Pacto necesario

Apoyo a una gran gran coalición

Tal como apuntaban las encuestas y las previsiones de los observadores, las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 en España han dado un resultado que fragmenta el Parlamento, acabando con la bipolaridad de los dos grandes partidos que aglutinaban un altísimo porcentaje del electorado desde el triunfo del PSOE de Felipe González en 1982.

La primera consecuencia es que lo que en elecciones anteriores quedaba definido tras el resultado, el quien gobernaría, ha sido sustituido por la necesidad de lograr acuerdos entre los diferentes partidos, al no haber obtenido ninguno suficiente apoyo. Esta interpretación del resultado es clara, confirmada por una reciente encuesta cuando el tiempo avanza sin que los contactos para la búsqueda de un acuerdo hayan dado aún fruto: la mayoría de los electores desean un entendimiento de sus representantes que haga posible, en un sistema parlamentario como es el nuestro,  que se forme un gobierno que permita avanzar afrontando los retos, poniendo en práctica un número relevante de las principales propuestas lanzadas en la campaña por los partidos que lo formen. Y se da una peculiaridad: sólo la alianza entre los que aún permanecen siendo los más votados, el Partido Popular, que reúne al electorado mayoritariamente conservador, en un espectro que va desde los bordes de la extrema derecha hasta la difuminada línea de separación con la izquierda socialdemócrata,  y es apoyado por las patronales empresariales, y el Partido Socialista Obrero Español, que aglutina a un electorado socialdemócrata también de muy heterogéneo origen, que tiene a su vez por su otro extremo una porosa línea de separación tanto con la izquierda más tradicional, comunista y post comunista, como por la izquierda más joven y novedosa,  apoyado por los sindicatos mayoritarios, lograría una mayoría absoluta muy cualificada (213/350),  capaz de gobernar sin trabas de la oposición imposibles de superar, habida cuenta de que a esta opción muy probablemente en las votaciones cruciales se sumaría uno de los partidos emergentes, Ciudadanos, con sus 40 diputados, que lograrían sobradamente los dos tercios exigidos para ciertos cambios en la Constitución que la sensatez y la legalidad exigen.

Habría otras posibles combinaciones para lograr los 176 diputados que constituyen la estricta mayoría absoluta para gobernar, pero incapaces, como acabo de apuntar, de abordar las reformas constitucionales que están en cuestión, y resultan aun más contradictorias que esta gran coalición, cuyo primer ejemplo inspirador es la repetida experiencia alemana de alianzas de gobierno entre el SPD socialdemócrata y la CDU-CSU conservadora, actualmente en ejercicio con Angela Merkel al frente.

A la falta de experiencia propia en estas coaliciones de los que aún siguen siendo los dos principales partidos, a pesar de los augures y de los deseos de los dos nuevos emergentes, Podemos y Ciudadanos, que justificaría la prevención y la incertidumbre que genera en sus dirigentes, obligados así a explorar la renuncia a una parte importante de sus postulados para poder converger  con el otro, hay que añadir la grave situación en la que se encuentra España, muy condicionada por un lado por la traumática experiencia de la crisis económica aún no superada, que sin entrar en la complejidad de los orígenes y las causas de que aquí haya sido especialmente virulenta, ha golpeado a los más débiles y dejado descolocado y maltrecho el Estado de justicia y bienestar sociales al que aspirábamos, incrementando la desigualdad,  con aspectos tan lacerantes como la vuelta de la pobreza aun en personas que tienen trabajo, y en consecuencia una marginación intolerable de una parte importante de la población, con todo lo que ello conlleva de infelicidad y pérdida de esperanza en el futuro.

Por otro por los movimientos centrífugos de algunas partes del país, principalmente País Vasco, Cataluña y Galicia, que pone en cuestión la  propia existencia del Estado en su configuración política actual, condicionamiento que viene siendo arrastrado desde el minuto primero de la aprobación de la Constitución vigente, que es necesario recordar fue fruto de un largo, laborioso y generoso acuerdo, que hizo posible dejar atrás, sin casi violencia, una dictadura de cuarenta años nacida de una rebelión  militar y la consiguiente sangrienta y terrible guerra civil que duró casi tres, y que precisamente ahora, se encuentran en un momento álgido debido a que uno de ellos, el catalán, ha alcanzado un gran desarrollo, habiendo logrado el apoyo de casi la mitad del electorado local, y habiéndose embarcado en una apuesta por romper la legalidad, ante la imposibilidad de lograr sus fines de manera legal, en un nivel de desafío inédito para el resto del país.

