pedir que son las doce y cerrarán la cocina…

Desinformación

 

Al final la táctica se impuso sobre el interés del país: la XI legislatura concluyó en aborto.

La estadística no debe mostrar suficientemente el hartazgo que nos produce a los ciudadanos este frenazo en el desarrollo de la normalidad política, como lo es seguir avanzando en la resolución de los problemas, la mejora de las condiciones de vida y el aumento de las oportunidades de toda índole, en definitiva sustentar la esperanza de las generaciones en el futuro, porque los datos que haya ofrecido sobre este asunto no parece que hayan sido tenidos en cuenta. Hartazgo al que contribuye esa disolvente sensación de inevitabilidad de lo ocurrido, de que no tenía remedio, de que con esos mimbres protagonizando la escena era imposible obtener el cesto, todo lo cual tanto debiera preocuparles a los políticos, por lo que supone de alejamiento de lo público, de retracción de los individuos a sus asuntos exclusivos, de pérdida de interés por lo común y aumento del ombliguismo y la insolidaridad, y en definitiva de retrato de sí mismos.  Cualquier político honesto, cuyo fin primordial fuera mejorar la sociedad en la que vive, debería temer y evitar ese panorama -el rechazo de esa sociedad o en el mejor de los casos su falta de complicidad,  su indiferencia- como el peor posible para lograr ese objetivo…Pero no parece ser así aquí en España ahora, sin que me consuele echar un vistazo allende estas fronteras, donde puede ser peor.

Precisamente hay observadores alejados que aprovechan esa circunstancia para desarrollar opiniones muy interesantes sobre las razones del fracaso, como la baja calidad -ya apuntada- de los protagonistas políticos, dada la pérdida de prestigio y reconocimiento económico que tiene esta carrera, que desincentiva las vocaciones de los más capaces o mejor preparados. O sin centrarse en las personas, reconocer que el devenir político, a pesar de las dificultades evidentes -crisis económica y crisis de identidad- tiene una inercia de funcionamiento democrático no desdeñable, amparado por la pertenencia a la Unión Europea, y por tanto la situación no es tan grave como lo era tras la muerte del dictador Franco, donde una decisión equivocada conducía al abismo, lo que permitiría un cierto grado de irresponsabilidad de los actores.

Como complemento a estas interpretaciones, que en buena medida comparto, a mi me llama especialmente la atención y me acongoja, la pobre calidad del mensaje que se maneja. Es probable que sea la propia estructura actual de la comunicación lo que lo propicie, que se desarrolla en cauces diferentes a los que conocíamos los que crecimos antes de la llegada de esta evolución tecnológica, cada vez más urgida de ser inmediata y mínima, cuyo paradigma es Twitter y sus 140 caracteres, y en consecuencia carente del filtro de la imprescindible sedimentación. También el uso generalizado de las redes sociales y los medios digitales, al que todos accedemos y deja a los profesionales flotando desperdigados en esa marea. Pero, sobre todo, la responsable es la propia renuncia de los políticos a comprometerse con la emisión de un mensaje nítido y completo que los defina, que exponga adecuadamente su pensamiento y su programa, las medidas concretas mediante las cuales pretenden alcanzar los objetivos que proponen. Sus itinerarios. Parece que se sienten cómodos ahí, en la superficie, chapoteando en esa sopa de mensajes simplones, de lugares comunes, conscientes de que no definirse los beneficia. Y con ello muestran lo poco que confían en la capacidad del electorado para entender argumentos complejos. Claro que tambíen puede ser que ni siquiera ellos entiendan tales argumentos, por ejemplo los económicos, y por tanto se sientan incapaces de reproducirlos o defenderlos sin quedar en ridículo.

Como sea, lo cierto es que a los receptores de información lo que nos llega siempre son slóganes, que apenas definen nada, cuando no sencillamente son invitaciones al despiste, a tragar bulos, o en el mejor de los casos medias verdades, lo que en definitiva no es más que una visión parcial de la realidad y en consecuencia son en buena parte una falsedad.

