Coronavirus, impresiones de una crisis inédita (VI). Decisiones políticas y democracia.

La segunda ola de propagación del virus Covid-19 por todo el mundo, más temprana de lo que se esperaba, me llena de inquietud, temor y desesperanza. Esta última porque pienso en aquellas personas que al menos en este país, España, vieron llegar junio y disfrutaron del encuentro con familiares y amigos, del sol del verano, de los días largos, de las luces albas del amanecer en levante y carmesíes y violáceas en los atardeceres de poniente…Que celebraron aniversarios postergados. Que brindaron. Que se sentían supervivientes, ganadores…Y ya no están. Han ido engrosando las cifras de fallecidos que cada día me golpea como un puñetazo en el esternón. ¿Qué tenían que no tenía yo, además de peor suerte? Aunque la pregunta quizá deba plantearse al revés.

Tenían viviendas más pequeñas y peor construidas, mayor densidad de población por metro cuadrado, menores comodidades, menos agua caliente, menos instalaciones sanitarias, mayor apego a la proximidad social, a la relación vecinal, abocados al transporte colectivo para trabajar, posiblemente peor alimentados, posiblemente con saludes menos enteras, incapaces de pagarse una o dos mascarillas al día, y para completar el cuadro, peor atendidos sanitariamente. La razón de esto último es sencilla: dependen casi exclusivamente de la sanidad pública, y ésta no les dedica el trato prioritario que su necesidad exigiría.

Ahora que Madrid encabeza en Europa los peores índices cabe preguntarse por qué sus barrios ricos no sufren tan alto índice de contagios ni de mortalidad. Y la respuesta remite a todo lo anteriormente señalado pero en sentido inverso, y porque precisamente la gran mayoría de sus moradores se paga, porque puede hacerlo, una sanidad privada. Y este modelo, para muchos que lo adoptan, de doble imposición, es lo que han estado fomentando los sucesivos gobiernos del Partido Popular, que llevan desde 1995 gobernando la región.

Hay datos que esconden el desatino: imaginemos un ambulatorio modelo dedicado al mismo número de habitantes, repartidos por igual en barrios ricos y pobres, con el mismo número de sanitarios, igualitario aparentemente, pero ¿qué ocurre si está infradotado? Pues que en el barrio rico el vecino ve el panorama -los centros, su antigüedad, su dotación, sus colas- y como lo puede pagar, recurre a los seguros privados de salud, de forma que la presión asistencial baja. Pero en el barrio pobre la presión se mantiene hasta hacerse insoportable -citas a meses y hasta años vista- porque además de estar más necesitados, tener un peor índice de salud colectiva, no tienen capacidad económica para recurrir a una alternativa.

Lo sorprendente es que ahora se sientan señalados o discriminados. Lo han estado siempre. No es sorprendente en cambio, por tanto, su indignación.

Hubo un amplio consenso en el país de comprensión hacia los dirigentes cuando la primera ola los desbordó dejando ahogados, y a casi todos desnudos y con el agua al cuello, pero no la hay ahora que la segunda ola esta provocando unos resultados casi calcados. Ahora ya sabíamos lo que iba a pasar y no se puede entender por qué no se han hecho los preparativos y se han puesto los medios para evitarlo. Lo que los expertos se han cansado de demandar como necesario: más personal en la atención primaria, más equipo, y una mayor y mejor detección y seguimiento de los casos acorde con el reto…

La indignación está muy justificada y espero que no caiga de nuevo en saco roto. No es conveniente en un sistema democrático que los políticos no paguen en las urnas las deudas que contraen con los ciudadanos, porque entonces, la dinámica en la que se sustenta se desmorona llevándoselo consigo. Si queremos democracia debemos ejercerla.

Convivencia europea

Coinciden en el tiempo la negociación del Partido Nacionalista Vasco con el Gobierno español para obtener más competencias a cambio de su apoyo parlamentario, con la noticia de que el alcalde de Oporto propone una unión de su país, Portugal, con España. Entiendo que se trata de una disolución de ambos estados en uno solo. Basa su petición en la ausencia de diferencias sustantivas de hecho, que ya percibe en la parte de su país que más conoce, reflejadas en la inexistencia de una frontera y la convivencia natural entre turistas españoles y nativos, o en el uso indistinto por ambos, por poner un ejemplo relevante, de los aeropuertos de Vigo o el suyo, en función de los intereses particulares de cada cual en relación a horarios o frecuencia de vuelos. Y porque, deduzco, prevé que los hipotéticos problemas de la convivencia entre los nacionales de los dos países serán insignificantes respecto a las ventajas que conlleve, y en cualquier caso no superiores a los que se den habitualmente entre los propios portugueses. Al margen del nombre que propone, Iberolux, que me suena un poco artificial y no despierta mi entusiasmo, coincido completamente con este alcalde: hace mucho que pienso que portugueses y españoles ganarían actuando como un sólo país, no sólo en Europa, en todos los foros.

Me hago cargo del enorme trabajo de homologación que habría que abordar en los más variados asuntos, aunque quizá no lo fuera tanto, dada la enorme descentralización actual del poder en España y la coexistencia de cuatro lenguas cooficiales, pero intuyo que compensaría políticamente solo con aproximarnos tanto juntos al nivel demográfico de Italia, Francia o Alemania, sin olvidar la potente conjunción sobre los países que hablan portugués y español, si lográramos aportarla con una sola voz en la Unión Europea.

Algo similar ocurriría en el plano económico con el producto interior bruto, que nos permitiría superar con datos recientes nada menos que a Rusia y a Corea del Sur, pasando a ocupar el puesto undécimo mundial.

