Coronavirus: impresiones de una crisis inédita (III). Partidismo

Si se pudiera hacer una estadística de qué sentimientos predominan en las personas enfrentadas a una amenaza como esta pandemia del coronavirus Covid-19, que pone en grave riesgo nuestra vida, seguro que se lograría establecer un listado no muy amplio de patrones, a pesar de que cada uno somos un mundo y reaccionamos según una multitud de factores.

No me cuesta imaginar al ciudadano que, desconocedor, de pronto va recibiendo una batería de estímulos, desde los imperativos restrictivos del Gobierno, con el decreto del estado de alarma, a los impactantes números crecientes de infectados y muertos, y que ello le provoque ir pasando por diferentes estados de ánimo, como si estuviera montado en una montaña rusa. A veces pesimistas, donde es capaz de ir viéndose dando, uno tras otro, todos los pasos hasta llegar al ataúd cerrado y depositado en un zaguán: los primeros síntomas, la inquietud y el miedo, la llamada de ayuda, el ingreso, la pérdida de la autonomía y el quedar en manos de otros donde el caos parece ser el dueño, el dolor, la angustia, la pérdida de la esperanza…Y optimistas otros, donde la confianza en que tendrá suerte, en que el virus pasará sin mirarle, -y si no lo hace encontrará en la suya una salud inexpugnable-, y no percibe, por tanto, lo cerca que puede estar del final y, como consecuencia, siente el convencimiento de que le sobrará el tiempo de vida necesario para ver la culminación de los proyectos que tiene en marcha, que volverá a besar a los que quiere, a disfrutar del mundo que conoce, a descubrir todo por lo que sigue sintiendo curiosidad… Cuando la pesadilla pase, la amenaza cese y acabe el encierro.

Me resulta más difícil ponerme en el lugar, en cambio, de la persona en la que predomina la indignación, la que no es capaz de ver la evidencia aunque le de unas palmaditas en el hombro y busca una cabeza de turco donde volcar toda su frustración y su miedo. O se deja embaucar por la inercia politiquera de que cualquier cosa vale para atacar al Gobierno que no siente suyo.

Por eso me ha parecido inoportuno e injusto el baqueteo de cacerolas que comenzó hace unos días a las nueve, justo una hora después de los merecidos aplausos de agradecimiento al mundo sanitario, que trabaja heroicamente en primera fila contra la pandemia, y por extensión a todos los que mantienen su actividad para hacerlo posible, y a nosotros, los demás, a llevar y sobrellevar el confinamiento. Pero -reconozco- que quizá no debería llamarme la atención, si me acuerdo del precedente reciente dedicado al Rey, durante su último mensaje al país. Y es que el populismo hace furor, está de moda, y casi nadie, si tiene la ocasión, renuncia a agitar a la gente a favor de sus tesis o sus intereses.

Pedro Sánchez no es santo de mi devoción y rara vez me creo su personaje -ya lo he dicho en otras ocasiones- pero sobre las decisiones que ha tomado, desde que esta crisis se asomó a nuestras puertas, no creo que ningún otro político en activo del panorama español lo hubiera hecho mejor. Bastaba mirar el miércoles, en la sesión del Congreso para aprobar la prórroga por otros quince días del estado de alarma, la cara de Casado y los gestos que producía inconscientemente cuando escuchaba desde el escaño como otros intervinieres le criticaban, para saber que él y Sánchez están hechos de la misma pasta.

Gobernar no siempre es elegir entre lo bueno y lo malo, sino muchas veces entre lo malo y lo peor. Si ya lo primero no está al alcance de todos los políticos, porque requiere la inteligencia para reconocer las dos cosas, lo segundo suele dejar vacía la candidatura. Quizá esto se pueda aplicar a la decisión de no adelantar la orden de confinamiento e impedir la multitudinaria manifestación del 8 de marzo. Pero no creo que cualquier otro en el puesto del Presidente no hubiera hecho exactamente lo mismo.

Tiempo habrá, espero, para confirmarlo o no, y también para delimitar y recordar las responsabilidades de cada uno en la solución de este problema. Queda aún mucha gestión por realizar, muchas decisiones difíciles que tomar, tanto para el Gobierno como para los partidos de la oposición. El virus sigue ahí, y nadie sabe con certeza cuanto se va a quedar.

