Debate

Primer debate electoral en Internet en España propiciado por El País

El periódico El País organizó anoche el primer debate electoral celebrado en España soportado principalmente por Internet, correspondiente a las Elecciones Generales convocadas para el próximo 20 de diciembre de 2015.

Supongo que la pérdida y por consiguiente la carencia de canales propios de televisión de este grupo editorial y de comunicación ha influido de manera notable en la toma de esta iniciativa y también en el bombo y platillo con que la ha jaleado.

A pesar de estas cuestiones, el que se haya producido es interesante, hace servicio público y por tanto es merecedor de elogio, aunque como fiel y asiduo lector del periódico me hubiera gustado no haber echado de menos un elenco más completo de los candidatos. No estoy pensando, claro, en toda esa ristra de partidos que se presentan, que cuando uno llega al colegio a votar ve amontonadas sus papeletas sobre las mesas con nombres generalmente largos, que invitan a un gesto de perplejidad e intento por descubrir a quien pueden representar, sino en todos aquellos que tienen razonables expectativas de obtener al menos un escaño, o bien ya lo han disfrutado en la legislatura anterior, como los partidos nacionalistas, o las siglas que los hayan sustituido, además de Izquierda Unida y UPyD.  Hubiera preferido, en consecuencia, un mayor énfasis en el rasgo de la diversidad democrática del debate sobre el de la mayor manejabilidad y la limpieza escenográfica. Sobre este aspecto, además, tengo otro reparo: el dejar un atril vacío para resaltar que un candidato convocado ha rehusado la invitación muestra un excesivo protagonismo del organizador, que de esta manera interviene en el debate y merma su afán de imparcialidad.

Candidatos e intervenciones

Estaban representados los partidos políticos Ciudadanos, Partido Socialista Obrero Español y Podemos por sus cabezas de lista y aspirantes a la presidencia del Gobierno, Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias respectivamente, en ese orden colocados frente al espectador, obtenido mediante sorteo, que precisamente puede corresponderse con la teórica filiación en el espectro político, centro-derecha, centro-izquierda e izquierda.

La encuesta que se había preparado para que los internautas sobre la marcha fueran emitiendo su voto sobre quien de los concurrentes había ganado el debate, que se cerró un tiempo después de acabado el mismo, arrojó un resultado abultado a favor del candidato de Podemos, Pablo Iglesias, si bien el propio periódico la anunció como no científica, lo que abona mi impresión de que este debate tuvo mucho de promoción generalizada de todos los actores, ya que ese dato no me parece el más relevante, como conclusión del mismo, sino si el formato y la organización han permitido trasladar al electorado la mayor información posible sobre las ofertas programáticas de los partidos participantes, y de paso,  de la capacidad de sus candidatos para encarnar, defender y llevar a buen término esas propuestas. En este sentido para mi no lo ganó ninguno. Lo perdieron los tres en la medida en que no me inspiraron la suficiente confianza para lograr mi voto, y me sentí poco representado en sus palabras, aunque escuché enfoques y propuestas con las que podía, a falta de mayor concreción, coincidir.

Pablo Iglesias me pareció el más templado, convencido de lo que contaba y decidido a irritar a sus rivales tirando la piedra escondiendo la mano.

Albert Rivera, empeñado en ser fiel a su idea básica de hacer propuestas y rehuir el señalamiento de los errores y defectos de los demás,  no acabó de plasmarlas con la necesaria convicción y aplomo, ni consiguió lo segundo, mostrándose además nervioso y contrariado con los ataques de sus rivales.

También Pedro Sánchez pareció desconcertado y a veces nervioso con las andanadas que le llegaban desde ambos lados, pero sobre todo,  fue el que transmitió más vicariamente las propuestas de su partido, como si no las asumiera plenamente, y el que pareció más desconectado.

Todos incurrieron en intentar desacreditar a sus rivales señalando sus contradicciones y defectos. En cuanto el primero empezó, los demás siguieron. Seguro que hay quien espera y le gusta eso en un debate y tanto asesoramiento como tuvieron debía exigir ese peaje.

Por lo demás, los tres inauguraron un tratamiento informal de cierta confianza entre ellos tuteándose, de colegas metidos en la misma faena, que debe resultar simpático quizá al electorado más joven, pero que en mi opinión mellaba la seriedad del acto y de lo que se trataba.  En el mismo sentido, sólo Rivera consideró que debía completar su traje con una corbata, en su papel de aspirante al puesto ejecutivo más importante de la política española. Sánchez, que la usa habitualmente en su condición de diputado y líder de la oposición en el Congreso, decidió situarse entre dos aguas, traje sí, pero corbata no, con el cuello de la camisa blanca abierto. Iglesias, por su parte, compareció con la habitual camisa remangada, también blanca,  y los vaqueros.