Pero teniendo mucha importancia, por su trascendencia, todo esto de la mayor potencia política y económica, lo que más despierta mi interés es el diametral cambio de ruta en la concepción del futuro. Cuando la tendencia es a aislarse, protegerse y competir como rivales, preconizada por los Estados Unidos de América de la vigente presidencia de Trump, o la Gran Bretaña de Boris Johnson, que han consumado su marcha atrás en la consecución de un mundo más solidario y justo, recibo con entusiasmo la apuesta contraria, que supere incluso el concepto de cooperación sustituido por el de cohesión, por el aglutinamiento de esfuerzos y capacidades en busca de un futuro común mejor, basado en una mayor igualdad, en un reparto de las oportunidades y la riqueza que llegue más lejos que nunca.

Por eso, cuando presumo que los gobiernos regionales -sean los del País Vasco, Cataluña o cualquier otro- trabajan sólo por los intereses de la ciudadanía propia, impresión avalada por las manifestaciones públicas de sus políticos, me embarga el desasosiego y la preocupación, porque deduzco que no buscan el bienestar de todos sino de los suyos. O quizá ni eso, sólo del individuo que habla.

Y ello porque no entiendo como logrando mayores competencias exclusivas en asuntos que nos afectan a todos, y mejor financiación, que proporciona mejores infraestructuras, mejor sanidad, mejor educación que las de los vecinos, y además vistiéndolo con signos de identidad diferenciadores, como banderas o idiomas, se puede construir igualdad ciudadana y cohesión territorial. En resumen: convivencia, que creo que es la base de cualquier progreso en la prosperidad y el bienestar.

Así que volviendo a la propuesta del alcalde porteño, la comparto precisamente porque entiendo que sigue el camino correcto para avanzar en la progresiva y no traumática disolución de las identidades políticas nacionales, que aprecio como un residuo histórico que es necesario superar para seguir avanzando sin perder de vista el paso siguiente, que tampoco será el último, que es una Europa unida, uniformizada en el mejor sentido, el de la igualdad de derechos y deberes, donde si hay colisión, por encima de francés, lombardo, bávaro, catalán o vasco, exista la ciudadanía europea, con toda su complejidad y variedad, pero sin renuncia al predominio del interés común.

Es un camino largo el de la Unión Europea, plagado de dificultades, e incluso tropezones, como el reciente Brexit ya mencionado, porque la tentación pequeña y cortoplacista de arrimar el ascua a la propia sardina prolifera y se contagia entre los políticos de esta nueva hornada, que ya se han encontrado las bases de este proyecto puestas y parece que las desdeñan. Pero conviene no cejar, no aceptar la insolidaridad, resistir estos embates y no olvidar cual es la meta: el mejor de los mundos posibles en lo referido a prosperidad, libertad individual, justicia e igualdad. Un proyecto nuevo y único que ojalá se alcance y logre liderar al resto del mundo.

Ignorancia de España

El servicio mundial de la cadena pública británica BBC, entre otros realiza unos buenos programas de radio de casi media hora, dos veces al día, que a su vez aglutina en unos repasos de fin de semana. Son resúmenes, que titula Global News Podcast, que cuelga en Internet en forma de podcast,  en los que, conforme al criterio del periodista de turno, refleja lo  más relevante o actual de lo que, a nivel mundial,  pasa por esa redacción. Al final del primero del día, emitido el 20 de febrero pasado,  titulado Dark Web Paedophile Jailed After Global Investigation, el periodista se disculpa, en nombre de toda la redacción, por un error cometido en la presentación de un entrevistado en un episodio anterior reciente, y que varios oyentes han señalado. El error en cuestión es que habían hecho italiano al tenor Plácido Domingo. Dada la propia magnitud del artista, el tiempo que lleva en el mundo de la ópera, y en concreto las muchas veces que ha debido actuar en Londres, efectivamente el error es importante. Y aunque ha sido subsanado -como el mínimo de profesionalidad y rigor exigía- no deja de ser un síntoma preocupante de la ignorancia que se tiene en el mundo sobre España y los españoles. La cual, probablemente, e independientemente de la mostrada por los periodistas responsables de esa emisión, responde a una falta general de interés por este país, para lo cual podemos encontrar  muchos motivos, desde los puramente históricos objetivos -España ya no es un imperio y sus acciones influyen poco en la geopolítica internacional- hasta los subjetivos, como la supervivencia de retazos deshilachados de propaganda, de cultivo de una leyenda negra, residuos de una vieja rivalidad formada al calor del temor a que aquél viejo imperio que fue, sometiera a los pueblos que lo rodeaban.

Estas son las razones que se me ocurren más probables para que se siga recurriendo en los medios internacionales, cuando se inicia una visión sobre nosotros, de manera más o menos sutil, como poco, como lo más anecdótico, al flamenco, las bailaoras vestidas de faralaes, los toros, o los tricornios de los guardias civiles -metáfora del gusto por la violencia- dejándose llevar por esa inercia por hacer de menos mediante la caricatura. Pero hay más, y de más enjundia, que resulta más hiriente y descorazonador, cuando se deja de lado una realidad que a la mayoría de los españoles nos parece evidente, el esfuerzo realizado y los logros alcanzados en el último cuarto del siglo pasado y lo que llevamos de éste, y especialmente -porque es como una enmienda borrón a la totalidad- cuando se pone en tela de juicio nuestra propia entidad como nación, como unidad política unida por los valores de libertad, democracia, paz y progreso.

Antonio Elorza hacía una reflexión, el pasado julio, donde repasaba episodios y controversias sobre este asunto, el mismo concepto de España, al hilo de la conmoción catalana que ya apuntaba, y aconsejaba huir de réplicas simplistas, y reconocer los hechos, los buenos y los malos. En definitiva: optar por la objetividad.

