Mi niña, me sobrecoge saber que ya no estás.
Tu brutal ausencia me hace preguntarme si tenías que haber venido
a este mundo tan salvaje aún, para ser sometida al arbitrio miope,
a la negra suerte.
La vida que se devora a sí misma te ha elegido.
¡Qué insoportable imaginar tu susto,
tu ignorante asombro,
tu vértigo fugaz!
¡Qué dolor tu pena!
Me gustaría decirte, si pudieras entenderlo,
si te hubieran dejado tiempo para entender de qué va esto,
que tu muerte no es en balde,
que nos deja inoculadas semillas de compasión,
deseos de disfrutar por ti,
contigo,
lo que tu no has podido…
¡Qué dolor tu calor perdido!