Capitalismo para embridar

Lo ocurrido con Volkswagen y su programa pícaro, capaz de reconocer cuando está siendo comprobado un determinado comportamiento mal visto o prohibido del motor de sus vehículos,  y de modificarlo para que supere la prueba, habla en primer lugar del alto nivel tecnológico alcanzado, pero sobre todo del mismo poco valor que se sigue dando a la ética cuando el dinero se cruza en su camino.

Imagino que alguien listo en el departamento correspondiente hizo saber a sus superiores directivos que podía instalar un programa capaz de tirar la piedra cuando no le vieran y esconder la mano cuando estuviera vigilado, y éstos, en lugar de desechar la idea de inmediato, por fraudulenta, asignaron una partida del presupuesto de inversión a su desarrollo e implantación generalizada, con el objetivo, claro, de mejorar su oferta, adquirir mayor competitividad sobre sus rivales y en definitiva ganar más dinero.

Pues sí, este es el modelo que tenemos en el capitalismo desarrollado. La competencia por vender más y ganar más dinero prevalece a menudo sobre conceptos morales y de beneficio social general, que resultan soslayados.

El inmenso presupuesto que dedica Volkskwagen a mostrarse, como tantos otros fabricantes en los últimos tiempos, sensibilizado y respetuoso con el medio ambiente acaba siendo dinero desperdiciado cuando los hechos demuestran que no le importa un comino sobrepasar los niveles de contaminación permitidos en sus vehículos. A esa pérdida hay que añadir la cantidad que va a tener que dedicar a pagar las sanciones que le van a imponer. Todo un fiasco económico monumental para la empresa, que exigiría que toda la cúpula responsable de tanto perjuicio, como mínimo acabara en su casa de inmediato, sin indemnización millonaria, por supuesto, para poder meditar con tranquilidad sobre su comportamiento y dar ejemplo a otros. Y si no existen leyes que les exijan otras responsabilidades que puedan conducirlos a sanciones personales más serias, quizá ha llegado el momento de nuevo de que los legisladores se planteen estudiarlas e implantarlas.

Seguramente es verdad que estos hechos aparecen ayudados por la labor de los competidores, e incluso puede que forme parte de un  movimiento geoestratégico conjunto, entre japoneses y estadounidenses para frenar a Alemania, para los que un golpe de esta magnitud en la credibilidad de tan importante constructor de vehículos del mundo,  beneficia, pero ello no resta gravedad a lo ocurrido y no debiera hacernos dar un paso hacia atrás a los que aspiramos y exigimos un capitalismo donde el comportamiento leal y honesto de las empresas que nos suministran los bienes de todo tipo que consumimos, y especialmente de las agroalimentarias y de las farmacéuticas, esté garantizado por las leyes y la eficacia del control.

Yo también soy catalán

Quizá resulta agobiante retornar  a tratar un asunto tan debatido, donde ha habido y hay enfoques desde todos los ángulos, donde raro es el  día en el que no aparecen una o varias nuevas contribuciones, pero su indudable trascendencia para todos, empezando por los demás españoles y alcanzando a los europeos, tanto por lo que ya ha acontecido, como por lo que se está preparando que acontezca, lo hace obligado. ¿En mi caso, qué argumentos quiero resaltar aquí?

En primer lugar que para bien y para mal, los acontecimientos históricos han conducido a lo que somos hoy, y sólo desde la realidad de hoy se debe hacer política para mejorarla. Hay, en consecuencia, que partir de lo que legitima el presente: la Constitución Española y los tratados que España tiene suscritos con los diferentes organismos internacionales, y particularmente con la Unión Europea. No hacerlo es igual a vulnerar derechos reconocidos. Resulta artificial y anacrónico remontarse a acontecimientos históricos más o menos remotos para justificar o sustentar reivindicaciones. Es el ocuparse de los asuntos concretos sobre la vida actual de los ciudadanos lo que contribuye a mejorar o empeorar su bienestar y sus posibilidades de desarrollar una vida plena y justa, único objetivo que en mi opinión debería tener un político. Fantasear con lo que pudo ser, o en algún momento fue, pero ya no es, creo que hace un flaco favor a la ciudadanía, especialmente si resulta chirriantemente anacrónico, porque la distrae y en definitiva la hace perder el tiempo. Imaginar una Cataluña como estado independiente e incluso complementada con otras regiones bajo la unidad de la lengua como Baleares, Valencia, parte de Aragón y del sureste francés, es tan legítimo, pero tan anacrónico y trufado de sentimientos políticos periclitados como el de nación, como que España reivindicara el imperio que llegó a alcanzar sobre la misma base, la lingüística y cultural, sólo que en ese caso apoyado en el castellano. La lengua es un bien, una riqueza cultural, y en consecuencia no debe usarse para crear compartimentos políticos estancos, sino todo lo contrario, vínculos.