Ya el Estado tuvo que afrontar en estas décadas las consecuencias de un independentismo violento que protagonizó en el País Vasco la organización terrorista ETA, y los partidos tuvieron que aprender que era la unión en los valores consagrados en la Constitución, y el apoyo recíproco lo que les daba la fuerza necesaria para hacer prevalecer la voluntad de la mayoría y la legalidad. Afortunadamente, en Cataluña y en Galicia el terrorismo fue esporádico y mínimo, lo que constituye una gran diferencia, pero no para invalidar o excluir lo aprendido.

España, como nación jurídica cuyo destino está enfocado a la Unión Europea, tiene pues dos retos ante sí cuya importancia no establece supeditación alguna del uno al otro, ya que los dos son urgentes y merecedores de ser abordados ya con toda la energía, aunque cabe pensar que resolviendo el territorial se estaría en una disposición con diferencia mucho más favorable para arbitrar y defender medidas ante la crítica interna y externa, capaces de hacernos superar la crisis y prosperar, minimizando o evitando los daños y las víctimas, por una razón elemental que sigue siendo vigente: la unión hace la fuerza. El esfuerzo de remar coordinado y solidario hace avanzar con energía la nave.

En este sentido sería envidiable y muy provechosa una alianza que concentrara casi todo el arco parlamentario, que incluyera a Podemos y a los partidos nacionalistas respetuosos con la Constitución, pero quizá sea demasiado pedir… No lo es, en cambio, solicitar de los líderes de Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español, sin exluir a los que quieran arrimar el hombro, que antepongan el interés general al particular, el progreso del país, al progreso de sus territorios, sus partidos o sus carreras, asumiendo la responsabilidad de conformar un gobierno de concentración, con unos objetivos acordados públicos y bien definidos, que puedan ser expuestos en el discurso de investidura, para que las responsabilidades que cada cual asuma puedan serles exigidas por el electorado cuando haya que volver a las urnas.

La huelga del 14 de noviembre de 2012

Finalmente llegó este día y la nueva huelga general con la que avisaban los sindicatos,  cuando iban percatándose de lo que seguía haciendo el gobierno de Rajoy y el poco caso que se les hacía, se ha producido, haciéndola coincidir con convocatorias en otros países europeos.

La noche antes de su comienzo, tenía poca confianza en su éxito, pero conservaba la esperanza de equivocarme. No ha sido así. No sin cierta perplejidad, cuando salí a media mañana a la calle a ver en persona lo que estaba pasando, me encontré con que en mi barrio nadie había optado por seguirla. Ningún comercio, oficina bancaria, supermercado o local de hostelería estaban cerrados. La normalidad era absoluta.  Personas por la calle paseando o yendo a sus tareas y recados. Los repartidores al volante de sus camionetas, incluida la de Correos. Me acerqué a una gran superficie y la normalidad era plana. Me costó descubrir que había un coche de la policía nacional aparcado  discretamente entre otros muchos, cerca de la puerta principal. Luego seguí mi paseo y en una plaza encontré  la carpa de la campaña de prevención de la diabetes coincidiendo con su día de acción, con sus correspondientes colas de jubilados y transeuntes esperando a hacerse la prueba gratuita y recibir los consejos adecuados. Más adelante en el mercado del barrio me preocupé por recorrer las dos plantas y no había un sólo puesto cerrado. Seguí mi largo recorrido por esta zona del norte de Madrid y llegué, en Castellana, al gran almacén nacional por antonomasia, donde también entré, comprobando que funcionaba como debe ser habitual. Por el camino me crucé con innumerables terrazas donde había personas de toda índole, desayunando tarde o aperitiveando pronto, pero sobre todo tomando el espléndido sol del día radiante que hacía en Madrid, con una temperatura en torno a los quince grados.

