Lucía Cavestany V

No habían sido muy considerados, teniendo en cuenta que no le habían avisado de que tras la cata ellos disponían de unas entradas para una exposición, de la cual a él no le habían cogido una. Javier le había dicho que lo había intentado, incluso antes de saber si él se apuntaba a lo de la cata, pero que ya no quedaba ninguna, siendo como era una exposición de Antonio López, en el Thyssen, a una semana vista de la clausura. No lo ponía en duda, pero hubiera agradecido que se lo hubieran dicho antes de acudir. porque quizás hubiera preferido no asistir, dado que lo que realmente le interesaba del encuentro era el propio encuentro, la charla, el cultivo de la relación con sus amigos…
Pero, bueno, el caso es que se había encontrado allí, en ese hotel donde se había realizado la cata de presentación de aquella denominación de origen tan poco interesante, solo.
Sentado en un sillón junto a otros tres vacíos, en torno a una mesa baja, sin nadie próximo con el que poder pegar hebra, con una copa de vino en la mano a medio tomar, en ese enorme vestíbulo de diferentes ambientes, decorado con un estilo más bien antiguo, emulando el aire de un bar inglés, con mucha madera, mucho cuero en tonos oscuros, y un piano colín, pensaba terminarse el vino y marcharse a casa. Los parroquianos más próximos, una pareja de recién jubilados, estaban en otro conjunto similar de sillones en torno a otra mesa baja, pero a una altura inferior en casi medio metro. Y en el otro extremo del salón, que era la prolongación del propio vestíbulo del hotel, tres varones japoneses, -¿o serían coreanos?-.

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