Lo que ahora procede es juntar fuerzas, apoyar de manera incondicional. Sí, incondicional. Criticar: ¡claro!, lo que honestamente se considere mejorable, pero en privado, para ayudar. Lanzar invectivas feroces e hipócritas, como el miércoles se hizo en el Congreso, aprovechando la difusión mediática, sólo sirve para obtener lo contrario: dividir a los ciudadanos, y propiciar conductas que van en contra del fin primordial de acotar al virus y evitar el derroche de víctimas. Y a eso se le puede calificar de muchas maneras, pero ninguna de ellas como patriótico.

Coronavirus: Impresiones de una crisis inédita I

El sábado 14 de marzo de 2020 en Madrid empezó con un paisaje desconocido. Podía recordar por las calles semi desiertas a un lunes sobre las cuatro o cinco de la mañana con la ciudad durmiendo; todos los locales de hostelería y comercio cerrados, los muebles de las terrazas apilados, y un silencio espeso solo arañado por algún gato en celo, algún vehículo pasando recogiéndose con prisa, o un viento tenue que acunaba las hojas secas en los alcorques. La sensación era de estar hollando un terreno desconocido cuyas nubes negras sin embargo en el plano económico eran patentes, lo que impedía meterse en la cama en las condiciones necesarias para conciliar pronto el sueño.

Al día siguiente el sol calentaba las ventanas y las aceras, aunque prácticamente nadie se asomaba a las unas ni transitaba por las otras. La recomendación del Gobierno español de no salir de casa, si no era estrictamente necesario, ponía por delante un día totalmente hogareño: las pequeñas reparaciones domésticas pendientes, los armarios por ordenar, los libros por empezar o por terminar, las cartas por escribir…reclamaban la atención.

El Presidente había convocado a la prensa a las 14:00 para explicar los términos del decreto que el Consejo de Ministros estaba preparando sobre el estado de emergencia para hacer frente a la epidemia del coronavirus (Covid19), pero el retraso en la comparecencia no transmitía confianza en el resultado. Además, el hecho de que el Vicepresidente, que era lógico esperar que diera ejemplo de lo que proponía su Gobierno, se hubiera apuntado al Consejo rompiendo la recomendada cuarentena, provocada por el positivo de su mujer, no ayudaba. Era muy probable que se estuviera produciendo un enfrentamiento sobre las medidas a tomar y no sólo sobre la dimensión de las mismas. Al final, pasadas las 21:00, Sánchez compareció y supimos que el Consejo había terminado a las 18:00 y la concreción de las medidas económicas, la parte más sustantiva de lo que se esperaba, se había pospuesto al martes siguiente.

Finalmente ayer, tras un Consejo también muy debatido y prolongado sobre su hora de finalización, supimos por la comparecencia del Presidente, el alcance de las medidas que acompañarían a lo que ya se sabía -porque lo reflejaba un borrador que había circulado entre los periodistas los días anteriores- y se había concretado: principalmente que el Gobierno tomaba el mando en la gestión de la crisis sanitaria a nivel nacional, superando las competencias de las comunidades autónomas, conforme a lo previsto en la Constitución, y el confinamiento en sus casas de buena parte de la población. La dimensión del compromiso económico anunciado, la redonda cifra de 200.000 €, entre aportación directa y avales, junto a las iniciativas a favor de los más débiles del tejido social, fueron bien recibidos por los mercados que dieron un respiro a la Bolsa, que recuperó una parte de lo perdido hasta entonces.

Pero el impulso duró poco, apenas para tomar aliento, hoy, miércoles 18, de nuevo ha retornado a los números rojos perdiendo un 3,44 %, quedando en 6274,8. Teniendo en cuenta que hace sólo un mes flirteo durante tres días con los 10.000 puntos se puede calibrar el impacto que la epidemia ha tenido hasta ahora en la economía española.

Mientras, la mayoría de los ciudadanos hemos ido asimilando nuestro encierro voluntario, ya que ninguno tiene un guardia en su puerta esperando a que la abra -aunque hay excepciones y las patrullas de policía, Guardia Civil o el ejército ejercen su función disuasoria y en su caso la labor encomendada de impedir la ociosidad en la calle- y hacemos caso de la petición del Gobierno para que nos aislemos y de esa manera le quitemos los puentes al virus, paralizando su avance. Labor imprescindible para lograr impedir el colapso del sistema sanitario, que no puede absorber, ya saturado, una afluencia masiva de contagiados.

