Mientras intentaba entretenerse, deduciéndolo por el escrutinio de otros detalles, vio por el rabillo del ojo, como subía los tres peldaños que unían la parte donde él se encontraba, con el otro plano hundido del salón, una mujer delgada, alta, aproximadamente tanto como él, que no era bajo, con un vestido de color verde hoja ceñido en la cintura, de tirantes estrechos, que le dejaban los hombros al descubierto, y la parte de la falda lisa. levemente abullonada sobre las rodillas, que avanzaba hacia él, hasta que le sobrepasó, porque se dirigía a la barra que se encontraba un poco más allá, a su espalda. Intentó no volver la cabeza, no mirarla de frente, para no parecer insolente o indiscreto, pero, aunque se incorporó sobre la mesita para hacer el gesto de dejar la copa, no pudo evitar seguir atentamente sus pasos mientras ella se aproximaba, pisando con delicadeza el suelo de mármol con unos zapatos de medio tacón, del mismo color que el vestido. Inmediatamente quiso volverse pero se contuvo; hubiera sido grosero, si ella se hubiera dado cuenta. Él se encontraba completamente de espaldas a la barra, de forma que tras unos momentos de duda que le parecieron eternos, optó por cambiar de sillón, acomodándose en el contiguo, que estaba orientado aproximadamente noventa grados respecto al que ocupaba. Entonces, simplemente ladeando un poco la cabeza, podía ver toda la barra, que recordaba vacía cuando ellos habían entrado, y en ese momento la tenía a ella como única cliente, sentada en un taburete alto, con las delgadas y magníficamente torneadas piernas, cruzadas. Estaba mirando su teléfono, punteándolo con un puntero que cogía entre el pulgar y el índice, con unos toquecitos que hacía con la muñeca y que le recordaron a alguien perforando un papel de seda para extraer una figura previamente pintada.
🙂
Me gustaMe gusta