Mientras subían los veinte peldaños, Lucía, Paula y él, se dejó llevar por el aroma del perfume que desprendía la librera de Salamanca, que le colocaba ante las reminiscencias de lo vivido la noche anterior en la habitación del hotel. Pero fue sólo un instante fugaz porque lo que le asaltaba con urgencia era la pregunta de si el encuentro de la noche anterior había sido casual. Así pensaba que tenía que haber sido porque no se le ocurría manera alguna por la cual los libreros pudieran haber conocido que él iba a estar en aquél sitio y solo. Tenía por lo tanto que haber sido una casualidad…
Firmaron el contrato después de que ella les explicara de nuevo, esta vez a los dos y con más pormenores, que su marido el mismo día que pensaban venir a Madrid, había recibido una llamada de un hermano que vivía en Barcelona, para comunicarle el fallecimiento de un primo carnal, lo que les había trastocado el plan, aunque habían decidido, por formalidad, no cancelar la cita prevista. Afortunadamente, también ellos eran, los dos, los socios mayoritarios de su negocio de librería y ambos tenían poderes.
Mientras Lucía hablaba, aunque le prestaba atención, él sólo hacía por ingeniarse un motivo para poder volver a verla a solas. Tenía todo un cúmulo de preguntas que hacerle, aunque si lo pensaba bien, tampoco había tantas…O quizá sí…
Le propuso que la invitarían a cenar a su propia casa, para celebrar la nueva colaboración que acababan de firmar y brindar por su éxito, calculando que después no le permitiría llamar a un taxi y se ofrecería a devolverla a su hotel, pero ella declinó con mucha amabilidad argumentando que al no estar su marido no le parecía apropiado. Por más que él y Paula insistieron, no lograron que ella cediera, añadiendo argumentos, como que estaba muy cansada porque no había pasado buena noche, que Andrés no supo si interpretarlo como un guiño cómplice o una sutil amenaza, y qué habría más y mejores momentos en el futuro.
No eran las seis y Lucía ya se había marchado. Tampoco había consentido que la llevaran a su hotel, sino que les convenció para que le avisaran a un taxi.
Volviendo a casa comentó Paula lo raro que había sido el encuentro. Su consideración era que Lucía estaba nerviosa porque era un poco inconsistente y el haber aparecido por sorpresa, sin su marido, sin habérselo avisado previamente, la azoraba, y de ahí la verborragia que había mostrado, sobre todo al principio, pero que ello contrastaba con lo resuelta y conocedora que luego se había desenvuelto, cuando plantearon los detalles de cómo debían producirse los envíos, y cuando habían ajustado los plazos y circunstancias de los pagos. Él, apenas se mostró sorprendido por nada, como si todo le hubiera parecido normal. No tenía ningún interés en hablar con Paula de la visita. En realidad lo que estaba haciendo era aplicarse por encontrar la manera de volver a ver a la librera Lucía ese mismo día, sin levantar suspicacia alguna en su mujer.
Vaya, vaya…
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