No obstante quedan en activo los que trabajan en sectores imprescindibles para hacer frente a la crisis, y en primera fila el sanitario ya aludido, pero también la seguridad, el transporte, el comercio alimentario, la limpieza y parte de la administración. A su lado muchas empresas que se lo pueden permitir porque la presencia física en buena parte de su actividad ya no es imprescindible, como la banca. Ello aminora el terrible efecto de una sociedad ralentizada pero no totalmente parada, porque eso equivaldría a lo que le ocurre a una bicicleta cuando se detiene, que pierde el equilibrio y se desploma.

Es difícil prever como va a evolucionar esta situación inédita, cuánto puede empeorar. Hay noticias de que podemos mantenerla durante semanas e incluso meses, habida cuenta de que la evolución del contagio no ha llegado a su punto culminante y aún no hay tratamientos médicos eficaces contrastados. Se busca una vacuna, y aunque China y Estados Unidos dicen que ya tienen una, los expertos opinan que no estarán disponibles para tratar a la población en muchos meses, es decir, cuando hipotéticamente esta ola epidémica ya haya pasado y nos encontremos a la espera de la siguiente. La OMS acaba de proponer un gran ensayo clínico a nivel mundial, y ello resulta esperanzador porque muestra la conciencia de lo imprescindible de una colaboración internacional para superar, en el menor tiempo posible, esta devastadora amenaza.

Mientras, espero que países donde el virus no ha llegado –ya quedan pocos– o están empezando a sufrir sus consecuencias, puedan aprovechar la experiencia de los que les precedemos, tanto las buenas -de momento parece que Corea del Sur se lleva la palma- como las no tan buenas.

Como toda realidad compleja, aun de las más negativas como ésta, tiene alguna arista positiva: espero, como mínimo, que la solidaridad entre extraños y la conciencia de que somos un solo mundo y una sola humanidad, que están emergiendo sobre la dificultad, el egoismo y el despropósito, se consoliden, y cuando controlemos el virus, tengamos un mundo mejor.

España: Sánchez Presidente, Iglesias Vicepresidente

He estado al tanto a ratos de la escenificación en dos actos de la investidura como presidente de Pedro Sánchez, tras el acuerdo alcanzado con Esquerra Republicana de Catalunya para que lo permitiera. Y mi impresión es difícil que sea más desalentadora. Perplejidad por como se ha llegado hasta aquí y poca esperanza en el futuro, fruto de una honda incertidumbre.

Me resulta muy complicado imaginar qué va a lograr realmente en beneficio del conjunto de los ciudadanos el Gobierno que inmediatamente se forme. Se nos promete colaboración y franqueza entre los dos socios que van a componer la coalición, pero eso sería más creíble si no tuviéramos la constancia de que las dos personas que lideran sus partidos tienen una pobre opinión el uno del otro. Sentimientos que en mayor o menor medida comparten las cúpulas dirigentes que los rodean. ¿Debemos pensar que esto ha cambiado en las últimas semanas porque han descubierto nuevas facetas y cualidades respectivas que antes desconocían, o más verosímilmente que ante el abismo de no lograr ninguno sus objetivos personales y políticos, han alcanzado la razón práctica y convenido una alianza estratégica? Algo así como «vamos primero a lograr subirnos al tren, que muy improbablemente volverá a pasar, y luego en marcha ya veremos quien sale arrojado por una ventana o es depositado en forma de cadáver político en alguna estación». No ayuda a disipar esta impresión haber tenido constancia infinidad de veces de que ambos son capaces de mentir con soltura, y parece que sin remordimiento, si la situación lo exige. ¿Cuándo no mienten? Y sobre todo: ¿A qué se han comprometido que no puedan hacer público? ¿Qué diferencia hay entre lo que expresaban en campaña y por lo que se les votó y lo que ahora quieren intentar? ¿En definitiva, respetan la palabra que le dieron a los electores cuando solicitaban su voto, o creen que el hecho de haber sido elegidos les da carta blanca, les legitima para hacer y deshacer según lo necesiten? Son las preguntas que de manera muy desazonadora quedan flotando en la conciencia del receptor al escucharlos, incluso cuando desgranan medidas sociales de su programa cuyo espíritu puede compartirse, como es mi caso.

Si, además, repaso la lista de socios que los han subido al tren no noto ningún consuelo. Pienso en Esquerra, que fue quien en la penúltima legislatura no le permitió a Sánchez continuar con su experimento de Gobierno al no apoyar sus Presupuestos Generales, tras el éxito de la moción de censura…Es decir, el actor que ha desencadenado todos estos meses de incertidumbre y parálisis política. Eso sin que tenga en cuenta la sinceridad de la Sra. Bassa en la sesión de esta mañana sobre su compromiso con el interés del país.

