En la reciente despedida de la periodista Gemma Nierga de la Cadena Ser apareció (Sittin’ On) The Dock Of The Bay, de Otis Redding, como una canción a la que ella no había mostrado especial aprecio en un momento dado, resultando que ahora sonaba acompañándola como introducción en el discurso de su marcha. Ella explicó la anécdota qué le había llevado a elegirla ahora, y ello me invitó a prestarle atención al texto y a recordar el caso de las falsas canciones de amor, o para decirlo de manera más precisa, de las canciones en que el conocer poco o nada el idioma en el que se canta, la música lo ocupa todo, excepto el trozo de imaginación que cada oyente aporta.
Ésta -que he escuchado cientos de veces- imagino que hay que tener un buen conocimiento del inglés para sentir el significado de su letra hasta el punto de que condicione el propio estado de ánimo. Si no, la música acapara la mayor parte de la atención y en consecuencia es la responsable en la misma medida del placer estético que produce. Lo que cuenta queda entonces en un plano menor y puede incluso desaparecer o ser sustituido. Si me pongo a cantarla recuerdo fácilmente el inicio: «Sittin’ in the morning sun, / I’ll be sittin’ when the evening come» , pero soy incapaz de seguir, porque nunca lo he hecho con conciencia y por tanto no la tengo en la memoria. No se me escapaba que hablaba de la indolencia: » Sentado al sol matinal, aquí seguiré cuando llegue la noche…» e imaginaba perfectamente a un negro adulto como Redding con pantalones remangados, sentado en uno de esos pantalanes de madera sujetos al fondo por troncos que sobresalen para ayudar como noray en los amarres, mirando indolente el horizonte. Pero veo ahora al leerla que había también un reproche al destino, a la ausencia de oportunidades para alguien así, nacido en Georgia -e implícitamente negro- y emigrado a California en busca de una vida diferente.
Pero el caso es que esta canción la bailábamos apretaditos en la oscuridad de las discotecas, henchidos de amor, imaginando otras cosas muy diferentes y olvidando su real significado.
Quizá el caso más paradigmático sea el de In The Ghetto que supuso la vuelta de Elvis Presley a la atención discográfica mundial tras una ausencia prolongada, cuya letra de un carácter eminentemente de denuncia social, era de las preferidas para amartelarse y compartir sudor y besos a un ritmo de mecedora, en los momentos lentos de los guateques y las discotecas…¡Qué más daba el «And his mama cries…» que muchos sí entendíamos a la primera! ¡¿Para qué expurgar en el crudo mensaje de inexorabilidad del destino del niño que nace para morir joven alcanzado por una bala certera, tirado sobre una acera -mensaje muy similar al anterior de Chicago-?! …Al fin y al cabo tampoco había entonces tantas canciones con un ritmo lento que nos permitieran bailar sintiendo la palpitación del cuerpo del otro. ¿A quien le interesaba entonces la injusticia social, los dramas urbanos o las minorías como para ponerlo por encima de un buen rato de crepitar adolescente?
Así, sólo la música, sus quiebros, sus modulaciones, sus silencios, sus infinitos matices ocupaban el espacio haciéndolo vaporoso y denso, al tiempo que acompasaban el latido de nuestros corazones, dejando el mensaje para otro momento.
Para algunos estas canciones habrán cambiado, serán otras, pero en cambio para otros el sonido de sus primeros compases les evocarán momentos vividos de agradable recuerdo, y según donde les toque escucharlas les tentará alargar la mano e invitar a un baile, manteniendo en el olvido su original y verdadero significado.