Y en el mismo sentido encuadro lo que contaba con un punto de indignación, cansancio y amargura, Antonio Muñoz Molina, poco después del pseudo referéndum catalán del 1 de octubre pasado. Él, que por trabajo y vocación ha pasado largos periodos viviendo en otros países, o visitándolos, y tenido mucha relación con una élite cultural y, como consecuencia, es un testigo excepcional de lo que se piensa en ellos de nosotros.

Recomiendo la lectura de ambos artículos y no caer en la melancolía. Los españoles sabemos mirarnos con sentido crítico, pero también reconocer nuestros logros. Si esa realidad no ocupa su lugar, otra lo hará, aunque no sea tan verdad – nosotros también conocemos bien la ruindad y persistencia del sambenito-. Así que toca insistir en el testimonio de la España que hoy somos, la que con tanto esfuerzo, y dejando a tantos por el camino, hemos logrado.

Cataluña, septiembre de 2017

La Constitución

Se produce un revuelo cuando se precipitan los hechos indeseados. Es lo que suele ocurrir, a pesar de que los diferentes acontecimientos que se hayan podido producir con anterioridad, a lo largo de un extenso pasado, ya los apuntaran.

Cuando en España se alcanzó la democracia por el fallecimiento del dictador, y los más inquietos políticamente accedieron paulatinamente al poder, tenían ante sí un reto enorme: dejar atrás todo lo negativo de las casi cuatro décadas sufridas de dictadura arcaizante, y recuperando el hilo abandonado de otras iniciativas pasadas de progreso, homologar al país con lo mejor del  entorno natural de la cultura europea y mediterránea a las que siempre ha pertenecido.

La Constitución del 78 fue la herramienta forjada para lograrlo, tras un esfuerzo que desde la distancia se aprecia aun más meritorio, conociendo como era de endiabladamente complicada la situación entonces, con iniciativas terroristas varias, una clase política del régimen, aún con todo el poder, vigilada de cerca por el Ejército;  una efervescencia social y política en las calles que reclamaba logros inmediatos; los partidos nacionalistas del País Vasco y Cataluña reclamando la recuperación de sus respectivos estatutos, que lograron con la república; y, por si eso fuera poco, una economía en crisis con unos parámetros insoportables. Afortunadamente había dos factores que actuaban en sentido opuesto para evitar la previsible violencia consecuente con la descomposición de un régimen dictatorial: el tamaño de la sociedad que disfrutaba de un cierto bienestar económico se había ampliado significativamente en las últimas décadas, y el recuerdo de la atrocidad de una cruel guerra civil aún estaba vigente.

En este contexto, los constituyentes, incluyendo a los no formalmente designados por los dos partidos políticos mayoritarios y  que, de hecho, pactaron infinidad de cuestiones, hicieron su trabajo y alcanzaron un acuerdo: una constitución que presentar al pueblo español, en la que todos cedieron, porque eran muy conscientes de que de no hacerlo no era una opción.

Ha pasado desde entonces un tiempo que está a punto de alcanzar al de la dictadura, casi   cuarenta años, y el fruto de esa constitución, que fue aprobada en referéndum con el 87,78 % de los votos, que suponía un 58,97 por ciento del censo, es un país homologable,  en la mayoría de los aspectos de credencial democrática y de modernidad, con la Europa que lo rodea, y en cuya construcción política hoy participa.

El tiempo no pasa en balde, y sin duda hay aspectos que, fruto de la experiencia, piden ser reformados, pero sería ingenuo pensar que abrir esa puerta -perfectamente prevista por la propia carta magna- no va a generar fuertes controversias, principalmente en lo referente a los asuntos competenciales y de organización territorial. Abolir la arcaica preferencia del varón en los derechos dinásticos, o la misma existencia de la monarquía,  no creo, en cambio, que  se aborde con tanta intensidad. Por eso imagino que ha habido y hay quien considera asumir un alto riesgo abordar ahora su reforma, en caliente, con la insumisión independentista forzándolo. Quizá hubiera sido la vía lógica de entendimiento hace años pero, ahora, cuando el nacionalismo catalán ya ha desechado ese escenario, ¿es posible volver a él? Me falta información para contestar, pero lo cierto es que, con la incorporación del PSOE, aún como segundo partido mayoritario, es cada vez mayor la masa política que lo considera la única solución para evitar la permanente reivindicación nacionalista,  y en última instancia, un desmembramiento traumático de España.

Soberanía compartida

A veces nos dejamos llevar por lo que deseamos y aceptamos un uso de los conceptos que chocan con la lógica, como el nacionalismo no independentista. Los nacionalistas lo son porque quieren una nación, lo que comunmente se entiende por tal: una nación política constituida en estado. No les basta saberse y ser plenamente reconocidos una nación cultural, o una “nacionalidad”, que fue el término esperpéntico de compromiso que se utilizó en esta Constitución del 78 para denominar a los territorios de la nación española con lengua y cultura bien diferenciadas. Como consecuencia, y por definición, jamás un nacionalista estará satisfecho con menos, por mucho que su autonomía alcance cotas de soberanía muy relevantes, porque la piedra angular de su planteamiento es la independencia, que es la que conlleva el derecho a decidir por sí mismos su futuro como un estado, sin contar con nadie más. No puede, así,  aceptar una soberanía compartida con el resto de los españoles. Incluso aunque sea consciente de que la soberanía de los estados cada vez es un concepto menos absoluto en el ecosistema polítco europeo, e incluso mundial.