Siguiendo esa lógica fantasiosa a que conduce apoyarse en hechos históricos más o menos remotos para deducir legitimidades ¿por qué no aceptarles a los radicales islamistas su reivindicación de Al Andalus, que por si alguien no lo sabe incluía toda la Cataluña actual y la transpirenaica?

¿Quiere esto decir que haya que olvidar la Historia, y no usarla como la experiencia necesaria y básica para tomar decisiones? ¡Claro que no! Pero esta labor ha de hacerse con rigor, desde el presente y mirando al futuro, huyendo de incurrir en juicios anacrónicos y sin buscar en ella hechos que justifiquen nuestros intereses previos.

En la Constitución vigente la soberanía se acordó reconocérsela al pueblo español y por tanto debe ser el pueblo español el que decida si debe o no organizar el actual Estado de otra manera, según los argumentos que se esgriman y conforme a los acuerdos y  propuestas que las fuerzas políticas hayan alcanzado. Eso es respetar la democracia. Soslayar esta realidad por una parte de la población española es vulnerar un derecho fundamental de la del resto del Estado, y nadie puede ser tan ingenuo de no reconocer el peligro que conlleva no respetar estas fundamentales reglas de juego.

La segunda idea es complementaria de esta primera, porque es su otra cara implícita: la mirada hacia el futuro. Cuando en Europa, que es el entorno geográfico, cultural y vital donde nos encontramos,  por muy de manera imperfecta y lenta que sea, con multitud de errores de diseño y de acción,  como estamos casi cada día comprobando, por ejemplo con el euro o con la política exterior, lo que estamos intentando construir es una forma más eficiente y más justa de desarrollar nuestras vidas, reconociendo nuestra inevitable imbricación y pertenencia a un mundo que ya empieza a ser pequeño, diluyendo como paso necesario y lógico, ciertas  competencias procedentes de los estados, en busca de un bien común superior, ¡¿cómo se nos ocurre, entonces, que el camino pasa por volver a la decimonónica idea del estado nación?! En mi opinión y diciéndolo de manera muy llana,  lo que hay que hacer es justo lo contrario: en lugar de preguntar qué pasa con lo mío, preguntarse de qué manera se contribuye y se puede ayudar mejor al logro colectivo.

La tercera es el reconocimiento del mal ya causado. Casi nadie habla de esto pero existe. Destruir es fácil, y construir difícil y lento. Cuando en lugar de estar abierto a ver la maravilla que supone que un grupo de españoles de orígenes diversos, incluido alguno de lugares que hoy consideramos extranjeros (Mirotic), liderados por un catalán (Gasol), logren trabajando juntos alcanzar un objetivo muy meritorio en su actividad y estar en la élite mundial, y compartir el orgullo de saber que ese grupo se ha formado y es el resultado de la sociedad que entre todos hemos creado y compartimos, se busca resaltar otros hechos, los negativos, que ahondan en la diferencia, ¿qué se pretende, defender los intereses colectivos o los propios? ¿Qué se crea, incomprensión, aislamiento, rencor, odio, enfrentamiento, o conocimiento, interrelación,  aprecio, afecto y armonía? La manera en que se utilizan la información y la comunicación, no es inocua. Se ha dañado el sustrato de la convivencia que es la confianza y la buena opinión recíproca,  introduciendo en la mentalidad de la ciudadanía de los diferentes territorios ideas de reparto injusto, de agravios, de comportamientos egoístas cuando no delictivos, de deudas…Sin duda  estas cargas explosivas sobre la convivencia han tenido, tienen y tendrán consecuencias económicas, pero, de manera principal consecuencias sobre la convivencia, sobre la actitud para colaborar y lograr objetivos juntos, sobre la estima. Y esta labor que se ha hecho por parte de los partidos nacionalistas catalanes desde el mismo momento de la aprobación de la Constitución, ha sido premeditada y sistemática,  un discurso muy elaborado y eficazmente transmitido para en primer lugar aislar a los ciudadanos, creando nacionalistas románticos independentistas, con el fin de poderlos después enfrentar a los otros españoles, buscando la reacción que de nuevo retroalimentara la acción del discurso victimista. Y hay que reconocer que por la parte afectada, el resto del Estado,  no se ha sabido responder con buenos argumentos, o se ha dejado que fuera la propia realidad la que ella sola, por evidente, se impusiera, lo que ha resultado, a la vista está,  un grave error. ¡Claro, sólo si valoramos como un bien irrenunciable la cohesión y la armonía social de un estado!