Todo esto me produce una desconfianza importante hacia los candidatos. Me empiezo a preguntar  sobre sus verdaderas intenciones, principalmente si defienden los intereses comunes o los suyos propios o los de sus afines. También qué concepción del futuro colectivo tienen, no sólo el nuestro local, cuya importancia e interés para mi, disminuye proporcionalmente con el rápido empequeñecimiento del espacio planetario, al impedir con ello eludir los efectos de lo que otros en el otro extremo del globo deciden, sino por tanto, cómo creen que debe ser el mundo, qué normas deben regir la convivencia política y la actividad económica internacional.

Con todo ello cumplir con la obligación moral de participar votando se convierte en una tarea pesada de discernimiento, de desbroce, empezando por las habilidades de los candidatos a la exposición mediática. Sin duda los hay muy capaces de engatusar por su simpatía, su gracia personal, su capacidad de seducción en la distancia corta, su imagen personal más o menos afin a los cánones que cada uno entiende como propios…Pero eso es paja. Lo importante son sus convicciones profundas y su capacidad y determinación para lograrlas y de eso encuentro demasiado poco para ser suficiente.

Pacto necesario

Apoyo a una gran gran coalición

Tal como apuntaban las encuestas y las previsiones de los observadores, las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 en España han dado un resultado que fragmenta el Parlamento, acabando con la bipolaridad de los dos grandes partidos que aglutinaban un altísimo porcentaje del electorado desde el triunfo del PSOE de Felipe González en 1982.

La primera consecuencia es que lo que en elecciones anteriores quedaba definido tras el resultado, el quien gobernaría, ha sido sustituido por la necesidad de lograr acuerdos entre los diferentes partidos, al no haber obtenido ninguno suficiente apoyo. Esta interpretación del resultado es clara, confirmada por una reciente encuesta cuando el tiempo avanza sin que los contactos para la búsqueda de un acuerdo hayan dado aún fruto: la mayoría de los electores desean un entendimiento de sus representantes que haga posible, en un sistema parlamentario como es el nuestro,  que se forme un gobierno que permita avanzar afrontando los retos, poniendo en práctica un número relevante de las principales propuestas lanzadas en la campaña por los partidos que lo formen. Y se da una peculiaridad: sólo la alianza entre los que aún permanecen siendo los más votados, el Partido Popular, que reúne al electorado mayoritariamente conservador, en un espectro que va desde los bordes de la extrema derecha hasta la difuminada línea de separación con la izquierda socialdemócrata,  y es apoyado por las patronales empresariales, y el Partido Socialista Obrero Español, que aglutina a un electorado socialdemócrata también de muy heterogéneo origen, que tiene a su vez por su otro extremo una porosa línea de separación tanto con la izquierda más tradicional, comunista y post comunista, como por la izquierda más joven y novedosa,  apoyado por los sindicatos mayoritarios, lograría una mayoría absoluta muy cualificada (213/350),  capaz de gobernar sin trabas de la oposición imposibles de superar, habida cuenta de que a esta opción muy probablemente en las votaciones cruciales se sumaría uno de los partidos emergentes, Ciudadanos, con sus 40 diputados, que lograrían sobradamente los dos tercios exigidos para ciertos cambios en la Constitución que la sensatez y la legalidad exigen.

Habría otras posibles combinaciones para lograr los 176 diputados que constituyen la estricta mayoría absoluta para gobernar, pero incapaces, como acabo de apuntar, de abordar las reformas constitucionales que están en cuestión, y resultan aun más contradictorias que esta gran coalición, cuyo primer ejemplo inspirador es la repetida experiencia alemana de alianzas de gobierno entre el SPD socialdemócrata y la CDU-CSU conservadora, actualmente en ejercicio con Angela Merkel al frente.

