Resulta tan simpática la bicicleta que cuesta decir algo que
la empañe, pero más vale ahora, que es minoritaria y casi está relegada a
fanáticos que la adoran y la consideran buena parte de la solución de todos nuestros
males ecológicos.
Sin duda es un puntazo, y merece la pena hacer días destinados a fomentar su uso en semanas de concienciación sobre la contaminación por gases procedentes del empleo de combustibles fósiles y las consecuencias que ello tiene en el efecto invernadero y el cambio climático, pero ello no puede dar carta blanca o patente de corso a los ciclistas. Convengo que hay que desalojar a los coches de las calzadas, pero no a los caminantes de las aceras. Si la bici tiene que prevalecer, que sea sobre los vehículos de cuatro ruedas, no sobre las personas que desean ocupar las aceras paseando cuando el aire se pueda volver a
respirar. No quiero que ocurra lo que he visto en Berlín, aunque no tanto en Amsterdam y nada en Copenhague, donde los berlineses ciclistas montan por cualquier sitio, no sólo por los carriles habilitados para ellos, y pasan zigzagueando entre los viandantes, a velocidades superiores a lo que resultaría razonable para asegurarse de que no dañaran a los que van andando, si se produce el despiste de unos u otros, o simplemente la casualidad los junta.
Los que caminamos por las aceras vamos pensando que estamos seguros, que podemos pararnos en un escaparate, volvernos a mirar cualquier cosa o acontecimiento que llame nuestra atención, seguir el camino errático de nuestro perro, o ensimismarnos en el paseo escuchando con unos auriculares la radio o nuestra música preferida, pero no estamos
pendientes de mirar por un retrovisor inexistente para evitar ser atropellados por una
bicicleta, ni creo que se nos deba pedir eso. Ya bastante sería pedirnos que tengamos en cuenta los carriles bici, como ahora tenemos en cuenta las calzadas, antes de cruzarlas.
Algunos somos conductores de automóviles, otros somos también ciclistas, pero todos somos caminantes. Esta mayoría debe verse reflejada en el espacio que la ciudad
destina a esta forma de desplazamiento, el caminar, pero sin sobresaltos.
Bicicletas por la calzada o por sus carriles, pero por las aceras, desmontadas,
por favor, o como mínimo, cumpliendo los mismos parámetros que caracterizan a los que caminan: misma velocidad, cuando se cruzan o se ponen a nuestra altura, misma cortesía y urbanidad.
La misma razón que esgrimen algunos ciclistas para no frecuentar las
calzadas esgrimimos los caminantes para sentir su amenaza: son más fuertes y
van mucho más rápido. El encuentro entre ambos siempre daña al más débil. Esto no se puede despreciar ni olvidar.