Tampoco si pienso en el PNV, que no deja de ser un partido nacionalista vasco y que, con la misma franqueza que mantiene este rasgo en su nombre, sin duda con mayor inteligencia y sutileza que otros, suele negociar muy provechosamente el precio de sus apoyos al Gobierno. Como soy de los que piensa que no es posible servir a dos intereses a la vez, planteado en esos términos de lo tuyo y lo mío, intuyo que lo que obtengan para los que viven en el País Vasco será a costa del resto de los españoles, o como mínimo en detrimento de la igualdad de los mismos que proclamamos en la Constitución. Me encantaría equivocarme.

Me infunde preocupación, por tanto, pensar que el arma de no apoyar la aprobación de los Presupuestos Generales vuelva a ser usada interesadamente, si alguna exigencia «política» de las expresadas por Esquerra y el resto de los socios de los 167 votos -que parece lógico suponer que se han acordado y están reflejadas en algún sitio, aunque sospechosamente no se hayan hecho públicas- no se cumple a su satisfacción, y volvamos entonces de nuevo a la convocatoria de elecciones, la interinidad, el tiempo perdido y el empantanamiento.

Lo positivo que aprecio, si esto ocurriera, es que el panorama en la izquierda que va a gobernar y compite por un buen trozo del mismo espacio electoral, seguramente quedará un poco más despejado…Claro que todo, como es sabido, es susceptible de empeorar y este proyecto compartido y la no descartable lucha entre los dos líderes alfa puede no obtener apenas resultados, o algunos no deseados, lo que supondría dejar a la grey desatendida, y encontrársela mermada cuando se la vuelva a prestar atención, lo que auguraría a los dos partidos una larga etapa de irrelevancia. Y es que nadie parece tener en cuenta las barbas del vecino.

Ya se qué votaré

Llevo tiempo, mucho, acusando la decepción que me producen, y como consecuencia un cansancio profundo, cuando miro a los líderes políticos. Se ha producido un relevo generacional, casi todos son jóvenes de la nueva hornada y, sin embargo, no acabo de pillarles la gracia a ninguno. Se ha instalado la media verdad -cuando no la torpe mentira- en todos sus discursos y no puedo soportar tanta falta de respeto.

Pienso a veces en los periodistas que en estos casi nueve meses de gobierno, desde que Pedro Sánchez accediera a la Presidencia mediante la primera moción de censura ganada en el vigente periodo democrático, ya le llaman con soltura «presidente», convencido de que para hacerlo han tenido que sufrir un pesado proceso de digestión de la realidad, ya que no creo que antes de que accediera al puesto le tuvieran en gran consideración. Justificadamente, en mi opinión: no había hecho nada digno de recordar, más allá de lucir palmito y aprovecharlo para capitalizar el descontento de los afiliados del partido, aferrándose con ello, contra viento y marea, al puesto de trabajo de secretario general del PSOE, del que sus compañeros, de manera algo rocambolesca y turbia, le habían apartado, por importantes discrepancias con sus planteamientos volubles sobre Cataluña.

A ese proceso de reconsideración ha contribuido -sería injusto no mencionarlo- que sorprendiera con la audaz maniobra de expulsión de Rajoy, que nos libraba de la vergüenza de tener un Gobierno declarado corrupto por la Justicia, y con la posterior formación de uno de cierta altura, repleto de mujeres, y que haciendo honor a las trayectorias profesionales de sus miembros, no se demorara en ponerse a trabajar en las líneas de reformas socialdemócratas que cabría esperar del mismo. Al final, los deslices en algunos nombramientos iniciales (Maxim Huerta), el flirteo con las malas compañías (Dolores Delgado), o algunas incongruencias recientes sobre el nivel de exigencia moral (Pedro Duque, Pepu Hernández) y los errores (como el Consejo de Ministros en Barcelona), no invalidan una labor interesante y reconocible en favor de la presencia de España en el concierto internacional, la corrección de la desigualdad, la justicia social y la histórica, y la buena voluntad respecto a Cataluña.

Con todo, sigue pareciéndome poco reflexivo y no acaba de inspirarme toda la confianza que me gustaría tener en un presidente del Gobierno. No se si verdaderamente tiene un plan para resolver todos los problemas que nos afectan ni si sabe cómo llevarlo a cabo. El grotesco asunto del «relator» y los 21 puntos del independentismo catalán, cuyas versiones de lo ocurrido son diametralmente diferentes no ayuda a ello, más bien lo alimenta.