A la falta de experiencia propia en estas coaliciones de los que aún siguen siendo los dos principales partidos, a pesar de los augures y de los deseos de los dos nuevos emergentes, Podemos y Ciudadanos, que justificaría la prevención y la incertidumbre que genera en sus dirigentes, obligados así a explorar la renuncia a una parte importante de sus postulados para poder converger  con el otro, hay que añadir la grave situación en la que se encuentra España, muy condicionada por un lado por la traumática experiencia de la crisis económica aún no superada, que sin entrar en la complejidad de los orígenes y las causas de que aquí haya sido especialmente virulenta, ha golpeado a los más débiles y dejado descolocado y maltrecho el Estado de justicia y bienestar sociales al que aspirábamos, incrementando la desigualdad,  con aspectos tan lacerantes como la vuelta de la pobreza aun en personas que tienen trabajo, y en consecuencia una marginación intolerable de una parte importante de la población, con todo lo que ello conlleva de infelicidad y pérdida de esperanza en el futuro.

Por otro por los movimientos centrífugos de algunas partes del país, principalmente País Vasco, Cataluña y Galicia, que pone en cuestión la  propia existencia del Estado en su configuración política actual, condicionamiento que viene siendo arrastrado desde el minuto primero de la aprobación de la Constitución vigente, que es necesario recordar fue fruto de un largo, laborioso y generoso acuerdo, que hizo posible dejar atrás, sin casi violencia, una dictadura de cuarenta años nacida de una rebelión  militar y la consiguiente sangrienta y terrible guerra civil que duró casi tres, y que precisamente ahora, se encuentran en un momento álgido debido a que uno de ellos, el catalán, ha alcanzado un gran desarrollo, habiendo logrado el apoyo de casi la mitad del electorado local, y habiéndose embarcado en una apuesta por romper la legalidad, ante la imposibilidad de lograr sus fines de manera legal, en un nivel de desafío inédito para el resto del país.

Ya el Estado tuvo que afrontar en estas décadas las consecuencias de un independentismo violento que protagonizó en el País Vasco la organización terrorista ETA, y los partidos tuvieron que aprender que era la unión en los valores consagrados en la Constitución, y el apoyo recíproco lo que les daba la fuerza necesaria para hacer prevalecer la voluntad de la mayoría y la legalidad. Afortunadamente, en Cataluña y en Galicia el terrorismo fue esporádico y mínimo, lo que constituye una gran diferencia, pero no para invalidar o excluir lo aprendido.

España, como nación jurídica cuyo destino está enfocado a la Unión Europea, tiene pues dos retos ante sí cuya importancia no establece supeditación alguna del uno al otro, ya que los dos son urgentes y merecedores de ser abordados ya con toda la energía, aunque cabe pensar que resolviendo el territorial se estaría en una disposición con diferencia mucho más favorable para arbitrar y defender medidas ante la crítica interna y externa, capaces de hacernos superar la crisis y prosperar, minimizando o evitando los daños y las víctimas, por una razón elemental que sigue siendo vigente: la unión hace la fuerza. El esfuerzo de remar coordinado y solidario hace avanzar con energía la nave.

En este sentido sería envidiable y muy provechosa una alianza que concentrara casi todo el arco parlamentario, que incluyera a Podemos y a los partidos nacionalistas respetuosos con la Constitución, pero quizá sea demasiado pedir… No lo es, en cambio, solicitar de los líderes de Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español, sin exluir a los que quieran arrimar el hombro, que antepongan el interés general al particular, el progreso del país, al progreso de sus territorios, sus partidos o sus carreras, asumiendo la responsabilidad de conformar un gobierno de concentración, con unos objetivos acordados públicos y bien definidos, que puedan ser expuestos en el discurso de investidura, para que las responsabilidades que cada cual asuma puedan serles exigidas por el electorado cuando haya que volver a las urnas.

