Había pasado una hora y media larga -lo había dicho ella, acordándose de lo que, a su vez, le había dicho el camarero, que el pianista tocaría media hora, y ya hacía buen rato que éste se había marchado- cuando le preguntó si se encontraba bien, y él le había respondido que sí. A continuación recordaba que él le había mencionado, con toda sinceridad, que tenía la sensación de que el tiempo no hubiera transcurrido.
Estaba claro: el vino había empezado a dejar notar plenamente también su efecto. Tras los innumerables sorbos y mezclas de la cata se había pimplado, casi sin ingerir ningún otro alimento, una botella de Rioja crianza, y, al margen de notar que los movimientos de su cuerpo no le pertenecían ya completamente, empezaba a sentir una leve hipotermia. Los brazos y las piernas tendían a tiritarle, así que, cuando ella -Lucía le había dicho que se llamaba- le pidió que le acompañara, no lo pensó dos veces; necesitaba tumbarse un rato. ¿Y qué posibilidad mejor, en ese momento, que hacerlo junto a aquella mujer, cuya belleza y conversación tanto le estaban impresionando? En el ascensor el temblor se hizo más intenso, ya apenas podía disimularlo y Lucía, atenta y cariñosa, le pasó el brazo por los hombros, lo que lejos de calmarle, le desencadenó una tiritona mayor.
Ya en la habitación, había ido derecho al baño; llevaba un rato largo con ganas de disminuir el tamaño de su vejiga. Había necesitado apoyarse mientras orinaba porque su cuerpo buscaba la horizontalidad, así que, cuando salió del baño, se dejo caer de espaldas sobre la cama. Después venía ya el momento que recordaba en el que ella le quitaba los pantalones y le pedía el dinero y él se lo daba…
¿Y después? Apenas recordaba nada. Alguna sensación le venía a la cabeza, como retazos de sueños. Ella, desnudos los dos, pasándole la pierna y el brazo por encima, tapados hasta los ojos…El olor tibio de una colonia almizclada, el mismo que le había gustado cuando había pasado a su lado la primera vez que la vio.
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