Protegidos por la espesura, los pensamientos se refugian a la sombra de los grandes álamos, dejándose mecer por la brisa.
Entre ellos serpentean anudándose unos con otros, en busca de la fecundidad.
Algunos quiebran como esos troncos, ícaros en su intento de respirar más alto.
Poco más allá, el agua del río rechina en las rocas mientras la tarde del final de agosto se escapa por el cauce.
El día cede. Y el silencio se adereza con la algarabía de los insectos y los pájaros, mientras la vegetación, frondosa, inhala el aire como un tamtam profundo.