Yo también soy catalán

Quizá resulta agobiante retornar  a tratar un asunto tan debatido, donde ha habido y hay enfoques desde todos los ángulos, donde raro es el  día en el que no aparecen una o varias nuevas contribuciones, pero su indudable trascendencia para todos, empezando por los demás españoles y alcanzando a los europeos, tanto por lo que ya ha acontecido, como por lo que se está preparando que acontezca, lo hace obligado. ¿En mi caso, qué argumentos quiero resaltar aquí?

En primer lugar que para bien y para mal, los acontecimientos históricos han conducido a lo que somos hoy, y sólo desde la realidad de hoy se debe hacer política para mejorarla. Hay, en consecuencia, que partir de lo que legitima el presente: la Constitución Española y los tratados que España tiene suscritos con los diferentes organismos internacionales, y particularmente con la Unión Europea. No hacerlo es igual a vulnerar derechos reconocidos. Resulta artificial y anacrónico remontarse a acontecimientos históricos más o menos remotos para justificar o sustentar reivindicaciones. Es el ocuparse de los asuntos concretos sobre la vida actual de los ciudadanos lo que contribuye a mejorar o empeorar su bienestar y sus posibilidades de desarrollar una vida plena y justa, único objetivo que en mi opinión debería tener un político. Fantasear con lo que pudo ser, o en algún momento fue, pero ya no es, creo que hace un flaco favor a la ciudadanía, especialmente si resulta chirriantemente anacrónico, porque la distrae y en definitiva la hace perder el tiempo. Imaginar una Cataluña como estado independiente e incluso complementada con otras regiones bajo la unidad de la lengua como Baleares, Valencia, parte de Aragón y del sureste francés, es tan legítimo, pero tan anacrónico y trufado de sentimientos políticos periclitados como el de nación, como que España reivindicara el imperio que llegó a alcanzar sobre la misma base, la lingüística y cultural, sólo que en ese caso apoyado en el castellano. La lengua es un bien, una riqueza cultural, y en consecuencia no debe usarse para crear compartimentos políticos estancos, sino todo lo contrario, vínculos.

Siguiendo esa lógica fantasiosa a que conduce apoyarse en hechos históricos más o menos remotos para deducir legitimidades ¿por qué no aceptarles a los radicales islamistas su reivindicación de Al Andalus, que por si alguien no lo sabe incluía toda la Cataluña actual y la transpirenaica?

¿Quiere esto decir que haya que olvidar la Historia, y no usarla como la experiencia necesaria y básica para tomar decisiones? ¡Claro que no! Pero esta labor ha de hacerse con rigor, desde el presente y mirando al futuro, huyendo de incurrir en juicios anacrónicos y sin buscar en ella hechos que justifiquen nuestros intereses previos.

En la Constitución vigente la soberanía se acordó reconocérsela al pueblo español y por tanto debe ser el pueblo español el que decida si debe o no organizar el actual Estado de otra manera, según los argumentos que se esgriman y conforme a los acuerdos y  propuestas que las fuerzas políticas hayan alcanzado. Eso es respetar la democracia. Soslayar esta realidad por una parte de la población española es vulnerar un derecho fundamental de la del resto del Estado, y nadie puede ser tan ingenuo de no reconocer el peligro que conlleva no respetar estas fundamentales reglas de juego.

La segunda idea es complementaria de esta primera, porque es su otra cara implícita: la mirada hacia el futuro. Cuando en Europa, que es el entorno geográfico, cultural y vital donde nos encontramos,  por muy de manera imperfecta y lenta que sea, con multitud de errores de diseño y de acción,  como estamos casi cada día comprobando, por ejemplo con el euro o con la política exterior, lo que estamos intentando construir es una forma más eficiente y más justa de desarrollar nuestras vidas, reconociendo nuestra inevitable imbricación y pertenencia a un mundo que ya empieza a ser pequeño, diluyendo como paso necesario y lógico, ciertas  competencias procedentes de los estados, en busca de un bien común superior, ¡¿cómo se nos ocurre, entonces, que el camino pasa por volver a la decimonónica idea del estado nación?! En mi opinión y diciéndolo de manera muy llana,  lo que hay que hacer es justo lo contrario: en lugar de preguntar qué pasa con lo mío, preguntarse de qué manera se contribuye y se puede ayudar mejor al logro colectivo.

