Final de Copa I
Toda la expectación, toda la paciente espera desde que ambos equipos accedieron a la final eliminando a sus respectivos rivales, todas las calles vacías en las ciudades, toda la respiración contenida, por fin ha culminado en la taumaturgia del discurrir azaroso de un partido de fútbol repleto de las acciones trepidantes en el campo, de las jugadas imposibles, de los fallos y los aciertos increíbles, de las depuradas estrategias de dos hombres cuyas semejanzas son mínimas, quizás sólo una edad parecida y un pasado profesional como futbolistas, porque en lo demás se manifiestan y seguramente son muy diferentes.
Guardiola, el entrenador del Barcelona, ha mostrado, una vez más, que es una persona que vive con una gran intensidad su trabajo porque lo siente, le nace de dentro el amor a su club y probablemente lo proyecta mucho más allá por lo que éste representa de punta de lanza del catalanismo, y es consciente del honor que disfruta dirigiendo al primer equipo, todo lo cual lo procura llevar controlado hasta el detalle, contenido en un alarde de “seny”, de educación refinada. A pesar de su sobriedad exquisita, se puede apreciar en algún gesto brotado esporádicamente su íntimo sufrimiento por un mal resultado o su vibrante alegría cuando el triunfo se logra.
Su antagonista de esta noche, Mourinho, es, en cambio, extravertido, con comentarios generalmente desfachatados, que las más de las veces parecen encaminados a escandalizar o despistar a los destinatarios, pero, sobre todo, muestra una frialdad hacia los colores, hacia los sentimientos que conforman el club donde ahora trabaja, que le colocan en las antípodas sentimentales de Guardiola.
En la rueda de prensa, Guardiola, fiel a si mismo y al papel de sumo embajador del barcelonismo ha reiterado su felicitación al Real Madrid por haber ganado y ha dado la cara, de manera sobria y elegante, haciendo, sin duda, de tripas corazón.
En cambio, Mourinho, ha afrontado las preguntas, no sólo sin ningún interés, sino mostrando la más absoluta indiferencia íntima ante el triunfo del club, seguramente porque siente como una injusticia que no se celebre en primer lugar su propio triunfo como sagaz entrenador que ha sabido plantarle cara estratégica al reconocido como mejor equipo del mundo. Esto explicaría su cara de disgusto, su desprecio ante el disfrute del momento mostrado en forma gestos de tedio y frases analíticas frías sobre el desarrollo del partido.
El juego
El primer tiempo el Real Madrid ha secado al Barcelona. Los azulgrana no han conseguido una sola ocasión de peligro mientras los blancos han dispuesto de varias, la última de las cuales, un minuto antes del descanso merecía haber entrado en lugar de rebotar el remate de cabeza de Pepe en un travesaño y tras pasearse por todo el hueco de la portería perderse la ocasión. La segunda parte, en cambio, el Madrid no ha sabido o no ha podido mantener la presión desmanteladora sobre el juego organizado y elaborado del Barcelona, y éste ha dispuesto de varias ocasiones, al menos tres de las cuales ha tenido que ser Casillas, en paradas o desvíos con las puntas de los dedos de los guantes, el que interviniera para evitar los goles. Los madridistas ya no robaban balones y casi eran incapaces de hilar una jugada, fallaban continuamente los pases y perseveraban en lanzar balones largos que rara vez conseguían jugar. En estas circunstancias el gol del Barcelona estaba al caer, pero casi llegando al final del tiempo reglamentado, el Real Madrid logró un disparo que permitió al portero Pinto lucirse y librar a su equipo de haber perdido la final en el último minuto.
El desenlace
La prórroga comenzó con otro tono, más igualado porque el cansancio ya hacía mella en los dos equipos, y de pronto, un jugada brillante iniciada por Marcelo por la izquierda, ya en campo del Barcelona, es seguida por Di María, que en la banda le devuelve el balón, el cual Marcelo a su vez le devuelve en una diagonal bellísima al hueco libre del lateral del área grande y al primer toque, cuyo reto Di María acepta iniciando una carrera que parecía imposible para alcanzar ese balón, pero cuando lo alcanza, lo hace para golpearlo también de primeras, con la pierna izquierda en un retorcimiento típico de extremo, consiguiendo un centro preciso y templado al borde derecho del área pequeña, allí donde los centros suelen convertirse en gol, y allí, después de haber pifiado reiteradas ocasiones durante el encuentro, Ronaldo, superando majestuoso a su defensor por evergadura y decisión, conecta un cabezazo, ligeramente escorado al palo contrario, que Pinto no acierta, esta vez, a detener o desviar. La suerte estaba echada.