Pero el caso es que eso es lo que hay precisamente: una soberanía compartida, la que la Constitución declara como indivisible y que poseen todos los españoles. Es decir, son sujetos de soberanía los individuos, los ciudadanos, no los territorios. Esta es la legalidad vigente, la reconocida por Europa y el resto de los países de la ONU, la que -conviene recordarlo para que lo sepan aquellos que, en el mejor de los casos, desde una posición bienintencionada, emiten opiniones sobre el nacionalismo catalán o vasco y sus deseos de independencia- sustenta la legitimidad de las instituciones de estas autonomías españolas, incluida la de todas sus autoridades. Como esto no es difícil de entender, es lógico pensar que Puigdemont y Forcadell lo saben, y para soslayarlo, inventan o asumen como propio un derecho que sitúan por encima de cualquier otro, el de decidir ser o no un estado,  y que, principalmente, les reconocen sus correligionarios y los interesados por algún motivo en una Cataluña estado. Por eso, cualquier posibilidad de acceder a una independencia mediante un referéndum catalán pactado, y por tanto legal, pasa por convencer al resto de los españoles de que cedan la suya y la dejen en manos sólo de los censados en Cataluña.

Es muy lícito hacer valer la voluntad democrática de un colectivo tan amplio como se puede ver en las manifestaciones más multitudinarias, pero no lo es olvidarse o negar que ese derecho que se reivindica no pertenece sólo a ese colectivo ciudadano, sino a otro mucho mayor, el de los ciudadanos españoles. Existe el camino, pero se desecha por la bien imaginada dificultad de recorrerlo y de alcanzar el objetivo pretendido, y se opta por usar el atajo de la decisión unilateral, aunque ello conlleve abocar a la división social y al enfrentamiento que ya se está viviendo.

Sentimientos

Los sentimientos nacionalistas son el factor sin el cual no se puede entender por qué se ha llegado a esta ausencia total de sintonía entre una parte considerable de la ciudadanía catalana, en torno a la mitad según las encuestas, y el  resto de los españoles, hasta el punto de querer romper una convivencia centenaria, y éstos han sido cultivados  de manera sistemática y sin tapujos. Pero, no obstante, esto no es irreversible. No hace falta ir muy lejos para saber que, incluso con las personas que más queremos, los familiares más próximos, un gesto desafortunado, una negativa mal explicada, unas maneras inadecuadas, conducen a que nos cerremos como un molusco y tampoco seamos capaces de actuar de una manera correcta, positiva y racional. A veces ni siquiera es algo objetivo, basta un malentendido. ¿Ha cambiado algo sustantivo en nuestra relación familiar? No, seguimos reconociéndonos en el papel que a cada uno corresponde en las familias, y nos seguimos queriendo, pero otros sentimientos han tomado el mando. Son la frustración, el pensar que estamos siendo no tenidos en cuenta, que no despertamos suficiente aprecio, que se nos trata con poco o ningún respeto. Da igual que la realidad, si la observamos con sobriedad y rigor, invalide buena parte o todos los motivos que encontrábamos para tener esos sentimientos, o bien aporte datos para modificar las conclusiones iniciales y verlas como precipitadas, lo cierto es que suele ser necesario que medie el tiempo para que nuestro análisis nos lleve a otras conclusiones más acertadas y justas, y lo que se había dislocado vuelva a reconocerse en la realidad objetiva. Creo que la relación de Cataluña con el resto de España sufre este mal, pero tiene remedio, porque la realidad por muy sepultada que esté acaba imponiéndose.

Y es que, como en el ejemplo, hay una realidad objetiva que no desaparece, que no deja de existir por más que se pretenda desvirtuar y no se aprecie y se esté dejando al margen: Cataluña es España. Bastaría pararse y mirar con otra intención alrededor para ver la profundidad de la imbricación sentimental y material entre lo que de alguna manera tiene que ver o procede de Cataluña y el resto de España: periodistas catalanes que lideran programas de ámbito nacional, actores catalanes que acaparan protagonismo en series y películas, películas en catalán representando a España, escritores y músicos catalanes entre los más vendidos y apreciados, deportistas catalanes admirados, profesionales catalanes líderes de las más variadas disciplinas, incluso empresas o instituciones que son referencia en todo el ámbito nacional español, y lo que es aun más trascendente, todo el entramado, mucho más amplio, de las relaciones familiares o personales, que permanece oculto porque pertenece al ámbito privado, pero está ahí.

No hay suficiente catalanofobia en España, aunque haya catalanófobos, ni hispanofobia en Cataluña, aunque haya hispanófobos. Su número es insignificante para destruir eso. Tontos fóbicos hay en todos lados; sólo hay que no hacerles caso, y si es posible, ilustrarlos.

Futuro

Que en la tierra donde se han desarrollado los castells, ejemplo maravilloso de colaboración de muchos y muy distintos para conseguir un objetivo común, se esté produciendo el desencuentro y el desgarro sentimental como los que se expresan estos días, no sólo es un cúmulo de pérdidas en diferentes ámbitos, de las que quizá en varias generaciones nunca nos recuperemos, si se consolidan, sino un motivo de tristeza infinita, un abrumador fracaso colectivo. Espero que sepamos darnos cuenta a tiempo de impedirlo.

Quizá la fórmula sea dejar el pasado sólo como lo que de la manera más positiva es: fuente de experiencia. Miremos al futuro para elegir nuestras acciones, recuperemos la conciencia de lo que supone estar unidos y compartir destino histórico. Y disfrutémoslo, porque lo bueno de la unión es que se disfruta, al contrario de lo que suele ocurrir con la desunión, que se sufre.

Conversaciones imaginadas: Albert Rivera con su novia, Beatriz Tajuelo

_ Sí, lo sabía, pero no acabo de entenderlo ni aceptarlo. Pensaba que habría un orden cuando llegaran estos momentos clave, que organizaríais el trabajo de forma que hubiera un instante cada día en que se pudiera echar el cierre y hasta la mañana siguiente, aunque de nuevo hubiera que levantarlo temprano. No me parece sano que estés pendiente del teléfono hasta cuando duermes. ¿Qué ocurrirá si acabas siendo presidente del Gobierno?

