Cuando Ronaldo ha marcado de cabeza el primer gol en un despiste de su defensor, he pensado: «Por muy madridista que seas no es justo que el Real Madrid gane este partido».
Después de haber visto toda la primera parte a un Barcelona acorralar literalmente al rival, hacerlo correr tras la pelota como si fuera un equipo de segunda división, una abrumadora parte del tiempo jugando en el terreno madridista, era de una injusticia flagrante que éste se adelantara y con ello pudiera encarrilar una victoria final…
Afortunadamente el mejor fútbol desplegado por el dueño del campo -en los dos sentidos- no ha tardado en enmendar a la arbitraria fortuna. Un exquisito control de Pedro y un remate cruzado han empezado a poner las cosas en su sitio.
Luego Iniesta, el más perseverante, el más genial, el que debería llevarse este año el premio del Balón de Oro, si no se lo gana Casillas, que también se lo lleva ganando años, con creces, ha dado un balón espléndido a Xavi, otro tipo grande donde los haya, exquisito en su juego y en su comportamiento, eficaz en los momentos más trascendentales, que no ha dejado pasar esa oportunidad para empujar otro poco a las cosas y dejarlas en su sitio.
Pero en estos partidos no son sólo las extraordinarias habilidades con el balón, que demuestran muchos de los participantes, es también la combatividad, el no dar un balón por perdido, y en esto, otra vez, creo que el Barcelona es superior. No se si tiene un plus de motivación y por qué la tiene, pero sí que da gusto verles disputar los balones divididos, que consecuentemente ganan en su mayoría, y cómo no renuncian al último esfuerzo para dar el centro preciso, para lograr franquear al defensa u obligarle a la falta. Y de nuevo Iniesta el primero de la fila, logra el penalti de Ramos. Messi, que no le tocaba tener ese rarísimo día tonto, que aun el mejor tiene, lo tira y lo clava, con total seguridad.
3-1, eso respondía mejor a los méritos demostrados por ambos equipos. Pero resulta que la fortuna se siente diosa caprichosa contrariada, al más puro estilo mitológico griego, y se saca de la manga de la túnica una jugada absurda, donde Valdés se cortocircuita el solo, y le regala un gol a Di María, que le permite al Madrid salir con esperanzas de poder ganar este título de la Supercopa, en el Bernabéu, por el valor doble de los tantos marcados en campo contrario, en caso de empate global.