A veces el escenario existencial, los acontecimientos que conforman nuestra vida, coincide con el tiempo. Esta mañana en esta parte del mundo el cielo estaba cargado de nubarrones, llovía en algunos sitios y soplaba un viento frío; un ambiente francamente desapacible.
El ánimo al despertar no era muy diferente al de pocas horas antes, al acostarse ya de madrugada con la incertidumbre sobre el resultado de lo que ocurría al otro lado del Atlántico. Se estaba cumpliendo el pronóstico más ceniciento: no había triunfo claro de Biden, y ello daba pie a su antagonista a comportarse como nos tiene habituados, recurriendo a la soberbia, la marrullería y la mentira.
No obstante, me he sorprendido creyendo que aún había una esperanza sólida de que el mal sueño que empezó cuatro años antes estuviera llegando al principio de su fin. Supongo que por eso he sonreído cómplice y me he sentido reconfortado cuando tras los nubarrones del horizonte se vislumbraba tenaz la luz del sol que pugnaba por abrirse paso.

Aún quedan días para saberlo, pocos, pero quiero pensar que esta instantánea es un buen presagio. Que no tendremos que soportar otros cuatro años la influencia de alguien tan negativo y desestabilizador.