Y finalmente un cuarto argumento: el reconocimiento del superior valor del mestizaje, de la multiculturalidad, de la imbricación frente al monocultivo de las esencias propias. El valor de la ciudadanía del mundo, individuos que van libando de todo aquello que les merece interés y ayuda a su crecimiento, por lo que esto es también una declaración de rechazo al seguidismo, a la confianza en líderes políticos localistas, que buscan afianzarse acotando su parcela de poder.

Por mi parte -permítanme unas líneas personales- desde luego, ahora , como he hecho siempre, e independientemente de quien gane las elecciones autonómicas del 27 de septiembre en Cataluña, no  voy a seguir ese juego de la búsqueda y la entronización de la distinción con el otro, del cultivo de mi diferencia, no voy a hacerme eco de esto excepto para denunciarlo.

No necesito, además, que nadie me diga qué debo pensar, quien es mi enemigo y quien no lo es,  a quien debo apreciar y a quien no. Si debo comprar o no lo que a lo largo de mi vida he elegido comprar porque me gustaba, como los vinos blancos y los cavas catalanes. Si es mío o no lo es lo que han escrito Carmen Laforet, Montserrat Roig,  Maruja Torres, Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza, Juan Marsé, o Vilá-Matas, o tocado Pau Casals o Tete Montoliú, por poner sólo unos poquísimos ejemplos.

Por otro lado estoy convencido de que a mi me entusiasma más escuchar a Serrat, que al propio Mas, que forma más parte de mis sentimientos que de los suyos,  y en consecuencia, que es más mío que suyo. Y, en definitiva, la razón es que yo también soy catalán. Madrileño de nacimiento y de residencia, estoy entreverado de catalanidad a través de los catalanes con los que me he relacionado de alguna u otra manera. Porque así es como de verdad funciona la vida real, y no como algunos nacionalistas la pintan. Pero es verdad que no todo el mundo tiene tanta fortuna como yo, que me emociono recordando la historia del maestro Ripoll, de Solsona, al que Madrid tiene dedicada una calle.

El sentimiento tribal

 

En Ruanda, a comienzos de abril de 1994 se produjo el pistoletazo de salida -aunque fue más bien un misilazo que acabó con el avión que trasladaba a los entonces presidentes hutus de Ruanda y de Burundi- de un plan, bien preparado y pertrechado durante años por el gobierno ruandés, para asesinar a los tutsis ruandeses y a los propios hutus que simpatizaran con ellos, o no estuvieran dispuestos a tomar parte: lo que puede calificarse como genocidio étnico y político. Tuvieron éxito los que lo planearon, los que lo financiaron, los que se beneficiaron de ello y los que lo permitieron.

Conviene recordar que hutus y tutsis no son razas distintas, sino que sus diferencias proceden de su secular manera de ganarse la vida, los primeros como agricultores y los otros como ganaderos. También que las familias donde hay miembros de ambos colectivos no son infrecuentes. Pero también que cuando llegó la colonización europea, había una tensión que periódicamente producía conflictos como consecuencia de un hecho contundente, por un lado que los hutus constituían la gran mayoría de la población, pero por otro eran los tutsis los que mandaban ya que siempre se habían auto adjudicado una superioridad sobre los primeros y actuaban con la dureza feudal de los señores sobre los siervos. Nada anacrónico dado el primitivo desarrollo de su sociedad. ¿Qué hizo la colonización europea? Pues aprovechar esta tensión, remarcándola y promoviéndola porque tenían bien aprendida la máxima de divide y vencerás y por tanto el enfrentamiento y la división de la población beneficiaba sus intereses de control y rapiña.

El delirio y el ensañamiento con el que tras ese letal episodio aéreo las bien organizadas milicias hutus, o Interahamwes, se lanzaron al exterminio total de los tutsis, no se explica sin pensar que había quienes apoyaban y de manera sistemática alimentaban las tesis de la diferencia y hacían oídos sordos ante las tesis contrarias de la igualdad, la cooperación y la convivencia.

Ruanda era entonces, y lo es todavía -con datos de 2001- un país cristiano en más del noventa por ciento, principalmente católico, si bien el islamismo ha ido creciendo, aunque según esos mismos datos entonces no llegaba aún a un cinco por ciento del total. Pero eso no fue un impedimento para que el sacerdote Wenceslas Munyeshyaka  según relata Paul Rusesabagina, en cuya historia real está basada la película Hotel Ruanda, dijera de su propia madre que era  repugnante por ser tutsi y la denominara cucaracha, ni participara en violaciones y asesinatos al facilitar listas de tutsis o hutus opositores. O que el obispo católico de Gikongoro, monseñor Augustin Misagode pidiera al Vaticano que retirara de Ruanda a los sacerdotes tutsis, ni que participara por omisión en el asesinato de cerca de noventa niños que estaban refugiados en una iglesia a los que dejó en manos de la policía que acabaría con ellos, con el subterfugio de que los protegerían.