Tienes, además, gente de confianza con la que te puedes turnar: no necesitas estar tú  atento a cualquier movimiento que hagan los demás.

Siento que sea así, pero lo llevo mal. Cada vez peor. ¿Cuántas veces hemos cenado juntos estas dos últimas semanas..? ¡Una, y llegaste a las once y media al restaurante, como hoy!

_ Tienes razón, Bea…Sí lo se, pero ya sabes que llevo un tiempo desbordado, nervioso…Esta iniciativa de apoyar al PP, a la que la ejecutiva me ha empujado, no me acaba de convencer…¡Tanta estrategia! Fernando y Juan Carlos lo tienen claro, hay que capitalizar nuestra fuerza, pero yo me encuentro entre la espada y la pared y la sensación cada vez más nítida, a medida que avanza el envite, de que prefería la pared. Ahora siento que estoy exponiéndome a unir mi suerte no ya a la del PP, sino a la de Rajoy.

Es verdad que España no se puede permitir una dilación indefinida con un Gobierno en funciones -lo siento así, mira hoy mismo, si no creo que el presidente del Gobierno español tendría que haber estado presente en la reunión con Merkel, Hollande y Renzi para tratar el futuro de la Unión tras el triunfo del Brexit- pero la impresión de que Rajoy se sale con la suya de permanecer y nos impone este calendario retorcido me quema, porque puede terminar acabando no sólo conmigo, también con Ciudadanos.

Yo no creo que con Rajoy al mando la corrupción sistémica se pueda erradicar como tampoco mejorar lo de Cataluña; lo he dicho veinte veces veinte en la ejecutiva y a los colaboradores, y a ti misma, porque creo, por un lado,  que es uno de los nodos de la trama,  no el principal, ni el origen, pero sí uno más de los beneficiados por los sobresueldos y, un poco a imitación de aquello que se dice de Franco, testigo de la corrupción de los demás, lo que crea una suerte de equilibrio sólido de contrapesos. Por el otro su irritante pasividad sólo ha hecho que crear independentistas dejando que su discurso falaz, sin contra argumentos, crezca como una bola de nieve. Parece que lo único que sabe es resistir -acuérdate del tuit a Bárcenas o cómo sostiene a Barberá- y que la justicia no logre y acabe estimando que hay pruebas definitivas para una condena firme.

_ Sí, ya lo se, pero tienes que enajenarte de vez en cuando del partido…Aunque sólo sea por lo que te he dicho alguna vez: que es la única manera de tener nuevas perspectivas que den lugar a nuevas ideas.

_ Mi primera opción ha sido siempre lograr un pacto constitucionalista de los dos grandes partidos con nosotros ejerciendo de elemento aglutinador y renovador. Eso consolidaría Ciudadanos, y en la medida en la que pudiéramos atribuirnos ciertas reformas nos haría crecer…Incluso podría hacerme presidente. Ya se lo dije a Pedro Sánchez, que si nuestro pacto no lograba el gobierno seguiría intentándolo. Aunque es verdad que este resultado en las segundas elecciones nos ha debilitado y nos aboca a este papel un poco mamporrero.

Con él he hablado hoy mismo, que me ha llamado para reprocharme que tenga a medio partido unido al coro que le exige que se abstenga y permita a Rajoy ser presidente de nuevo…Y he tenido que recordarle que ese acto de generosidad patriótica, de demostración de que el interés del Estado prevalece en su acción política sobre el legítimo también interés partidista o personal, es lo que juntos le exigimos al PP cuando el candidato a la investidura era él, y con la cara de cemento que los caracteriza contestaron «no» y abortaron esa iniciativa que con tanto esfuerzo habíamos logrado. Esa es la diferencia moral -le he dicho-: puesto en la misma situación tu no puedes hacer lo mismo…

_ ¿Y qué te ha constestado?

_ Que tras la segunda votación fallida de Rajoy del 2 de septiembre, espera el encargo del rey y que yo esté dispuesto a mantener esta actitud positiva, pero esta vez hacia su proyecto pactado con Podemos…

_ ¡¿No?!

_ Lo que oyes. Está empeñado en ser quien promueva el cambio constitucional que de encaje a los nacionalismos…

_ ¿Y se olvida de que necesita dos tercios y de la mayoría adversa del Senado?

_ Está convencido de que si en el Congreso logramos un acuerdo constitucional con los nacionalistas los populares serán incapaces de no aprobarlo.

_ Me fundes los plomos, ¡otro espíritu mesiánico! ¡Qué peligro! Anda, vamos a pedir que son las doce y cerrarán la cocina…

Desinformación

 

Al final la táctica se impuso sobre el interés del país: la XI legislatura concluyó en aborto.

La estadística no debe mostrar suficientemente el hartazgo que nos produce a los ciudadanos este frenazo en el desarrollo de la normalidad política, como lo es seguir avanzando en la resolución de los problemas, la mejora de las condiciones de vida y el aumento de las oportunidades de toda índole, en definitiva sustentar la esperanza de las generaciones en el futuro, porque los datos que haya ofrecido sobre este asunto no parece que hayan sido tenidos en cuenta. Hartazgo al que contribuye esa disolvente sensación de inevitabilidad de lo ocurrido, de que no tenía remedio, de que con esos mimbres protagonizando la escena era imposible obtener el cesto, todo lo cual tanto debiera preocuparles a los políticos, por lo que supone de alejamiento de lo público, de retracción de los individuos a sus asuntos exclusivos, de pérdida de interés por lo común y aumento del ombliguismo y la insolidaridad, y en definitiva de retrato de sí mismos.  Cualquier político honesto, cuyo fin primordial fuera mejorar la sociedad en la que vive, debería temer y evitar ese panorama -el rechazo de esa sociedad o en el mejor de los casos su falta de complicidad,  su indiferencia- como el peor posible para lograr ese objetivo…Pero no parece ser así aquí en España ahora, sin que me consuele echar un vistazo allende estas fronteras, donde puede ser peor.