La tercera es el reconocimiento del mal ya causado. Casi nadie habla de esto pero existe. Destruir es fácil, y construir difícil y lento. Cuando en lugar de estar abierto a ver la maravilla que supone que un grupo de españoles de orígenes diversos, incluido alguno de lugares que hoy consideramos extranjeros (Mirotic), liderados por un catalán (Gasol), logren trabajando juntos alcanzar un objetivo muy meritorio en su actividad y estar en la élite mundial, y compartir el orgullo de saber que ese grupo se ha formado y es el resultado de la sociedad que entre todos hemos creado y compartimos, se busca resaltar otros hechos, los negativos, que ahondan en la diferencia, ¿qué se pretende, defender los intereses colectivos o los propios? ¿Qué se crea, incomprensión, aislamiento, rencor, odio, enfrentamiento, o conocimiento, interrelación,  aprecio, afecto y armonía? La manera en que se utilizan la información y la comunicación, no es inocua. Se ha dañado el sustrato de la convivencia que es la confianza y la buena opinión recíproca,  introduciendo en la mentalidad de la ciudadanía de los diferentes territorios ideas de reparto injusto, de agravios, de comportamientos egoístas cuando no delictivos, de deudas…Sin duda  estas cargas explosivas sobre la convivencia han tenido, tienen y tendrán consecuencias económicas, pero, de manera principal consecuencias sobre la convivencia, sobre la actitud para colaborar y lograr objetivos juntos, sobre la estima. Y esta labor que se ha hecho por parte de los partidos nacionalistas catalanes desde el mismo momento de la aprobación de la Constitución, ha sido premeditada y sistemática,  un discurso muy elaborado y eficazmente transmitido para en primer lugar aislar a los ciudadanos, creando nacionalistas románticos independentistas, con el fin de poderlos después enfrentar a los otros españoles, buscando la reacción que de nuevo retroalimentara la acción del discurso victimista. Y hay que reconocer que por la parte afectada, el resto del Estado,  no se ha sabido responder con buenos argumentos, o se ha dejado que fuera la propia realidad la que ella sola, por evidente, se impusiera, lo que ha resultado, a la vista está,  un grave error. ¡Claro, sólo si valoramos como un bien irrenunciable la cohesión y la armonía social de un estado!

Y finalmente un cuarto argumento: el reconocimiento del superior valor del mestizaje, de la multiculturalidad, de la imbricación frente al monocultivo de las esencias propias. El valor de la ciudadanía del mundo, individuos que van libando de todo aquello que les merece interés y ayuda a su crecimiento, por lo que esto es también una declaración de rechazo al seguidismo, a la confianza en líderes políticos localistas, que buscan afianzarse acotando su parcela de poder.

Por mi parte -permítanme unas líneas personales- desde luego, ahora , como he hecho siempre, e independientemente de quien gane las elecciones autonómicas del 27 de septiembre en Cataluña, no  voy a seguir ese juego de la búsqueda y la entronización de la distinción con el otro, del cultivo de mi diferencia, no voy a hacerme eco de esto excepto para denunciarlo.

No necesito, además, que nadie me diga qué debo pensar, quien es mi enemigo y quien no lo es,  a quien debo apreciar y a quien no. Si debo comprar o no lo que a lo largo de mi vida he elegido comprar porque me gustaba, como los vinos blancos y los cavas catalanes. Si es mío o no lo es lo que han escrito Carmen Laforet, Montserrat Roig,  Maruja Torres, Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza, Juan Marsé, o Vilá-Matas, o tocado Pau Casals o Tete Montoliú, por poner sólo unos poquísimos ejemplos.

