Apple y Volskwagen

Apple recientemente -porque ha sido descubierta y denunciada públicamente- ha reconocido que había modificado, a través de las actualizaciones del sistema operativo de sus teléfonos móviles más antiguos, la manera en la que éstos gestionaban el uso de la batería, con el fin de que éstas duraran más. La consecuencia más perceptible para los usuarios de los teléfonos ha sido que realizaban más lentamente funciones que antes de la actualización realizaban más deprisa.

Apple ha intentado justificar esta intervención como un beneficio para el cliente, como respuesta a una preocupación por alargar la vida de unas baterías de ion-litio, que sufrían de un deterioro en su capacidad con el uso, lo cual puede parecer a todo el mundo algo loable… Lo que no ha parecido tan loable ha sido que no lo comunicara con antelación a los usuarios, y les diera la posibilidad de elegir, si querían paliar de esa manera las posibles consecuencias del envejecimiento de sus baterías, o adoptar otra solución, como sustituirlas. Con toda lógica, buena parte de estos usuarios han pensado que había otra intención, esta vez no manifestada, de invitarles «sutilmente» a plantearse la compra de un aparato nuevo, ante la incomodidad de ver enlentecidas operaciones que estaban acostumbrados a realizar con mayor rapidez.

Esta presunción viene avalada por algo que el servicio técnico telefónico de Apple realiza de manera sistemática, como es recordar al cliente que requiere sus servicios, que su aparato es antiguo –vintage lo suelen llamar- y en consecuencia puede haber quedado incapaz para afrontar, de manera óptima, los retos de las nuevas versiones de los programas que procesan, a pesar de recomendar instalarlas, por diferentes motivos, entre ellos de seguridad, y estar éstos dentro del rango de aparatos que la propia marca incluye entre los que pueden soportarlas.

En fin, querer vender mucho, que no se frene la renovación tecnológica, es legítimo, ¿pero lo es promoverlo de esta manera, colocando al cliente/usuario de sus productos, sin su consentimiento, en dificultades o mermas en el servicio que sus aparatos les prestan?

Volkswagen, por su parte, después del escándalo de los programas que trucaban los resultados de sus motores diesel, que tanto descrédito y erario gastado en multas y reparaciones le ha costado, ha seguido defendiendo una política industrial que apostó por un tipo de motor que ha resultado extraordinariamente contaminante y perjudicial para la salud de las personas, participando del escandaloso estudio experimental con monos y personas, en busca de argumentos a favor de dicho motor.

Y lo que me pregunto es qué tipo de exigencia ética tienen estos directivos que toman estas decisiones. ¿Dónde se forman? ¿Qué se les enseña? O yendo más allá: ¿qué sistema ético tenemos que puede hacer pensar a los directivos de empresas tan grandes y consolidadas, de las que cabría pensar que deberían ser ejemplares, por la cantidad de personas que dependen económicamente de ellas y todas a las que sirven, que la búsqueda del beneficio está por encima del respeto y la consideración debida a la libertad de estas mismas personas, o a su salud?

 

Capitalismo para embridar

Lo ocurrido con Volkswagen y su programa pícaro, capaz de reconocer cuando está siendo comprobado un determinado comportamiento mal visto o prohibido del motor de sus vehículos,  y de modificarlo para que supere la prueba, habla en primer lugar del alto nivel tecnológico alcanzado, pero sobre todo del mismo poco valor que se sigue dando a la ética cuando el dinero se cruza en su camino.

Imagino que alguien listo en el departamento correspondiente hizo saber a sus superiores directivos que podía instalar un programa capaz de tirar la piedra cuando no le vieran y esconder la mano cuando estuviera vigilado, y éstos, en lugar de desechar la idea de inmediato, por fraudulenta, asignaron una partida del presupuesto de inversión a su desarrollo e implantación generalizada, con el objetivo, claro, de mejorar su oferta, adquirir mayor competitividad sobre sus rivales y en definitiva ganar más dinero.

Pues sí, este es el modelo que tenemos en el capitalismo desarrollado. La competencia por vender más y ganar más dinero prevalece a menudo sobre conceptos morales y de beneficio social general, que resultan soslayados.

El inmenso presupuesto que dedica Volkskwagen a mostrarse, como tantos otros fabricantes en los últimos tiempos, sensibilizado y respetuoso con el medio ambiente acaba siendo dinero desperdiciado cuando los hechos demuestran que no le importa un comino sobrepasar los niveles de contaminación permitidos en sus vehículos. A esa pérdida hay que añadir la cantidad que va a tener que dedicar a pagar las sanciones que le van a imponer. Todo un fiasco económico monumental para la empresa, que exigiría que toda la cúpula responsable de tanto perjuicio, como mínimo acabara en su casa de inmediato, sin indemnización millonaria, por supuesto, para poder meditar con tranquilidad sobre su comportamiento y dar ejemplo a otros. Y si no existen leyes que les exijan otras responsabilidades que puedan conducirlos a sanciones personales más serias, quizá ha llegado el momento de nuevo de que los legisladores se planteen estudiarlas e implantarlas.

Seguramente es verdad que estos hechos aparecen ayudados por la labor de los competidores, e incluso puede que forme parte de un  movimiento geoestratégico conjunto, entre japoneses y estadounidenses para frenar a Alemania, para los que un golpe de esta magnitud en la credibilidad de tan importante constructor de vehículos del mundo,  beneficia, pero ello no resta gravedad a lo ocurrido y no debiera hacernos dar un paso hacia atrás a los que aspiramos y exigimos un capitalismo donde el comportamiento leal y honesto de las empresas que nos suministran los bienes de todo tipo que consumimos, y especialmente de las agroalimentarias y de las farmacéuticas, esté garantizado por las leyes y la eficacia del control.