¿Esto no tiene el aspecto de una descripción de una huelga general, verdad? Hay quienes, como Isaac Rosa, lo interpretan en clave positiva. Yo no.

Lo cierto es que ya pintaba mal desde primera hora, cuando el runrún del tráfico había sido puntual llamando a mi ventana. Cuando me asomé y vi el aparcamiento descubierto que oteo desde ella casi al completo. Cuando en las dos radios sintonizadas hablaban de una caída del consumo eléctrico por debajo del 15 %, apenas diferente al de la huelga de marzo, aunque sobre esto hay una interpretación que merece ser tenida en cuenta. Cuando sobre las nueve Alfonso Armada colocó una foto en un «tuit»,  donde aparecía la M-30 con bastante tráfico…

En fin, después, por la tarde, quedaba la manifestación. Ya que la huelga no había calado en la mayoría de la ciudadanía de esta zona norte de Madrid por donde yo había hecho el recorrido, podía aún ocurrir que la expresión del malestar ciudadano fuera multitudinaria y conmovedora.  Y así me lo pareció. Durante tres horas estuve sumado a la protesta,  viendo y fotografiando un río de ciudadanos con motivos para oponerse a las decisiones del gobierno.

En Twitter poco más tarde ironizaban sobre el modesto número de 35.000 participantes que la Delegación del Gobierno en Madrid atribuía a esta manifestación y no me extraña…Cuando en Colón hablaban los líderes sindicales, a la altura del Museo del Prado, a casi dos kilómetros y medio, la calzada de cinco carriles y sus aceras y jardines aledaños se encontraban aún repletas de manifestantes marchando hacia allí.

Paseo del Prado desde los jardines del Museo

La plaza de Cibeles, a las siete menos veinte, diez minutos después de la hora fijada para el comienzo de la marcha en Atocha, ya estaba llena mientras desde la puerta del Alcalá seguía incorporándose gente.

Cibeles desde la Puerta de Alcalá

Así estaba la plaza de Neptuno a las ocho menos diez.

Plaza de Neptuno

Mientras la sede del Partido Popular aparecía tan blindada como el Congreso.

Despliegue policial cerrando el acceso en la calle Génova construyendo un anillo de blindaje alrededor de la sede del Partido Popular

En definitiva, la huelga general no ha triunfado si la entendemos como la paralización de un país o por la obtención de un consenso abrumador a su favor, aunque puede que sí suponga un nuevo aldabonazo en las conciencias, cuyo efecto veremos en el futuro. Mi problema es, segura e inevitablemente, que la comparo con la de otro 14, el de diciembre, la que se le hizo a Felipe González. Entonces el país se quedó como suspendido en el aire, con la respiración contenida en un día tan espléndido como éste de noviembre. Y es que ya sabemos todos que la derecha sociológica se apunta como un sólo individuo a protestarle a un gobierno socialdemócrata, pero la izquierda sociológica, es más celosa de su pluralidad y más melindre, en seguida le hace ascos a unirse contra un gobierno conservador.

Es difícil saber cuales eran los motivos de cada ciudadano para haberse decantado por adherirse a la huelga o por no hacerlo. La actividad de las redes sociales facilita el leer muchas opiniones pero no el sacar conclusiones igualmente claras sobre cuales son las  opiniones mayoritarias, por lo que me remito a la propia de cada lector.

No obstante, si me gustaría constatar algunas conclusiones a las que he llegado sobre la huelga en sí y en particular sobre ésta:

La población del país se ha dividido entre los que han hecho un ejercicio de normalidad y no la han secundado, y los que, en cambio, les ha parecido ineludible como deber moral hacerla, incluyendo a aquellos que habiendo acudido a sus puestos de trabajo por motivos económicos o por temor a propiciar el perderlo, no han querido dejar de manifestar su protesta acudiendo igualmente a las manifestaciones programadas para la tarde en sus ciudades. De nuevo las dos Españas. Los primeros creo que son mayoría, a pesar de que los segundos no suponen un número desdeñable. Pero democracia obliga.