Nunca he llamado «naranjito» a Albert Rivera, por el respeto que creo que le debo a todas las personas, y especialmente a las que nos representan, sin perjuicio de las críticas que pudieran sugerirme, pero reconozco que últimamente me cuesta no asociar la persona al mote. Y es porque, desde la experiencia de las últimas elecciones andaluzas, su grado de inconsistencia ha aumentado de tal manera que le miro esperando oírle soltar cualquier suerte de incongruencia o eslogan poco afortunado.

Hubo un momento en que me pareció capaz de desempeñar un papel de derecha moderada, de aglutinar a todo ese electorado conservador pero razonable y democrático, cuando se planteó la gran coalición en 2016, como líder flexible y receptivo hacia planteamientos socialdemócratas, sin abandonar su liberalismo económico, y con el plus de conocer y defender Cataluña desde dentro, y ahora me pregunto en qué ha quedado todo eso, qué pensarán cada uno de los intelectuales catalanes del nutrido grupo que propició el nacimiento de Ciudadanos. Al final da la impresión de que la enorme expectativa que despertó, cuando parecía que podía llegar al Gobierno a la primera oportunidad, se ha convertido en una frustración nerviosa que le atenaza y descabala, que le desnuda de ideas y convicciones profundas, mientras el aparato que le rodea en ese partido de rebotados trabaja exclusivamente en cálculos y estrategias electorales.

Respecto de Pablo Casado solo puedo decir que no encuentro un ápice de sintonía. No me inspira ninguna confianza. Cero. Además de no coincidir en ninguno de los planteamientos ideológicos que ha expuesto, me parece un manipulador sistemático, sólo sufrible por aquellos que coinciden con él en sus reflexiones anticuadas y catastrofistas, con profusión de palabras altisonantes. Ayer parecía exultante, como si se viera ya apareciendo por el porche de La Moncloa para dar una rueda de prensa como nuevo presidente. Y lo peor es que no va muy descaminado.

Finalmente Pablo Iglesias, por cerrar el círculo de la juventud, con el que podría decirse que mantengo grandes diferencias de interpretación sobre la historia reciente y sobre como tratar los nacionalismos, aunque coincida con él en la sensibilidad hacia algunos asuntos sociales, parece que ha aprendido la lección de lo negativo de precipitarse, pero no ha abandonado del todo el dogmatismo ideológico, ni su demostrada capacidad para maniobrar entre bambalinas con medias verdades, ni para cultivar su narcisismo carismático. Sería muy mala noticia que su poder de interlocución acabara siendo poder de decisión en asuntos como el de Cataluña.

Así que lo he tenido claro cuando oí ayer por la mañana que el 28 de abril volvería a votar: este gobierno aún no ha consumido su tiempo, apenas lo ha tenido para desarrollar su programa. Ojalá lo obtenga, también con mi voto.

Conversaciones imaginadas: Albert Rivera con su novia, Beatriz Tajuelo

_ Sí, lo sabía, pero no acabo de entenderlo ni aceptarlo. Pensaba que habría un orden cuando llegaran estos momentos clave, que organizaríais el trabajo de forma que hubiera un instante cada día en que se pudiera echar el cierre y hasta la mañana siguiente, aunque de nuevo hubiera que levantarlo temprano. No me parece sano que estés pendiente del teléfono hasta cuando duermes. ¿Qué ocurrirá si acabas siendo presidente del Gobierno?

Tienes, además, gente de confianza con la que te puedes turnar: no necesitas estar tú  atento a cualquier movimiento que hagan los demás.

Siento que sea así, pero lo llevo mal. Cada vez peor. ¿Cuántas veces hemos cenado juntos estas dos últimas semanas..? ¡Una, y llegaste a las once y media al restaurante, como hoy!

_ Tienes razón, Bea…Sí lo se, pero ya sabes que llevo un tiempo desbordado, nervioso…Esta iniciativa de apoyar al PP, a la que la ejecutiva me ha empujado, no me acaba de convencer…¡Tanta estrategia! Fernando y Juan Carlos lo tienen claro, hay que capitalizar nuestra fuerza, pero yo me encuentro entre la espada y la pared y la sensación cada vez más nítida, a medida que avanza el envite, de que prefería la pared. Ahora siento que estoy exponiéndome a unir mi suerte no ya a la del PP, sino a la de Rajoy.