Precisamente hay observadores alejados que aprovechan esa circunstancia para desarrollar opiniones muy interesantes sobre las razones del fracaso, como la baja calidad -ya apuntada- de los protagonistas políticos, dada la pérdida de prestigio y reconocimiento económico que tiene esta carrera, que desincentiva las vocaciones de los más capaces o mejor preparados. O sin centrarse en las personas, reconocer que el devenir político, a pesar de las dificultades evidentes -crisis económica y crisis de identidad- tiene una inercia de funcionamiento democrático no desdeñable, amparado por la pertenencia a la Unión Europea, y por tanto la situación no es tan grave como lo era tras la muerte del dictador Franco, donde una decisión equivocada conducía al abismo, lo que permitiría un cierto grado de irresponsabilidad de los actores.

Como complemento a estas interpretaciones, que en buena medida comparto, a mi me llama especialmente la atención y me acongoja, la pobre calidad del mensaje que se maneja. Es probable que sea la propia estructura actual de la comunicación lo que lo propicie, que se desarrolla en cauces diferentes a los que conocíamos los que crecimos antes de la llegada de esta evolución tecnológica, cada vez más urgida de ser inmediata y mínima, cuyo paradigma es Twitter y sus 140 caracteres, y en consecuencia carente del filtro de la imprescindible sedimentación. También el uso generalizado de las redes sociales y los medios digitales, al que todos accedemos y deja a los profesionales flotando desperdigados en esa marea. Pero, sobre todo, la responsable es la propia renuncia de los políticos a comprometerse con la emisión de un mensaje nítido y completo que los defina, que exponga adecuadamente su pensamiento y su programa, las medidas concretas mediante las cuales pretenden alcanzar los objetivos que proponen. Sus itinerarios. Parece que se sienten cómodos ahí, en la superficie, chapoteando en esa sopa de mensajes simplones, de lugares comunes, conscientes de que no definirse los beneficia. Y con ello muestran lo poco que confían en la capacidad del electorado para entender argumentos complejos. Claro que tambíen puede ser que ni siquiera ellos entiendan tales argumentos, por ejemplo los económicos, y por tanto se sientan incapaces de reproducirlos o defenderlos sin quedar en ridículo.

Como sea, lo cierto es que a los receptores de información lo que nos llega siempre son slóganes, que apenas definen nada, cuando no sencillamente son invitaciones al despiste, a tragar bulos, o en el mejor de los casos medias verdades, lo que en definitiva no es más que una visión parcial de la realidad y en consecuencia son en buena parte una falsedad.

Todo esto me produce una desconfianza importante hacia los candidatos. Me empiezo a preguntar  sobre sus verdaderas intenciones, principalmente si defienden los intereses comunes o los suyos propios o los de sus afines. También qué concepción del futuro colectivo tienen, no sólo el nuestro local, cuya importancia e interés para mi, disminuye proporcionalmente con el rápido empequeñecimiento del espacio planetario, al impedir con ello eludir los efectos de lo que otros en el otro extremo del globo deciden, sino por tanto, cómo creen que debe ser el mundo, qué normas deben regir la convivencia política y la actividad económica internacional.

Con todo ello cumplir con la obligación moral de participar votando se convierte en una tarea pesada de discernimiento, de desbroce, empezando por las habilidades de los candidatos a la exposición mediática. Sin duda los hay muy capaces de engatusar por su simpatía, su gracia personal, su capacidad de seducción en la distancia corta, su imagen personal más o menos afin a los cánones que cada uno entiende como propios…Pero eso es paja. Lo importante son sus convicciones profundas y su capacidad y determinación para lograrlas y de eso encuentro demasiado poco para ser suficiente.

Recomendación

En este momento histórico convulso, donde entre otras muchas actividades económicas, el periodismo está sufriendo en su carne los cambios traumáticos a los que le obliga la rapidez del cambio tecnológico y su influencia en los comportamientos, reconforta encontrar ejemplos de un trabajo riguroso, que supongo pausado, artesano, deudor del tiempo necesario para llevarlo a cabo y que pueda cumplir todas las expectativas que del mismo cabe albergar, lo que ya considero que es una rareza, algo contra corriente. Estoy cansado y apenado de encontrar a menudo crónicas o noticias mal redactadas en los medios electrónicos, que obligan a ser releídas para poder entender su sentido, incluso con frecuentes faltas sintácticas y a veces ortográficas, seguramente por dejadez o premura, por no revisar, o confiar en la revisión automática. En este panorama lo que voy a recomendar lo siento como un oasis.

Se trata del programa de Radio Nacional de España (RNE) Documentos RNE que se emite los sábados de 15:00 a 16:00 y por Radio Exterior de España los domingos de 14:00 a 15:00 UTC.

Comenzó su emisión el año 1999 llamándose Fin de Siglo. Dirigido por Juan Carlos Soriano, y redactado por el mismo, junto a las habituales Julia Murga, Modesta Cruz, y Mamen del Cerro, locutado con maestría y encanto por la propia Modesta Cruz y realizado por Mayca Aguilera y Miguel Ángel Coleto, se ocupa, en formato documental sonoro, de personajes y acontecimientos que han protagonizado la Historia de España de los últimos siglos, atendiendo a un criterio muy variado, interesante y ameno. Y sustentándose en guiones y realizaciones exquisitas, bien alimentadas cuando procede por los ricos archivos de la casa. Puede descargarse en formato podcast, para escucharlo cuando se desee, además de en la propia sede web de RTVE.

