La ley del más fuerte

Asociar un día del año a alguna causa necesaria de atención o de esfuerzo urgentes para abordar su solución parece un método apropiado para que éstas no caigan en el olvido o se traspapelen entre los cuadernos del devenir cotidiano, de la política inmediata del día a día, de lo más cercano, pero no deja de ser eso, un aldabonazo, y su solución pasa más por un esfuerzo y una tarea continuos, porque la mayoría de estas causas, como la erradicación de la violencia contra la mujer en la que el pasado 25 de noviembre, se incidía, son integrales, forman parte del todo en el que nos desenvolvemos y están trufadas por multitud de factores que las condicionan y conforman.

¿Por qué si ya existen un cierto consenso en la clase política, una masa crítica de opinión, y leyes que penalizan esta violencia sigue habiendo casos a diario, donde ésta se expresa de manera dramática, descarnada y escandalosa, aunque afortunadamente sean muchos menos los que acaban de manera fatal? Obviamente porque los principios en los que se basa este convencimiento no son compartidos todavía por una parte sustantiva de la población. O lo son en una parte superficial, pero no en la conciencia profunda. Y ello responde, supongo, aunque no se en qué proporción, tanto a la debilidad o ausencia de una formación moral intensa y continuada en las aulas, como a la idiosincrasia colectiva de la que nos impregnamos en la convivencia social y familiar. Ideas y sentimientos que no se expresan con palabras, que casi nadie defiende abiertamente en una tarima frente a un atril con micrófono, porque al margen de no ser pertinente, de estar mal visto, censurado, no es demandado, y no lo es precisamente porque ya forman parte de la personalidad colectiva de la mayoría de los hombres e incluso de muchas mujeres: es lo que llamamos machismo. Hay un machismo estructural, complejo, lleno de rasgos diferenciados según las culturas, y el pilar primero y básico, que motiva esta entrada, por ser incuestionable en la mayoría de las ocasiones: la mayor fortaleza física del hombre unida a su predisposición a emplearla. Es un hecho evidente: los chicos, desde niños, están más predispuestos a reaccionar con violencia ante la frustración y la contrariedad y si eso no se madura y resuelve con inteligencia los acompañará toda la vida. Es el rol masculino aún vigente. Por eso, la primera respuesta que habría que contestarse a la pregunta de por qué un hombre ejerce violencia contra una mujer sería porque es su manera de ser y porque le es permitido, tiene la capacidad para ello, le resulta fácil salvo excepciones usar su mayor fortaleza. Sobre esta base, la frontera entre la violencia física y la moral, la de las palabras, la desconsideración, el desprecio, se va tornando inexistente. Una conduce a la otra sin fronteras. Y se propicia porque de manera inmediata la víctima por su relativa debilidad muy infrecuentemente tiene capacidad para evitarlo. Es decir, es un mecanismo que funciona, lo sigue haciendo porque no hemos logrado como sociedad crear los suficientes contrapesos a un hecho objetivo e inevitable derivado directamente de la naturaleza. Podría pensarse que es una transposición de la ley de ésta por la que el pez grande se come al chico, que trasladada al ámbito humano es la ancestral de que el más fuerte prevalece e impone su voluntad.

Podemos encontrar infinidad de ejemplos, hay una casuística prolija y dramática, en todos los niveles sociales de que es una ‘ley’ plenamente vigente, asumida íntimamente, aunque públicamente no esté exenta de críticas y de rechazo por la mayoría de la opinión. Una contradicción de tantas entre la posición pública y la auténtica conciencia.

Por ello, mientras no se interiorice y generalice desde la infancia, desde la formación, en la familia y en la escuela, el convencimiento de que la diferencia de fortalezas entre individuos no puede dar lugar a ninguna prevalencia, y que las diferencias que puedan suscitarse en los comportamientos sólo pueden ser abordadas y resueltas desde una base conceptual de igualdad, con la serenidad y la fuerza de las razones, de forma pacífica y armoniosa, y si llega a ser necesario por no haberse resuelto de manera natural, empleando un sistema de reglas previamente acordado, las mujeres, generalmente la parte más débil fisicamente de los enfrentamientos y por el hecho de serlo, seguirán sufriendo violencia.