Es verdad que España no se puede permitir una dilación indefinida con un Gobierno en funciones -lo siento así, mira hoy mismo, si no creo que el presidente del Gobierno español tendría que haber estado presente en la reunión con Merkel, Hollande y Renzi para tratar el futuro de la Unión tras el triunfo del Brexit- pero la impresión de que Rajoy se sale con la suya de permanecer y nos impone este calendario retorcido me quema, porque puede terminar acabando no sólo conmigo, también con Ciudadanos.

Yo no creo que con Rajoy al mando la corrupción sistémica se pueda erradicar como tampoco mejorar lo de Cataluña; lo he dicho veinte veces veinte en la ejecutiva y a los colaboradores, y a ti misma, porque creo, por un lado,  que es uno de los nodos de la trama,  no el principal, ni el origen, pero sí uno más de los beneficiados por los sobresueldos y, un poco a imitación de aquello que se dice de Franco, testigo de la corrupción de los demás, lo que crea una suerte de equilibrio sólido de contrapesos. Por el otro su irritante pasividad sólo ha hecho que crear independentistas dejando que su discurso falaz, sin contra argumentos, crezca como una bola de nieve. Parece que lo único que sabe es resistir -acuérdate del tuit a Bárcenas o cómo sostiene a Barberá- y que la justicia no logre y acabe estimando que hay pruebas definitivas para una condena firme.

_ Sí, ya lo se, pero tienes que enajenarte de vez en cuando del partido…Aunque sólo sea por lo que te he dicho alguna vez: que es la única manera de tener nuevas perspectivas que den lugar a nuevas ideas.

_ Mi primera opción ha sido siempre lograr un pacto constitucionalista de los dos grandes partidos con nosotros ejerciendo de elemento aglutinador y renovador. Eso consolidaría Ciudadanos, y en la medida en la que pudiéramos atribuirnos ciertas reformas nos haría crecer…Incluso podría hacerme presidente. Ya se lo dije a Pedro Sánchez, que si nuestro pacto no lograba el gobierno seguiría intentándolo. Aunque es verdad que este resultado en las segundas elecciones nos ha debilitado y nos aboca a este papel un poco mamporrero.

Con él he hablado hoy mismo, que me ha llamado para reprocharme que tenga a medio partido unido al coro que le exige que se abstenga y permita a Rajoy ser presidente de nuevo…Y he tenido que recordarle que ese acto de generosidad patriótica, de demostración de que el interés del Estado prevalece en su acción política sobre el legítimo también interés partidista o personal, es lo que juntos le exigimos al PP cuando el candidato a la investidura era él, y con la cara de cemento que los caracteriza contestaron «no» y abortaron esa iniciativa que con tanto esfuerzo habíamos logrado. Esa es la diferencia moral -le he dicho-: puesto en la misma situación tu no puedes hacer lo mismo…

_ ¿Y qué te ha constestado?

_ Que tras la segunda votación fallida de Rajoy del 2 de septiembre, espera el encargo del rey y que yo esté dispuesto a mantener esta actitud positiva, pero esta vez hacia su proyecto pactado con Podemos…

_ ¡¿No?!

_ Lo que oyes. Está empeñado en ser quien promueva el cambio constitucional que de encaje a los nacionalismos…

_ ¿Y se olvida de que necesita dos tercios y de la mayoría adversa del Senado?

_ Está convencido de que si en el Congreso logramos un acuerdo constitucional con los nacionalistas los populares serán incapaces de no aprobarlo.

_ Me fundes los plomos, ¡otro espíritu mesiánico! ¡Qué peligro! Anda, vamos a pedir que son las doce y cerrarán la cocina…

Desinformación

 

Al final la táctica se impuso sobre el interés del país: la XI legislatura concluyó en aborto.

La estadística no debe mostrar suficientemente el hartazgo que nos produce a los ciudadanos este frenazo en el desarrollo de la normalidad política, como lo es seguir avanzando en la resolución de los problemas, la mejora de las condiciones de vida y el aumento de las oportunidades de toda índole, en definitiva sustentar la esperanza de las generaciones en el futuro, porque los datos que haya ofrecido sobre este asunto no parece que hayan sido tenidos en cuenta. Hartazgo al que contribuye esa disolvente sensación de inevitabilidad de lo ocurrido, de que no tenía remedio, de que con esos mimbres protagonizando la escena era imposible obtener el cesto, todo lo cual tanto debiera preocuparles a los políticos, por lo que supone de alejamiento de lo público, de retracción de los individuos a sus asuntos exclusivos, de pérdida de interés por lo común y aumento del ombliguismo y la insolidaridad, y en definitiva de retrato de sí mismos.  Cualquier político honesto, cuyo fin primordial fuera mejorar la sociedad en la que vive, debería temer y evitar ese panorama -el rechazo de esa sociedad o en el mejor de los casos su falta de complicidad,  su indiferencia- como el peor posible para lograr ese objetivo…Pero no parece ser así aquí en España ahora, sin que me consuele echar un vistazo allende estas fronteras, donde puede ser peor.

