Gaza y la presencia próspera

Eran casi las doce de la noche del pasado viernes y veía al fondo las luces de la ciudad de Gaza y su entorno, el paisaje nocturno que emitían en directo varios canales de televisión, imágenes sin comentarios de la señal que registraba una cámara fija que cabía imaginar como las de tráfico, aupada a un poste. De sonido ambiente el ruido sordo que recordaba al de un generador, pero que disparaba la imaginación: Podría haber sido  una trituradora gigante avanzando pesada y lentamente sobre cadenas, como los blindados israelíes, capaz de no dejar piedra sobre piedra en los 360 Km cuadrados que ocupa el territorio. Miraba al horizonte, intentando distinguir qué pasaba, si algo se movía, algo explotaba o se desintegraba en un relámpago de fuego, pero el aire en ese espacio oscuro respiraba detenido, como inerte ya, presagio siniestro de los muertos que desde entonces se han ido sucediendo.

Los medios de comunicación cada vez más intentan retransmitir la guerra en directo, y a no tardar mucho conseguirán que la sangre salpique la lente de la cámara.

Con esta operación militar protagonizada por el ejército de Israel se está consumando otro zarpazo a la paz, que nadie verdaderamente debe querer puesto que no se consigue. Pasan las décadas, las reuniones, los premios Nobel de la paz, y las que transforman el paisaje y las vidas son las guerras.

Es difícil no pensar que el objetivo beneficiado a corto plazo de todas ellas no haya contribuido de manera determinante a que todo de nuevo esté sucediendo así. No se puede demostrar que todo responda a un meticuloso y alambicado plan, que de satisfacción a intereses geoestratégicos y económicos, que acepta un indefinido largo plazo y tendría como máxima algo así como “Cualquier cosa que suceda, tanto lo que controlamos como lo que no, debe ser aprovechada para expandir nuestro territorio, elemento necesario para consolidar la viabilidad y seguridad del Estado hebreo”, pero los hechos apuntan a esa lógica.

No se si alguna vez los inspiradores y fundadores del estado de Israel contemplaron otra diferente: la vía de la presencia próspera. La que beneficiara a todos los implicados. La integradora bajo unos mínimos estables de convivencia y respeto. La que dejara en el apartado de lo no básico las diferencias e hiciera valer como sustento lo igualitario, lo compartido. La que así propiciara el desarrollo de todas las personas, su prosperidad y su bienestar, de manera independiente de su credo, su raza, su lengua o sus costumbres. Pero si se que es la única vía que tienen para erradicar la espiral absurda que ahora conduce a la violencia mortal, alimentadora y alimentada por el odio y el ansia de venganza.

Parece ridículo -por obvio- tener que recordar algo evidente para cualquier observador externo, como es lo que alimenta el conflicto, pero no debe serlo si nos atenemos a la persistencia y reiteración de lo que sucede: El agravio permanente, el despojo de sus tierras, la humillación, el aislamiento, el corte o la ausencia de los suministros elementales para vivir, como la electricidad y el agua, el ser un pueblo subsidiado donde resulta imposible hacer planes vitales de futuro… Esto siempre va a generar una respuesta de rechazo, de rebeldía, que inevitablemente devengue en violencia igualmente cruel y estúpida, porque la violencia engendra violencia. Nunca Israel va a disfrutar de la paz si no se pone al servicio de la prosperidad y el bienestar de su vecino. Debería hacerlo aunque sólo fuera por egoísmo,  por conseguir lo mismo para sí, pero ante todo porque es lo justo, lo que debe de ser. Además, si se diera cuenta de esto, sin duda le costaría menos aceptar este planteamiento.

Con la simplicidad de un slogan, hay que decirle a los gobernantes de Israel: “No hay que tirar misiles «inteligentes» -frente a los comparativamente rudimentarios cohetes de Hamas- que destruyan casas y edificios públicos, incluidos escuelas y hospitales, hay que lanzar inversiones, disposición a la comprensión y amistad”. No hay que insistir en la fórmula de la propaganda y el hostigamiento, de descalificar al contrario y asignarle sin más explicación, sin contar con la Historia, el papel del terrorista. Para entender a ese contrario sólo hay que ponerse en su lugar. No hay otra manera de obtener la paz.

Me ha resultado reconfortante y esperanzador que un judío ilustre como David Grossman haya escrito esto recientemente con motivo del septuagésimo quinto aniversario de la fundación del estado hebreo.

Derecho de veto

La Corte Penal Internacional la pasada primavera no reconocía a Palestina, lo cual me hacía reflexionar en ese momento sobre la oportunidad de pedir la superación de los márgenes que se establecieron en la refundación de la ONU, tras la Segunda Guerra Mundial.

Resultaba que lo que impedía que la Corte aceptara juzgar los hechos que los palestinos reiteradamente denunciaban, no era que los mismos fueran irrelevantes o por su carácter improcedente su sometimiento a dicho tribunal, sino que la ONU, de quien éste depende, y de quien recibe la legitimación, establece que son los estados los que pueden demandar justicia y Palestina no lo era. Y no lo era porque Estados Unidos de América dispone de derecho de veto y su diplomacia siempre se ha mostrado seguidista de las tesis de Israel sobre este asunto.

Ahora, no se por qué mecanismos, sin que Palestina haya alcanzado su reconocimiento como estado de pleno derecho, ya que el reconocimiento es como estado observador, lo cierto es que esta puerta de recurrir al tribunal penal se le abre, y el viento del reconocimiento internacional sopla a su favor.

Las tesis israelí y estadounidense se mantienen inalterables en cuanto a la inconveniencia de recurrir a este tribunal por parte palestina, de cara a no empeorar o imposibilitar una necesaria, y reconocida por ambas partes, reanudación de la negociación bilateral para establecer una paz firme y duradera en la región, lo que es interpretable como otro factor más de presión por parte de Israel sobre su interlocutor. También porque no parece aceptar de buen grado que las posibles denuncias sobre algunas de sus acciones puedan ser consideradas por el tribunal negativamente y devenguen en condenas.

Es lamentable que la legalidad internacional que representa este tribunal de la ONU, inspire desconfianza o prevención en uno de sus miembros y que prefiera un «vamos a arreglarlo entre nosotros» partiendo, eso sí,  de una posición de predominio y de fuerza evidentes.

¿Qué posibilidades hay de lograr que un acuerdo en esas condiciones sea justo, factor imprescindible para que sea respetado y el transcurso del tiempo no lo invalide? Los que creen en esta posición forzada y predominante, que no respetaría las fronteras de 1967 que, en cambio, incluso Estados Unidos apoya con firmeza, todavía son mayoría en Israel, lo que deja apenas un resquicio a la esperanza de conseguir un acuerdo y una paz justas en la región.