Por otro lado estoy convencido de que a mi me entusiasma más escuchar a Serrat, que al propio Mas, que forma más parte de mis sentimientos que de los suyos,  y en consecuencia, que es más mío que suyo. Y, en definitiva, la razón es que yo también soy catalán. Madrileño de nacimiento y de residencia, estoy entreverado de catalanidad a través de los catalanes con los que me he relacionado de alguna u otra manera. Porque así es como de verdad funciona la vida real, y no como algunos nacionalistas la pintan. Pero es verdad que no todo el mundo tiene tanta fortuna como yo, que me emociono recordando la historia del maestro Ripoll, de Solsona, al que Madrid tiene dedicada una calle.

Sin cambios en el orden mundial

Sería pretencioso colocar este título si no reconociera desde el principio que no soy un experto estudioso en esta materia, sino un simple observador de su tiempo, y como tal me expreso, pero lo he mantenido por su concisión y capacidad evocadora de lo que sin duda es una realidad muy compleja.

El equilibrio es por definición inestable, su permanencia se realiza en la medida en que fuerzas contrarias se neutralizan produciendo ese estado al que le atribuimos beneficios frente a los perjuicios que en cambio reconocemos en los movimientos a los que nada frena.

Aplicado este concepto a la geoestrategia quiere decir que lo valoramos más que un predominio sin contrapeso, que cualquier realidad política mediante su capacidad y con mayor o menor violencia pueda ejercer sobre las demás existentes.

La reciente actividad expansionista de Putin con Crimea, anexionándose una parte del territorio del estado vecino de Ucrania, puede llevarnos a concluir que el equilibrio precedente a todos los hechos acaecidos en este país desde la renuncia de su entonces presidente Yanukóvich a la firma de un acuerdo de asociación con la Unión Europea, ha sido roto a favor de Rusia. Si leemos sus declaraciones, y tomamos por fidedignas las expresiones de apoyo de sus  conciudadanos a su política nacionalista y de recuperación de territorios e influencia mundial, puede que lleguemos a otra conclusión muy diferente, la de que el equilibrio antes mencionado no era tal, sino que más bien era un desequilibrio producido por el desmembramiento de la URSS y un excesivo escoramiento prooccidental de los territorios independizados de su influencia con posterioridad, y que estas iniciativas del actual presidente ruso van en la dirección de compensar.

En definitiva, que según con qué mirada nos aliniemos percibiremos la situación producida por la anexión a la Federación Rusa de la hasta hace unos días ucraniana península de Crimea, como rompedora del equilibrio o constructora del mismo.

En cualquiera de los dos casos, estaríamos dando por bueno que el mundo ha de regirse por esa suerte de siempre inestable punto de tensión donde los movimientos bruscos desaparecen anulados entre sí, formado por grandes fuerzas políticas antagónicas que gracias a este alambicado sistema de contrapoderes nos permite -a algunos- una existencia razonablemente desarrollada y encarada hacia el bienestar, mientras otros pierden una generación tras otra, ahogadas en la ciénaga de la miseria y la violencia. En definitiva la consabida política de bloques: China, Eurasia -ahora tan de actualidad-, Occidente, el Mundo Árabe, África, Latinoamérica…

Dejando para otro momento el cuestionar ese concepto, lo que se me antoja sorprendente después de todo lo sucedido es que los servicios de inteligencia y los diseñadores de la política exterior de los países que se encuentran a la cabeza de esos bloques, especialmente de los U.S.A. y la U.E. no tuvieran conocimiento o medido el alcance de las posibles iniciativas “desequilibradoras” de sus rivales en este juego.