He elegido como ejemplo para esta ocasión el episodio dedicado a las Pioneras de la Ciencia en España, el emitido el pasado 19 de marzo, aunque bien podría haberse adelantado una semana y haber coincidido en la misma, como homenaje, con el Día Internacional de la Mujer.

Este programa, con una clara vocación de servicio público, contribuye a un conocimiento más profundo y completo del devenir y la realidad que han conformado y constituyen este país que llamamos España.

Pacto necesario

Apoyo a una gran gran coalición

Tal como apuntaban las encuestas y las previsiones de los observadores, las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 en España han dado un resultado que fragmenta el Parlamento, acabando con la bipolaridad de los dos grandes partidos que aglutinaban un altísimo porcentaje del electorado desde el triunfo del PSOE de Felipe González en 1982.

La primera consecuencia es que lo que en elecciones anteriores quedaba definido tras el resultado, el quien gobernaría, ha sido sustituido por la necesidad de lograr acuerdos entre los diferentes partidos, al no haber obtenido ninguno suficiente apoyo. Esta interpretación del resultado es clara, confirmada por una reciente encuesta cuando el tiempo avanza sin que los contactos para la búsqueda de un acuerdo hayan dado aún fruto: la mayoría de los electores desean un entendimiento de sus representantes que haga posible, en un sistema parlamentario como es el nuestro,  que se forme un gobierno que permita avanzar afrontando los retos, poniendo en práctica un número relevante de las principales propuestas lanzadas en la campaña por los partidos que lo formen. Y se da una peculiaridad: sólo la alianza entre los que aún permanecen siendo los más votados, el Partido Popular, que reúne al electorado mayoritariamente conservador, en un espectro que va desde los bordes de la extrema derecha hasta la difuminada línea de separación con la izquierda socialdemócrata,  y es apoyado por las patronales empresariales, y el Partido Socialista Obrero Español, que aglutina a un electorado socialdemócrata también de muy heterogéneo origen, que tiene a su vez por su otro extremo una porosa línea de separación tanto con la izquierda más tradicional, comunista y post comunista, como por la izquierda más joven y novedosa,  apoyado por los sindicatos mayoritarios, lograría una mayoría absoluta muy cualificada (213/350),  capaz de gobernar sin trabas de la oposición imposibles de superar, habida cuenta de que a esta opción muy probablemente en las votaciones cruciales se sumaría uno de los partidos emergentes, Ciudadanos, con sus 40 diputados, que lograrían sobradamente los dos tercios exigidos para ciertos cambios en la Constitución que la sensatez y la legalidad exigen.

Habría otras posibles combinaciones para lograr los 176 diputados que constituyen la estricta mayoría absoluta para gobernar, pero incapaces, como acabo de apuntar, de abordar las reformas constitucionales que están en cuestión, y resultan aun más contradictorias que esta gran coalición, cuyo primer ejemplo inspirador es la repetida experiencia alemana de alianzas de gobierno entre el SPD socialdemócrata y la CDU-CSU conservadora, actualmente en ejercicio con Angela Merkel al frente.

A la falta de experiencia propia en estas coaliciones de los que aún siguen siendo los dos principales partidos, a pesar de los augures y de los deseos de los dos nuevos emergentes, Podemos y Ciudadanos, que justificaría la prevención y la incertidumbre que genera en sus dirigentes, obligados así a explorar la renuncia a una parte importante de sus postulados para poder converger  con el otro, hay que añadir la grave situación en la que se encuentra España, muy condicionada por un lado por la traumática experiencia de la crisis económica aún no superada, que sin entrar en la complejidad de los orígenes y las causas de que aquí haya sido especialmente virulenta, ha golpeado a los más débiles y dejado descolocado y maltrecho el Estado de justicia y bienestar sociales al que aspirábamos, incrementando la desigualdad,  con aspectos tan lacerantes como la vuelta de la pobreza aun en personas que tienen trabajo, y en consecuencia una marginación intolerable de una parte importante de la población, con todo lo que ello conlleva de infelicidad y pérdida de esperanza en el futuro.

Por otro por los movimientos centrífugos de algunas partes del país, principalmente País Vasco, Cataluña y Galicia, que pone en cuestión la  propia existencia del Estado en su configuración política actual, condicionamiento que viene siendo arrastrado desde el minuto primero de la aprobación de la Constitución vigente, que es necesario recordar fue fruto de un largo, laborioso y generoso acuerdo, que hizo posible dejar atrás, sin casi violencia, una dictadura de cuarenta años nacida de una rebelión  militar y la consiguiente sangrienta y terrible guerra civil que duró casi tres, y que precisamente ahora, se encuentran en un momento álgido debido a que uno de ellos, el catalán, ha alcanzado un gran desarrollo, habiendo logrado el apoyo de casi la mitad del electorado local, y habiéndose embarcado en una apuesta por romper la legalidad, ante la imposibilidad de lograr sus fines de manera legal, en un nivel de desafío inédito para el resto del país.

Ya el Estado tuvo que afrontar en estas décadas las consecuencias de un independentismo violento que protagonizó en el País Vasco la organización terrorista ETA, y los partidos tuvieron que aprender que era la unión en los valores consagrados en la Constitución, y el apoyo recíproco lo que les daba la fuerza necesaria para hacer prevalecer la voluntad de la mayoría y la legalidad. Afortunadamente, en Cataluña y en Galicia el terrorismo fue esporádico y mínimo, lo que constituye una gran diferencia, pero no para invalidar o excluir lo aprendido.

España, como nación jurídica cuyo destino está enfocado a la Unión Europea, tiene pues dos retos ante sí cuya importancia no establece supeditación alguna del uno al otro, ya que los dos son urgentes y merecedores de ser abordados ya con toda la energía, aunque cabe pensar que resolviendo el territorial se estaría en una disposición con diferencia mucho más favorable para arbitrar y defender medidas ante la crítica interna y externa, capaces de hacernos superar la crisis y prosperar, minimizando o evitando los daños y las víctimas, por una razón elemental que sigue siendo vigente: la unión hace la fuerza. El esfuerzo de remar coordinado y solidario hace avanzar con energía la nave.

