He recibido una segunda invitación semanas después de la primera para que manifieste un juicio de valor sobre un alojamiento que reservé este verano a través de una de esas plataformas digitales de reservas de hoteles y restaurantes, que tanto han proliferado y se han asentado en el panorama turístico. Obviamente porque a la primera no contesté, y eso que sí anduve escribiendo algunos párrafos con las impresiones sobre diferentes aspectos que el sitio me produjo, pero cuando llegó el momento de darle a enviar desistí. La razón es que me pregunté qué utilidad tenía realmente y la respuesta que me di no me convenció.
Las impresiones que un lugar produce en unas personas que lo viven depende no solamente de los datos objetivos, como el tamaño de la habitación, la limpieza, las vistas, la tranquilidad y un largo etcétera, sino también del ánimo con que se miren. Es decir, la subjetividad de la persona a la que se le pide opinión. Alguna vez he leído estas opiniones y esta es la conclusión que he sacado: la misma realidad objetiva puede desencadenar juicios contrapuestos. Un ejemplo burdo es la orientación. Hay personas que prefieren el sur y que así la luz entre por sus ventanas a raudales, porque les proporciona alegría y calor, y otras, en cambio, prefieren el norte justamente porque aprecian lo contrario, la umbría que deja frescor y recogimiento, especialmente en las estaciones cálidas. Pero es extensible a asuntos más propicios al matiz o a la personalidad del receptor. A algunos el trato dicharachero e informal del recepcionista, o del camarero, puede resultarles afable y solícito y a otros confianzudo e ineficaz. No digamos ya si tratamos de los servicios complementarios: que haya un animador para niños en la piscina puede resultar muy de agradecer para padres con hijos pequeños a los que quieren perder de vista un rato y un incordio para los huéspedes que buscan tranquilidad para leer o para mantener una conversación recostados en las tumbonas, en torno a un aperitivo.
Por este motivo la respuesta que me di es que carecía de verdadera utilidad para futuros clientes, y más valía que tuvieran su propia experiencia o una información recogida en fuentes de una cierta trayectoria o solvencia contrastadas, que guiarse por impresiones ajenas, por más que cada cual al leer las opiniones de otros ya aplique algún grado de corrección, o puede que sólo por eso. Además, sí percibí, en cambio, la utilidad que pudiera tener tanta colaboración espontánea para la plataforma de reservas, como era enriquecerla a coste cero con contenido capaz de servir de banderín de enganche para nuevos clientes, y pensé que esa colaboración no debía ser mi papel. Al fin y al cabo, por ese tipo de comentarios más o menos especializados hay personas y empresas que obtienen unos emolumentos. Así que no me sentí dispuesto a contribuir más al negocio de estas plataformas, que supongo que ya obtienen beneficios suficientes de mis datos personales, independientemente del porcentaje que obtengan del negocio de los establecimientos que referencian.