Después de haber asistido al cumplimiento paso a paso y en tiempo récord de la estrategia cuyo fin era que un trozo importante de territorio en Europa cambiara de dueño, sin apenas derramar sangre, con una puesta en escena tan inverosímil como que un ejército uniformado sin signos de identificación apareciera de pronto perfectamente organizado llevando a cabo su objetivo, lo que cabe pensar no es que fuera un paso improvisado, sino todo lo contrario. Se puede deducir por tanto que todos estaban al corriente de los posibles movimientos  del rival, y que Occidente, que quería completar la incorporación de la muy extensa Ucrania a su área de influencia, ha transigido con que el precio fuera la devolución a Rusia de un territorio de marcada influencia suya e importancia estratégica capital, que por la intervención del factor humano en la Historia,  hace sesenta años había dejado de pertenecerle. La otra opción, la de que Putin ha sorprendido a todos, cuya respuesta al grave desmán, además, está siendo tibia, aunque siga escalando y de momento totalmente ineficaz, resulta cuanto menos poco creíble. O demoledora de la confianza que los ciudadanos podemos tener en las capacidades de nuestros dirigentes para prever y dar respuesta a acciones que conducen a situaciones como esta.

En resumen, que a expensas de lo que vaya a ocurrir en un futuro próximo, prefiero pensar que Putin no es un chalado que se aventura a una provocación cuyas consecuencias pueden tener dramáticos tintes bélicos, ni los líderes occidentales son estúpidos y pusilánimes, que no se enteran de nada y han sido sorprendidos en su buena fe por un golpe de mano súbito que ha supuesto la vulneración de la legalidad internacional y el rapto de una península que supone el acceso al Mediterráneo para la potencia geoestratégica que Rusia quiere volver a ser.

Como suele ocurrir en estos casos, los que con toda probabilidad no sabían nada serían las víctimas del proceso, en primer lugar los que dejaron sus vidas en las protestas callejeras de Kiev que lo pusieron en marcha, y después las minorías como los tártaros, o los ucranianos de Crimea, que les toca  sufrir las consecuencias de lo que otros han decidido para ellos.

Septiembre gris

Cuando todo parece inminente. Cuando vuelve el fresco a las mañanas y las tardes, empujado por el viento. Cuando las calles vacías de ciudades fantasma, como Madrid, ya presagian el retorno de los escolares y los atascos, De Guindos culmina una partitura cuya lectura suena bien, a falta de descubrir los detalles cuando la ejecute la orquesta. El lobo ajustando las alambradas para impedir a los colegas deslizarse en el corral a placer. Aunque parece que el cánido ha sido arrastrado a la colaboración por el pastor.

Es una contradicción más en un mundo donde cada vez es más difícil sorprenderse por las mismas, dado el número tan frecuente que hay, que le toque a un gobierno conservador ultraliberal quitarle autonomía o enbridar a la banca. Pero a ello le abocó el anterior, que no supo o no quiso hacerlo.

Mientras, España no pierde liderazgo en el mundo, no sólo porque anticipa lo que parece ser una próxima legislación comunitaria, sino porque Romney calca la estrategia de Rajoy -nótese también la alambicada similitud de ambos apellidos o la total de sus iniciales- para lograr su objetivo de tomar posesión en enero de la Casa Blanca, mostrándose como tranquilo buen gestor, soportando al ala más radical e ideologizada de su partido, y sentándose a ver pasar el fracaso de su rival.

Tampoco lo abandonamos en otros aspectos que no son el deporte -mi enhorabuena al Atlético supercampeón, especialista en bajar humos- como el tener ya el porcentaje de IVA sobre la cultura y el ocio más alto que nadie de la zona euro.

Para compensar tanta negrura en este comienzo de septiembre, o tanto liderazgo estéril, hay algunos que emprenden caminos que pueden marcar tendencia en el esfuerzo por recuperar el bienestar y la solvencia, no cada uno por su cuenta, sino como los mosqueteros, todos a una.