Precisamente hay observadores alejados que aprovechan esa circunstancia para desarrollar opiniones muy interesantes sobre las razones del fracaso, como la baja calidad -ya apuntada- de los protagonistas políticos, dada la pérdida de prestigio y reconocimiento económico que tiene esta carrera, que desincentiva las vocaciones de los más capaces o mejor preparados. O sin centrarse en las personas, reconocer que el devenir político, a pesar de las dificultades evidentes -crisis económica y crisis de identidad- tiene una inercia de funcionamiento democrático no desdeñable, amparado por la pertenencia a la Unión Europea, y por tanto la situación no es tan grave como lo era tras la muerte del dictador Franco, donde una decisión equivocada conducía al abismo, lo que permitiría un cierto grado de irresponsabilidad de los actores.

Como complemento a estas interpretaciones, que en buena medida comparto, a mi me llama especialmente la atención y me acongoja, la pobre calidad del mensaje que se maneja. Es probable que sea la propia estructura actual de la comunicación lo que lo propicie, que se desarrolla en cauces diferentes a los que conocíamos los que crecimos antes de la llegada de esta evolución tecnológica, cada vez más urgida de ser inmediata y mínima, cuyo paradigma es Twitter y sus 140 caracteres, y en consecuencia carente del filtro de la imprescindible sedimentación. También el uso generalizado de las redes sociales y los medios digitales, al que todos accedemos y deja a los profesionales flotando desperdigados en esa marea. Pero, sobre todo, la responsable es la propia renuncia de los políticos a comprometerse con la emisión de un mensaje nítido y completo que los defina, que exponga adecuadamente su pensamiento y su programa, las medidas concretas mediante las cuales pretenden alcanzar los objetivos que proponen. Sus itinerarios. Parece que se sienten cómodos ahí, en la superficie, chapoteando en esa sopa de mensajes simplones, de lugares comunes, conscientes de que no definirse los beneficia. Y con ello muestran lo poco que confían en la capacidad del electorado para entender argumentos complejos. Claro que tambíen puede ser que ni siquiera ellos entiendan tales argumentos, por ejemplo los económicos, y por tanto se sientan incapaces de reproducirlos o defenderlos sin quedar en ridículo.

Como sea, lo cierto es que a los receptores de información lo que nos llega siempre son slóganes, que apenas definen nada, cuando no sencillamente son invitaciones al despiste, a tragar bulos, o en el mejor de los casos medias verdades, lo que en definitiva no es más que una visión parcial de la realidad y en consecuencia son en buena parte una falsedad.

Todo esto me produce una desconfianza importante hacia los candidatos. Me empiezo a preguntar  sobre sus verdaderas intenciones, principalmente si defienden los intereses comunes o los suyos propios o los de sus afines. También qué concepción del futuro colectivo tienen, no sólo el nuestro local, cuya importancia e interés para mi, disminuye proporcionalmente con el rápido empequeñecimiento del espacio planetario, al impedir con ello eludir los efectos de lo que otros en el otro extremo del globo deciden, sino por tanto, cómo creen que debe ser el mundo, qué normas deben regir la convivencia política y la actividad económica internacional.

Con todo ello cumplir con la obligación moral de participar votando se convierte en una tarea pesada de discernimiento, de desbroce, empezando por las habilidades de los candidatos a la exposición mediática. Sin duda los hay muy capaces de engatusar por su simpatía, su gracia personal, su capacidad de seducción en la distancia corta, su imagen personal más o menos afin a los cánones que cada uno entiende como propios…Pero eso es paja. Lo importante son sus convicciones profundas y su capacidad y determinación para lograrlas y de eso encuentro demasiado poco para ser suficiente.

Debate

Primer debate electoral en Internet en España propiciado por El País

El periódico El País organizó anoche el primer debate electoral celebrado en España soportado principalmente por Internet, correspondiente a las Elecciones Generales convocadas para el próximo 20 de diciembre de 2015.

