Sería pretencioso colocar este título si no reconociera desde el principio que no soy un experto estudioso en esta materia, sino un simple observador de su tiempo, y como tal me expreso, pero lo he mantenido por su concisión y capacidad evocadora de lo que sin duda es una realidad muy compleja.
El equilibrio es por definición inestable, su permanencia se realiza en la medida en que fuerzas contrarias se neutralizan produciendo ese estado al que le atribuimos beneficios frente a los perjuicios que en cambio reconocemos en los movimientos a los que nada frena.
Aplicado este concepto a la geoestrategia quiere decir que lo valoramos más que un predominio sin contrapeso, que cualquier realidad política mediante su capacidad y con mayor o menor violencia pueda ejercer sobre las demás existentes.
La reciente actividad expansionista de Putin con Crimea, anexionándose una parte del territorio del estado vecino de Ucrania, puede llevarnos a concluir que el equilibrio precedente a todos los hechos acaecidos en este país desde la renuncia de su entonces presidente Yanukóvich a la firma de un acuerdo de asociación con la Unión Europea, ha sido roto a favor de Rusia. Si leemos sus declaraciones, y tomamos por fidedignas las expresiones de apoyo de sus conciudadanos a su política nacionalista y de recuperación de territorios e influencia mundial, puede que lleguemos a otra conclusión muy diferente, la de que el equilibrio antes mencionado no era tal, sino que más bien era un desequilibrio producido por el desmembramiento de la URSS y un excesivo escoramiento prooccidental de los territorios independizados de su influencia con posterioridad, y que estas iniciativas del actual presidente ruso van en la dirección de compensar.
En definitiva, que según con qué mirada nos aliniemos percibiremos la situación producida por la anexión a la Federación Rusa de la hasta hace unos días ucraniana península de Crimea, como rompedora del equilibrio o constructora del mismo.
En cualquiera de los dos casos, estaríamos dando por bueno que el mundo ha de regirse por esa suerte de siempre inestable punto de tensión donde los movimientos bruscos desaparecen anulados entre sí, formado por grandes fuerzas políticas antagónicas que gracias a este alambicado sistema de contrapoderes nos permite -a algunos- una existencia razonablemente desarrollada y encarada hacia el bienestar, mientras otros pierden una generación tras otra, ahogadas en la ciénaga de la miseria y la violencia. En definitiva la consabida política de bloques: China, Eurasia -ahora tan de actualidad-, Occidente, el Mundo Árabe, África, Latinoamérica…
Dejando para otro momento el cuestionar ese concepto, lo que se me antoja sorprendente después de todo lo sucedido es que los servicios de inteligencia y los diseñadores de la política exterior de los países que se encuentran a la cabeza de esos bloques, especialmente de los U.S.A. y la U.E. no tuvieran conocimiento o medido el alcance de las posibles iniciativas “desequilibradoras” de sus rivales en este juego.
Después de haber asistido al cumplimiento paso a paso y en tiempo récord de la estrategia cuyo fin era que un trozo importante de territorio en Europa cambiara de dueño, sin apenas derramar sangre, con una puesta en escena tan inverosímil como que un ejército uniformado sin signos de identificación apareciera de pronto perfectamente organizado llevando a cabo su objetivo, lo que cabe pensar no es que fuera un paso improvisado, sino todo lo contrario. Se puede deducir por tanto que todos estaban al corriente de los posibles movimientos del rival, y que Occidente, que quería completar la incorporación de la muy extensa Ucrania a su área de influencia, ha transigido con que el precio fuera la devolución a Rusia de un territorio de marcada influencia suya e importancia estratégica capital, que por la intervención del factor humano en la Historia, hace sesenta años había dejado de pertenecerle. La otra opción, la de que Putin ha sorprendido a todos, cuya respuesta al grave desmán, además, está siendo tibia, aunque siga escalando y de momento totalmente ineficaz, resulta cuanto menos poco creíble. O demoledora de la confianza que los ciudadanos podemos tener en las capacidades de nuestros dirigentes para prever y dar respuesta a acciones que conducen a situaciones como esta.
En resumen, que a expensas de lo que vaya a ocurrir en un futuro próximo, prefiero pensar que Putin no es un chalado que se aventura a una provocación cuyas consecuencias pueden tener dramáticos tintes bélicos, ni los líderes occidentales son estúpidos y pusilánimes, que no se enteran de nada y han sido sorprendidos en su buena fe por un golpe de mano súbito que ha supuesto la vulneración de la legalidad internacional y el rapto de una península que supone el acceso al Mediterráneo para la potencia geoestratégica que Rusia quiere volver a ser.
Como suele ocurrir en estos casos, los que con toda probabilidad no sabían nada serían las víctimas del proceso, en primer lugar los que dejaron sus vidas en las protestas callejeras de Kiev que lo pusieron en marcha, y después las minorías como los tártaros, o los ucranianos de Crimea, que les toca sufrir las consecuencias de lo que otros han decidido para ellos.