Los innumerables ejemplos como este o los testimonios de los juicios celebrados por diferentes tribunales contra los instigadores y cabecillas o el concurso de religiosos invita a pensar en la profunda desvirtuación de la realidad que imperaba.

Pero hubo dos excepciones, por un lado la que protagonizó la pequeña minoría musulmana que protegió en sus barrios a sus feligreses tutsis y sus mezquitas no fueron utilizadas, como sí lo fueron las iglesias, para concentrar refugiados y de esa manera abordar con mayor facilidad el exterminio. Por otro los muy minoritarios testigos de Jehová, que no sólo se negaron a participar sino que ni siquiera consintieron en aceptar las armas que les quisieron proporcionar con ese objetivo, y de esa manera se convirtieron también en víctimas.

Estos hechos invitan a sacar consecuencias sobre el resultado de categorizar las diferencias, distorsionando la realidad, cosa que ocurre con demasiada frecuencia en España. Se puede encontrar este sectarismo en los partidos políticos que es donde más puede preocupar, dada su influencia en la sociedad, que se empeñan más en encontrar como atacar y descalificar al rival, que de hallar concomitancias y soluciones compartidas a los problemas que nos atañen.

Pero hay que decir que es un sentimiento muy corriente, y de amplísima extensión, investido de normalidad y autoalimentado, que se percibe en todos los ámbitos: mi país es el mejor, mi región es la mejor, mi ciudad es la mejor,  mi familia es la mejor…También en el deporte. No en vano los aficionados de un equipo disfrutan haciendo tribu, sólo viendo y esgrimiendo los valores del propio y no percibiendo o despreciando los del rival.

El sentimiento tribal es acogedor, porque apela a la identidad y protección del grupo, a los considerados iguales, pero es primitivo y tiene consecuencias muy negativas. Tomarlo en serio a estas alturas de la Historia es desestimar la auténtica igualdad, la que nos puede hacer avanzar empleando todas nuestras capacidades, y ayudar a construir el futuro, porque no ve enemigos en lo diferente; la igualdad que nos iguala en lo sustantivo, la que nos afecta a todos, la que no se circunscribe al ámbito de los que son de la familia, o de la propia ciudad, o de la propia región, o de la propia nación, o del propio estado, y ni siquiera de una confederación de estados, sino, de momento, al planeta.  La igualdad del ser humano.

Sopladoras

Por la mañana la ciudad, aunque de noche de manera intermitente no ha dejado de emitir signos sonoros de vida, comienza, antes de que el alba asome, a crear ese ruido ambiente que nos acompaña todo el día. Principalmente lo produce el tráfico de vehículos, que es continuo, luego a ese ruido de fondo se añaden otros muchos como sirenas, frenazos, ladridos, gritos , bocinas, músicas que lanzan al aire los altavoces más variados, como los de algunos vehículos con conductores sordos, u otros con emprendedores ávidos de captar clientes a voces de megafonía, sobre todo tapiceros y afiladores que van soltando repetidamente sus letanías, y los que produce la más diversa maquinaria que se usa en las obras o los jardines próximos, como taladradoras, sierras o cortacéspedes. De esta última clase especialmente molestas resultan por el ruido que producen las motosopladoras. Usan motores pequeños de dos tiempos cuyo ruido pedorrero sólo tiene de bueno para mi que lo asocio a aquellas tardes caniculares en el Levante, cuando el sol abrasaba más allá de unos pocos metros de la orilla del mar, y en el sopor y la penumbra de la sobremesa de vez en cuando lo escuchaba cuando lo escupían al pasar, camino de la huerta o de vuelta, los ciclomotores de los huertanos.

Sí, ese trasto que se colocan como una mochila en la espalda los operarios de limpieza de las contratas municipales, que suelen ser dos, que toma aire y lo expulsa por una ancha boca y que utilizan para ir arrinconando entre ambos la basura al paso de un pesado vehículo barredor-aspirador que la recoge, son las sopladoras o motosopladoras. Contribuye a su molestia en mi caso el que en mi calle a las 7:30 muchos días ya están funcionando, incluidos los domingos y festivos,  y rasgan abruptamente el rumor emergente de la mañana. Los mismos que las utilizan van protegidos por protectores sonoros, lo que indica inequívocamente que su nivel de ruido sobrepasa con creces lo soportable, pero resulta además que su función lejos de ser útil causa más problemas que soluciona. ¿Por qué?

