El camarero no tardó en traer la nota con el vino. Cuando hubo pagado, se acomodó en el sillón de cuero y se dispuso a beberse la copa recién traída, a pequeños sorbos, deleitándose en el sabor aterciopelado del Rioja, con la madera vieja justa, fragante, con reminiscencias de bosque y azúcar tostada, nada que ver con lo que había probado en la cata. Cerró los ojos por un instante y los abrió sorprendido cuando escuchó que le decían: -¿Es usted huésped del hotel?- Contestó un no escueto, pero su cabeza estaba volando de un pensamiento a otro, como una mosca aturdida encerrada en un vaso:¿Era una empleada del hotel que le preguntaba eso para cargarle la factura a su habitación? ¡Qué tontería, si acababa de pagar! ¡¿Resultaba que era una fulana que acababa de elegir presa?!
-Yo, sí, -le interpeló ella de nuevo, que ya no estaba sentada en un taburete de la barra, sino frente a él- y añadió:
-¿Le importa que me siente?-
-Por favor- le contestó, haciendo una indicación con la mano abierta, señalando el sillón contiguo e intentando que no fuera muy brusco el cambio de su gesto de sorpresa por una amplia sonrisa, mientras sentía despejada la incógnita.
Recordaba vagamente la conversación, pero, en cambio, de manera vívida sus sensaciones: Estaba un poco flotante, de pronto parecía que lo que se encontrara más lejos de un radio de metro y medio estuviera formando parte de un decorado. Su atención estaba centrada en no perder detalle de la presencia de aquella mujer que tanto rato había estado pensando en como dar cumplimiento al deseo de abordarla y ahora, sin que él hubiera hecho nada, estaba allí delante comentándole con toda naturalidad que el camarero le había dicho que a las diez y media llegaría el pianista…
🙂 efectivamente…
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¡Claro, es ella la que tiene la iniciativa! Gracias por tu fiel lectura. ¡Buen domingo de vacaciones!
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