En este sentido sería envidiable y muy provechosa una alianza que concentrara casi todo el arco parlamentario, que incluyera a Podemos y a los partidos nacionalistas respetuosos con la Constitución, pero quizá sea demasiado pedir… No lo es, en cambio, solicitar de los líderes de Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español, sin exluir a los que quieran arrimar el hombro, que antepongan el interés general al particular, el progreso del país, al progreso de sus territorios, sus partidos o sus carreras, asumiendo la responsabilidad de conformar un gobierno de concentración, con unos objetivos acordados públicos y bien definidos, que puedan ser expuestos en el discurso de investidura, para que las responsabilidades que cada cual asuma puedan serles exigidas por el electorado cuando haya que volver a las urnas.

Debate

Primer debate electoral en Internet en España propiciado por El País

El periódico El País organizó anoche el primer debate electoral celebrado en España soportado principalmente por Internet, correspondiente a las Elecciones Generales convocadas para el próximo 20 de diciembre de 2015.

Supongo que la pérdida y por consiguiente la carencia de canales propios de televisión de este grupo editorial y de comunicación ha influido de manera notable en la toma de esta iniciativa y también en el bombo y platillo con que la ha jaleado.

A pesar de estas cuestiones, el que se haya producido es interesante, hace servicio público y por tanto es merecedor de elogio, aunque como fiel y asiduo lector del periódico me hubiera gustado no haber echado de menos un elenco más completo de los candidatos. No estoy pensando, claro, en toda esa ristra de partidos que se presentan, que cuando uno llega al colegio a votar ve amontonadas sus papeletas sobre las mesas con nombres generalmente largos, que invitan a un gesto de perplejidad e intento por descubrir a quien pueden representar, sino en todos aquellos que tienen razonables expectativas de obtener al menos un escaño, o bien ya lo han disfrutado en la legislatura anterior, como los partidos nacionalistas, o las siglas que los hayan sustituido, además de Izquierda Unida y UPyD.  Hubiera preferido, en consecuencia, un mayor énfasis en el rasgo de la diversidad democrática del debate sobre el de la mayor manejabilidad y la limpieza escenográfica. Sobre este aspecto, además, tengo otro reparo: el dejar un atril vacío para resaltar que un candidato convocado ha rehusado la invitación muestra un excesivo protagonismo del organizador, que de esta manera interviene en el debate y merma su afán de imparcialidad.

Candidatos e intervenciones

Estaban representados los partidos políticos Ciudadanos, Partido Socialista Obrero Español y Podemos por sus cabezas de lista y aspirantes a la presidencia del Gobierno, Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias respectivamente, en ese orden colocados frente al espectador, obtenido mediante sorteo, que precisamente puede corresponderse con la teórica filiación en el espectro político, centro-derecha, centro-izquierda e izquierda.

La encuesta que se había preparado para que los internautas sobre la marcha fueran emitiendo su voto sobre quien de los concurrentes había ganado el debate, que se cerró un tiempo después de acabado el mismo, arrojó un resultado abultado a favor del candidato de Podemos, Pablo Iglesias, si bien el propio periódico la anunció como no científica, lo que abona mi impresión de que este debate tuvo mucho de promoción generalizada de todos los actores, ya que ese dato no me parece el más relevante, como conclusión del mismo, sino si el formato y la organización han permitido trasladar al electorado la mayor información posible sobre las ofertas programáticas de los partidos participantes, y de paso,  de la capacidad de sus candidatos para encarnar, defender y llevar a buen término esas propuestas. En este sentido para mi no lo ganó ninguno. Lo perdieron los tres en la medida en que no me inspiraron la suficiente confianza para lograr mi voto, y me sentí poco representado en sus palabras, aunque escuché enfoques y propuestas con las que podía, a falta de mayor concreción, coincidir.

Pablo Iglesias me pareció el más templado, convencido de lo que contaba y decidido a irritar a sus rivales tirando la piedra escondiendo la mano.

Albert Rivera, empeñado en ser fiel a su idea básica de hacer propuestas y rehuir el señalamiento de los errores y defectos de los demás,  no acabó de plasmarlas con la necesaria convicción y aplomo, ni consiguió lo segundo, mostrándose además nervioso y contrariado con los ataques de sus rivales.

También Pedro Sánchez pareció desconcertado y a veces nervioso con las andanadas que le llegaban desde ambos lados, pero sobre todo,  fue el que transmitió más vicariamente las propuestas de su partido, como si no las asumiera plenamente, y el que pareció más desconectado.

Todos incurrieron en intentar desacreditar a sus rivales señalando sus contradicciones y defectos. En cuanto el primero empezó, los demás siguieron. Seguro que hay quien espera y le gusta eso en un debate y tanto asesoramiento como tuvieron debía exigir ese peaje.

Por lo demás, los tres inauguraron un tratamiento informal de cierta confianza entre ellos tuteándose, de colegas metidos en la misma faena, que debe resultar simpático quizá al electorado más joven, pero que en mi opinión mellaba la seriedad del acto y de lo que se trataba.  En el mismo sentido, sólo Rivera consideró que debía completar su traje con una corbata, en su papel de aspirante al puesto ejecutivo más importante de la política española. Sánchez, que la usa habitualmente en su condición de diputado y líder de la oposición en el Congreso, decidió situarse entre dos aguas, traje sí, pero corbata no, con el cuello de la camisa blanca abierto. Iglesias, por su parte, compareció con la habitual camisa remangada, también blanca,  y los vaqueros.