Cualquiera que las haya visto funcionar se habrá dado cuenta de que arrinconan las hojas y los papeles, incluso pequeños objetos tirados al suelo como chapas, latas o vasos de plástico, pero a la vez levantan unas polvaredas tales que los propios operarios tienen que protegerse con mascarillas. Así resulta que por donde pasan queda todo cubierto de una espesa capa de la basura granulada más fina, más polvorienta, la que ellos mismos han aireado y dejado flotando en el ambiente. Edificios, vehículos, mobiliario urbano, e incluso los transeúntes quedan afectados si osan seguir su camino y no cambiarlo cuando se tropiezan con este circo, alejándose, aunque los operarios de las maquinitas, si se dan cuenta, las dejen en punto muerto, sin actuar sobre el acelerador de los soplidos. Seguramente fueron pensadas para ser usadas en los parques de césped de los países húmedos para arrinconar las hojas y eso todavía puede tener una cierta utilidad en grandes extensiones en los otoños de esos parques.

Si existen aquí está claro que es porque alguien se beneficia de este invento: la empresa concesionaria y la empresa fabricante del aparato.  Seguro que si se les pregunta son capaces de mencionar que su utilidad, más allá de la limpieza, radica en que con su fabricación y utilización crean puestos de trabajo, pero olvidarán decir que los crean en China, que debe ser donde se fabriquen, y en cuanto al número de los propios operarios de las concesionarias que ahora las manejan, seguro que ocurre que disminuye más que aumenta. ¿Alguien tiene duda de que estos mismos operarios podrían cambiarlas por el escobón sin merma ni de su salud ni del número de puestos ocupados? Antes al contrario. Desde luego más sano parece hacer ejercicio barriendo que el respirar permanentemente, día tras otro, el polvo que levantan, repleto de micropartículas de toda índole y el humo de la combustión de su motor, además de  soportar su peso sobre la espalda y su ruido ensordecedor. Es decir: pura máquina infernal de contaminación medioambiental.

No se qué beneficio obtiene el ayuntamiento correspondiente, habiendo visto como son estas instituciones caldo de cultivo magnífico para la corrupción. Lo que sí tengo claro es que los encargados de aprobar su funcionamiento no han tenido en cuenta todos los perjuicios que causa a los ciudadanos. Aunque puede que también haya quien cínicamente conteste que aumentan el volumen de negocio de los lavaderos de coches, y de las consultas de los médicos, y en último término contribuyen a mantener embridada la pirámide inversa de población.

Apéndice:

31/7/2020

Esta entrada del 2015 es de las que no pierde actualidad. Al contrario: la sobrevenida pandemia pone la crítica a este aparato en el centro de atención. ¿O es que nadie se da cuenta de que multiplica las posibilidades de que a nuestro sistema respiratorio lleguen patógenos?

Todos y todas

Intercambiaba hace poco con unas amigas impresiones sobre el cansancio que notábamos que nos producía la contemplación de la actividad política actual en España. Nos situábamos, de manera implícita claro, dentro del marco de la crisis económica, de la insatisfacción por comportamientos irresponsables, y de la indignación cuando apuntaban a fraudulentos, que más nos parecían tendentes a engañarnos a los ciudadanos, a darnos gato por liebre, a tomarnos el pelo, que a cumplir con sus jurados o prometidos compromisos con nosotros. Y creo que había consenso en que se trataba de un sentimiento que ocurría a pesar nuestro, de que en fin, no hacíamos nada para ayudar a este cansancio, sino que lo habíamos notado surgir venciendo nuestro interés por estar al día de los asuntos de la gran y la pequeña política, de poseer opiniones formadas sobre ellos, para poder ejercer correctamente nuestra libertad y nuestra crítica o anuencia con las decisiones que tomaran los responsables políticos.

Es en este contexto en el que quiero señalar la cada vez mayor fatiga que me produce el uso de los desdoblamientos de género en todo tipo de palabras. Me estoy refiriendo sí, al uso de “compañeros y compañeras”, “ciudadanos y ciudadanas”, “amigos y amigas” y por encima de todos ellos el engendro “todos y todas”.

Doy por bueno que en origen este uso lo inspira el combatir el sexismo que se muestra en muchos aspectos de nuestra sociedad, pero como no creo que eso ocurra en este caso, porque ha transcurrido un buen tiempo desde que saltaron las primeras voces reclamándolo para analizar bien el asunto, discernir y tener bien formada una convicción, lo percibo o como una dejadez, o una falta de rigor, o un desprecio por el sentido común o el conocimiento de los especialistas, o una impostura o añagaza electoralista más, o todo ello a la vez y, en consecuencia, no me gusta, me desagrada e irrita.