Segundo: Que la coacción sigue produciéndose de manera general por parte de los sindicatos convocantes a través de la actividad de los llamados incomprensiblemente «piquetes informativos», lo cual es aceptado de manera general por todos los que podrían evitarlo, como una necesidad, justificándolo en que es la única respuesta capaz de desactivar la coacción ejercida de muy diversas maneras por los empresarios y algunos poderes públicos en su contra, antes y después de haber sido convocada. Quizá sea un mal menor, pero a mi no me gusta. Me parece que violentar la libertad es un mal mucho peor que el que se pretende evitar. El fin no justifica los medios. Gandhi ya lo demostró, que había alternativas,  y a estas alturas su ejemplo, todo lo que de él se deduce, no puede no ser tenido en cuenta.

Tercero: Que una huelga general es un instrumento muy imperfecto para protestar políticamente, porque tiene un relevante coste económico que soportan de manera directa las empresas en su merma de generación de riqueza, las cuales tienen influencia sobre el gobierno, pero no son el gobierno, a pesar de que a veces esta afirmación resulta muy difícil de demostrar. Consecuentemente, dada la completa imbricación entre economía y ciudadanía, su ejercicio no deja de conllevar tirar piedras sobre el propio tejado. Y esa imperfección se ha incrementado con la generalización de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Ahora generar opinión y propuestas alternativas eficaces para enfrentarlas  a las que se critica o contra las que se protesta está al alcance de cualquier líder político o sindical. Hay cauces, aunque sean nuevos y a algunos les puedan parecer estrechos, que preservan la economía y permiten ampliar la masa de opinión. Empieza a ser irresponsable, dada la importancia capital que tiene, erosionar intereses económicos como instrumento palanca para confrontar propuestas políticas.

Cuarto: La idea de que no hay alternativa al acatamiento a la política de austeridad y recorte de los servicios sociales, dictada por Bruselas que promueve y lidera Alemania, ha calado hondo. Son tantas las voces que lo explican y lo reiteran,  que la conciencia colectiva se asume culpable o cree darse cuenta de que se encuentra atrapada en una compleja tela de araña de la que resulta imposible salir sino es con la connivencia y colaboración interesada de la araña. Y se muestra colaboradora.

Por último: No hay una izquierda estructurada y capaz de abanderar con ilusión, convencimiento y argumentos una acción política diferente a la que se nos propone. El desgaste de gobernar y el acomodo por hacerlo, el cambio generacional, la incapacidad para mirar lejos son algunas de las causas que inmediatamente se me ocurren…

Pero esto ya es otro tema.

Septiembre gris

Cuando todo parece inminente. Cuando vuelve el fresco a las mañanas y las tardes, empujado por el viento. Cuando las calles vacías de ciudades fantasma, como Madrid, ya presagian el retorno de los escolares y los atascos, De Guindos culmina una partitura cuya lectura suena bien, a falta de descubrir los detalles cuando la ejecute la orquesta. El lobo ajustando las alambradas para impedir a los colegas deslizarse en el corral a placer. Aunque parece que el cánido ha sido arrastrado a la colaboración por el pastor.

Es una contradicción más en un mundo donde cada vez es más difícil sorprenderse por las mismas, dado el número tan frecuente que hay, que le toque a un gobierno conservador ultraliberal quitarle autonomía o enbridar a la banca. Pero a ello le abocó el anterior, que no supo o no quiso hacerlo.

Mientras, España no pierde liderazgo en el mundo, no sólo porque anticipa lo que parece ser una próxima legislación comunitaria, sino porque Romney calca la estrategia de Rajoy -nótese también la alambicada similitud de ambos apellidos o la total de sus iniciales- para lograr su objetivo de tomar posesión en enero de la Casa Blanca, mostrándose como tranquilo buen gestor, soportando al ala más radical e ideologizada de su partido, y sentándose a ver pasar el fracaso de su rival.

Tampoco lo abandonamos en otros aspectos que no son el deporte -mi enhorabuena al Atlético supercampeón, especialista en bajar humos- como el tener ya el porcentaje de IVA sobre la cultura y el ocio más alto que nadie de la zona euro.

Para compensar tanta negrura en este comienzo de septiembre, o tanto liderazgo estéril, hay algunos que emprenden caminos que pueden marcar tendencia en el esfuerzo por recuperar el bienestar y la solvencia, no cada uno por su cuenta, sino como los mosqueteros, todos a una.