Lucía Cavestany XVI

Andrés la miraba sin perder detalle.

– Anoche no te dije nada porque me había propuesto crear una burbuja en la que flotar y creo que lo conseguí. Hablamos y hablamos de infinidad de asuntos que nos permitió descubrir tanto de lo que nos une, tanto en lo que tenemos una percepción de la realidad muy similar sino igual.

Yo te abordé porque necesitaba hablar con alguien. Por eso también bajé de la habitación al bar y cuando te vi allí sentado, solo, tan vacío como estaba todo, pensé que tú serías la persona apropiada.

Lo que ha ocurrido de verdad no es que a Jacinto, mi marido, se le haya muerto un primo en Barcelona, sino que tiene un amante y me lo dijo antes de ayer -.

Andrés notó los golpes de su corazón desbocado, pero no dijo nada porque Lucía, tras un breve silencio, continuó:

– Mi marido llevaba casi seis meses viéndose a escondidas con el agente de seguros que tiene nuestras pólizas, un chico de treinta y cinco años. Cuando el anterior agente se jubiló, hace algo más de seis meses, este chico, su hijo, tomó su cartera. No me extrañó que viniera al principio tanto a vernos para revisar las pólizas. Era muy simpático y ocurrente, todo lo contrario que su padre, un personaje adusto que sólo se ponía en contacto con nosotros para avisarnos de los vencimientos de los recibos…

Jacinto y yo nos casamos mayores. El tenía cuarenta y uno y yo treinta y ocho. Los dos éramos correctores de pruebas y trabajábamos por nuestra cuenta para varias editoriales. Nos conocimos en un congreso. Él lo tenía mejor montado que yo, porque hacía literatura con una editorial importante, con mucho volumen. Yo, en cambio, empecé con un encargo de una editorial pequeña de divulgación científica y me fui especializando en manuales técnicos, más laboriosos y menos numerosos. Por eso, al poco de casarnos, decidí que tenía que hacer algo más si quería ser independiente y le propuse montar una librería técnica especializada. A la vez la cuestión de los hijos quedó supeditada y aparcada hasta que la librería se consolidara. También porque él no mostró especial entusiasmo cuando lo planteé. Como la librería nunca ha llegado a ser un negocio sino que lo más que hemos logrado ha sido disponer de un par de sueldos complementarios, más o menos estables, la cuestión no ha vuelto a plantearse, y así ha pasado el tiempo hasta el martes pasado, que le dije de manera clara que lo había estado pensando en los últimos tiempos y había decidido ser madre, sin esperar más. Estoy a punto de cumplir los cuarenta y seis años y no quiero dejar de hacerlo, no me quiero privar de esa experiencia. Tengo la intuición de que no puedo retrasarlo más.

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