Hay estudios, realizados por profesionales del lenguaje, a los que me remito para dar información rigurosa sobre esto y su particular casuística, como el artículo publicado en El País hace ya algún tiempo por el académico de la R.A.E. Ignacio Bosque, que a su vez citaba a otros autores que habían profundizado en ello, por lo que no quiero repetir  las razones que allí se argumentaban, y que comparto, sino poner el foco en el aspecto del comportamiento hipócrita de los políticos que sí lo hacen suyo y así se expresan en sus intervenciones públicas, cuyo único fin al hacerlo es hacerse pasar por sensibles a los problemas de desigualdad de género, regalar los oídos de las personas sensibilizadas con este asunto y contribuir con ello a obtener su adhesión y como consecuencia el mejor resultado posible en unas elecciones.

Como no creo que la mayoría de estos políticos y líderes que nos hablan de esta manera incorrecta -según la R.A.E. y demás academias como ya he indicado- cuando se dirigen a nosotros en público, hicieran lo mismo si mantuviéramos una conversación privada, sin medios que recogieran y publicaran el mensaje, lo que percibo es, efectivamente, más que ninguna otra cosa, postureo y electoralismo. Y no lo creo porque encuentro dos motivos poderosos para que no lo hicieran: el primero porque en el uso habitual no dejan de hacer caso de una característica primordial y común a todas las lenguas, como es la economía. -¿Qué sentido tiene duplicar el gasto en saliva, tiempo y concentración usando dos palabras cuando una de ellas sola engloba a las dos y expresa todo lo que ambas pueden transmitir? ¡Cuánto más si eso ha de reproducirse decenas de veces en un discurso!- El segundo, íntimamente imbricado con el primero, porque sin duda alguna ninguno cree que haya entre su audiencia alguien que deje de percibir con la suficiente exactitud su mensaje completo si omiten el desdoblamiento.

Por más que intuya la matraca que deben sufrir por parte de sus asesores estos políticos para no hablar como lo hace todo el mundo, de una manera que tachan como sexista, espero de su capacidad y sentido crítico que no se escondan ante una cuestión polémica como ésta y expongan su criterio y razones para este uso. Pero no, lo que ocurre es que optan por el maquillaje y el escaparate, por lo más sencillo y barato, como no deja de serlo apuntarse a esa corriente de cierto pensamiento feminista que tiene como necesario ese uso, lo reivindica y lo promueve, aunque ello vaya en contra de la opinión de los especialistas académicos sean éstos hombres o mujeres. Veo así una contradicción entre lo que de verdad se cree, porque es lo que se practica como habitual en el ámbito privado, y lo que se ven obligados a decir, lo sientan o no, en cada intervención pública. En resumen: hipocresía.

Esto no supone, naturalmente,  que los que se someten a este dictado, de un sexo u otro, no tengan firmes convicciones sobre la igualdad entre las personas, de manera independiente de cual sea su sexo, y también de la necesidad de combatir ese sexismo que existe en muchísimos aspectos de nuestra sociedad -yo no lo sé, pero se lo doy por bueno- sino que en el mejor de los casos no le dan la máxima prioridad ni proponen o legislan medidas que verdaderamente igualen a todos, sino que aceptan el camino fácil, aunque tedioso, pero hipotéticamente rentable, de intentar contentar a todos, orillando la polémica sobre este uso particular del desdoblamiento, y sumándose así, desde mi punto de vista de manera equivocada, a esa corriente feminista porque deben creer, supongo, que los prestigia y los salvaguarda de presentar flancos donde el adversario pueda hincar el diente.

Y me pregunto si los asesores y ellos mismos han considerado las consecuencias negativas en los que los escuchan del aburrimiento y el desinterés por la falta de agilidad y por la reiteración, y la escasez del mensaje, que esta práctica produce, al obligar a acortar el discurso, que necesariamente debe hacerse breve para que puedan caber todas esas repeticiones…

Quizá sólo sea mi caso, pero cuando escucho un comienzo del tipo “quiero deciros a todos y todas” pierdo todo interés por saber qué es lo que sigue, aunque mirado desde otro punto de vista puede que sea éste, además de decir lo menos posible, limitándose a muy pocas ideas para no distraer o dispersar al electorado, el objetivo que se busca conseguir: que lo dicho no sea escuchado, y en la mayoría  de los casos no cale y sea olvidado de inmediato. Al final el triunfo aplastante del engatusamiento y el humo de pajas.

¿Quién pone en peligro la democracia?

Avatar de Economistas Frente a la CrisisEconomistas Frente a la Crisis

Por José Vidal Portillo, miembro de Economistas Frente a la Crisis

Indecencia, abusos, desigualdad, frustración de expectativas, deterioro de la convivencia, hartazgo, desmoralización social… Son algunos de los síntomas que, desde hace tiempo, vienen anunciando la enfermedad de una sociedad en crisis. Consecuencia lógica del enquistamiento de problemas sin resolver en nuestro entramado político e institucional.

