Cursis felices

Estaba anotando para mi pedestre contabilidad algunos tiques pagados con tarjeta de crédito cuando, llegado a uno de un gran almacén, me he sobresaltado porque la enumeración de los conceptos empezaba por «bóxer»…¡y seguía con «souquets»! lo que me ha hecho pensar, por un instante, si por error me habrían dado el de otro comprador. Pero no, de inmediato he caído en la cuenta de que los «bóxer» eran los prosaicos calzoncillos que había pedido, y los «souquets» los calcetines. ¡Vaya cursilería!

Me he molestado en mirar en el Diccionario de la RAE, qué significaban ambos palabros y si bien el primero sí tenía un significado, pero nada que ver con la prenda, sino con la sociedad secreta china que hostigó a los occidentales perturbadores, cuando éstos imponían demasiado sus criterios por allí al principio del siglo XX, el otro no; ningún resultado para «souquet». Explorando en otros diccionarios tampoco está recogido en catalán, ni en francés, ni en italiano. Sí en inglés, que significa lo mismo curiosamente que en gallego: ramo de flores. Así que me he sonreído un rato imaginando qué haría con el trío de sectarios político-religiosos chinos y cómo repartiría por la casa la casi decena de ramos. Y ya, siguiendo con el divertido asunto, qué cara pondría la persona que me viniera a planchar -si la tuviera- cuando le dijera, sin inmutarme, que los «souquets» no necesitaba plancharlos, que me bastaba con emparejarlos bien estirados. Y los «bóxer» sin raya, por favor.

En la publicidad y el comercio se han impuesto la ignorancia y la estupidez. Y ha calado. Supongo que en estos tiempos de sometimiento al ejercicio constante de la aprobación o desaprobación de cualquier cosa -el mismo almacén te pide encarecidamente que valores el trato recibido por el dependiente- con lo que ello supone de devaluación de tal ejercicio, ningún publicista o encargado de dar nombre a los artículos puede permitirse no seguir la corriente, por bobo que le parezca.

Por esa suerte de complejo de inferioridad que nos invita a auparnos a palabras que no usamos, o a adoptar las que escuchamos como novedosas, de manera acrítica, aunque se refieran a conceptos corrientes, nuestra lengua se va llenando de intrusas, principalmente anglicismos, que suplantan a las ya existentes. El principal logro, deduzco, es emplear una terminología críptica, que delimita y encumbra a aquellos que la emplean y entienden, dejando al resto al margen.

La verdad es que no es un fenómeno nuevo, solo se ha disparado. Ha pasado de la anécdota a la generalidad. Cuando era joven las protagonistas eran «boutique», «blazer», «boite», «drugstore»…Y ahora «aplicar», «target» «coffee shop», «outlet», «fashion», «running»…

El predominio del inglés en esta tendencia es abrumador, arrinconando a otras lenguas que nos prestaban conceptos, como el francés, lo cual es totalmente lógico, dada su omnipresencia a nivel mundial, bien apoyada en otro hecho objetivo, que la tecnología en general y la de la información y la comunicación en particular, que cada vez más lo impregna todo, se acuña en inglés.

Pero no insisto. Lo dejo ya porque según escribo me convenzo más de que el disonante soy yo y lo que me tenía que haber ocurrido al ver mi tique, en lugar del mohín y la depresión, era un subidón de autoestima por ser un comprador tan «cool».

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