Supongo que la pérdida y por consiguiente la carencia de canales propios de televisión de este grupo editorial y de comunicación ha influido de manera notable en la toma de esta iniciativa y también en el bombo y platillo con que la ha jaleado.

A pesar de estas cuestiones, el que se haya producido es interesante, hace servicio público y por tanto es merecedor de elogio, aunque como fiel y asiduo lector del periódico me hubiera gustado no haber echado de menos un elenco más completo de los candidatos. No estoy pensando, claro, en toda esa ristra de partidos que se presentan, que cuando uno llega al colegio a votar ve amontonadas sus papeletas sobre las mesas con nombres generalmente largos, que invitan a un gesto de perplejidad e intento por descubrir a quien pueden representar, sino en todos aquellos que tienen razonables expectativas de obtener al menos un escaño, o bien ya lo han disfrutado en la legislatura anterior, como los partidos nacionalistas, o las siglas que los hayan sustituido, además de Izquierda Unida y UPyD.  Hubiera preferido, en consecuencia, un mayor énfasis en el rasgo de la diversidad democrática del debate sobre el de la mayor manejabilidad y la limpieza escenográfica. Sobre este aspecto, además, tengo otro reparo: el dejar un atril vacío para resaltar que un candidato convocado ha rehusado la invitación muestra un excesivo protagonismo del organizador, que de esta manera interviene en el debate y merma su afán de imparcialidad.

Candidatos e intervenciones

Estaban representados los partidos políticos Ciudadanos, Partido Socialista Obrero Español y Podemos por sus cabezas de lista y aspirantes a la presidencia del Gobierno, Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias respectivamente, en ese orden colocados frente al espectador, obtenido mediante sorteo, que precisamente puede corresponderse con la teórica filiación en el espectro político, centro-derecha, centro-izquierda e izquierda.

La encuesta que se había preparado para que los internautas sobre la marcha fueran emitiendo su voto sobre quien de los concurrentes había ganado el debate, que se cerró un tiempo después de acabado el mismo, arrojó un resultado abultado a favor del candidato de Podemos, Pablo Iglesias, si bien el propio periódico la anunció como no científica, lo que abona mi impresión de que este debate tuvo mucho de promoción generalizada de todos los actores, ya que ese dato no me parece el más relevante, como conclusión del mismo, sino si el formato y la organización han permitido trasladar al electorado la mayor información posible sobre las ofertas programáticas de los partidos participantes, y de paso,  de la capacidad de sus candidatos para encarnar, defender y llevar a buen término esas propuestas. En este sentido para mi no lo ganó ninguno. Lo perdieron los tres en la medida en que no me inspiraron la suficiente confianza para lograr mi voto, y me sentí poco representado en sus palabras, aunque escuché enfoques y propuestas con las que podía, a falta de mayor concreción, coincidir.

Pablo Iglesias me pareció el más templado, convencido de lo que contaba y decidido a irritar a sus rivales tirando la piedra escondiendo la mano.

Albert Rivera, empeñado en ser fiel a su idea básica de hacer propuestas y rehuir el señalamiento de los errores y defectos de los demás,  no acabó de plasmarlas con la necesaria convicción y aplomo, ni consiguió lo segundo, mostrándose además nervioso y contrariado con los ataques de sus rivales.

También Pedro Sánchez pareció desconcertado y a veces nervioso con las andanadas que le llegaban desde ambos lados, pero sobre todo,  fue el que transmitió más vicariamente las propuestas de su partido, como si no las asumiera plenamente, y el que pareció más desconectado.

Todos incurrieron en intentar desacreditar a sus rivales señalando sus contradicciones y defectos. En cuanto el primero empezó, los demás siguieron. Seguro que hay quien espera y le gusta eso en un debate y tanto asesoramiento como tuvieron debía exigir ese peaje.

Por lo demás, los tres inauguraron un tratamiento informal de cierta confianza entre ellos tuteándose, de colegas metidos en la misma faena, que debe resultar simpático quizá al electorado más joven, pero que en mi opinión mellaba la seriedad del acto y de lo que se trataba.  En el mismo sentido, sólo Rivera consideró que debía completar su traje con una corbata, en su papel de aspirante al puesto ejecutivo más importante de la política española. Sánchez, que la usa habitualmente en su condición de diputado y líder de la oposición en el Congreso, decidió situarse entre dos aguas, traje sí, pero corbata no, con el cuello de la camisa blanca abierto. Iglesias, por su parte, compareció con la habitual camisa remangada, también blanca,  y los vaqueros.