Ver la entrada original 1.873 palabras más

Gaza y la presencia próspera

Eran casi las doce de la noche del pasado viernes y veía al fondo las luces de la ciudad de Gaza y su entorno, el paisaje nocturno que emitían en directo varios canales de televisión, imágenes sin comentarios de la señal que registraba una cámara fija que cabía imaginar como las de tráfico, aupada a un poste. De sonido ambiente el ruido sordo que recordaba al de un generador, pero que disparaba la imaginación: Podría haber sido  una trituradora gigante avanzando pesada y lentamente sobre cadenas, como los blindados israelíes, capaz de no dejar piedra sobre piedra en los 360 Km cuadrados que ocupa el territorio. Miraba al horizonte, intentando distinguir qué pasaba, si algo se movía, algo explotaba o se desintegraba en un relámpago de fuego, pero el aire en ese espacio oscuro respiraba detenido, como inerte ya, presagio siniestro de los muertos que desde entonces se han ido sucediendo.

Los medios de comunicación cada vez más intentan retransmitir la guerra en directo, y a no tardar mucho conseguirán que la sangre salpique la lente de la cámara.

Con esta operación militar protagonizada por el ejército de Israel se está consumando otro zarpazo a la paz, que nadie verdaderamente debe querer puesto que no se consigue. Pasan las décadas, las reuniones, los premios Nobel de la paz, y las que transforman el paisaje y las vidas son las guerras.

Es difícil no pensar que el objetivo beneficiado a corto plazo de todas ellas no haya contribuido de manera determinante a que todo de nuevo esté sucediendo así. No se puede demostrar que todo responda a un meticuloso y alambicado plan, que de satisfacción a intereses geoestratégicos y económicos, que acepta un indefinido largo plazo y tendría como máxima algo así como “Cualquier cosa que suceda, tanto lo que controlamos como lo que no, debe ser aprovechada para expandir nuestro territorio, elemento necesario para consolidar la viabilidad y seguridad del Estado hebreo”, pero los hechos apuntan a esa lógica.

No se si alguna vez los inspiradores y fundadores del estado de Israel contemplaron otra diferente: la vía de la presencia próspera. La que beneficiara a todos los implicados. La integradora bajo unos mínimos estables de convivencia y respeto. La que dejara en el apartado de lo no básico las diferencias e hiciera valer como sustento lo igualitario, lo compartido. La que así propiciara el desarrollo de todas las personas, su prosperidad y su bienestar, de manera independiente de su credo, su raza, su lengua o sus costumbres. Pero si se que es la única vía que tienen para erradicar la espiral absurda que ahora conduce a la violencia mortal, alimentadora y alimentada por el odio y el ansia de venganza.

Parece ridículo -por obvio- tener que recordar algo evidente para cualquier observador externo, como es lo que alimenta el conflicto, pero no debe serlo si nos atenemos a la persistencia y reiteración de lo que sucede: El agravio permanente, el despojo de sus tierras, la humillación, el aislamiento, el corte o la ausencia de los suministros elementales para vivir, como la electricidad y el agua, el ser un pueblo subsidiado donde resulta imposible hacer planes vitales de futuro… Esto siempre va a generar una respuesta de rechazo, de rebeldía, que inevitablemente devengue en violencia igualmente cruel y estúpida, porque la violencia engendra violencia. Nunca Israel va a disfrutar de la paz si no se pone al servicio de la prosperidad y el bienestar de su vecino. Debería hacerlo aunque sólo fuera por egoísmo,  por conseguir lo mismo para sí, pero ante todo porque es lo justo, lo que debe de ser. Además, si se diera cuenta de esto, sin duda le costaría menos aceptar este planteamiento.

Con la simplicidad de un slogan, hay que decirle a los gobernantes de Israel: “No hay que tirar misiles «inteligentes» -frente a los comparativamente rudimentarios cohetes de Hamas- que destruyan casas y edificios públicos, incluidos escuelas y hospitales, hay que lanzar inversiones, disposición a la comprensión y amistad”. No hay que insistir en la fórmula de la propaganda y el hostigamiento, de descalificar al contrario y asignarle sin más explicación, sin contar con la Historia, el papel del terrorista. Para entender a ese contrario sólo hay que ponerse en su lugar. No hay otra manera de obtener la paz.

Me ha resultado reconfortante y esperanzador que un judío ilustre como David Grossman haya escrito esto recientemente con motivo del septuagésimo quinto aniversario de la fundación del estado hebreo.

Sin cambios en el orden mundial

Sería pretencioso colocar este título si no reconociera desde el principio que no soy un experto estudioso en esta materia, sino un simple observador de su tiempo, y como tal me expreso, pero lo he mantenido por su concisión y capacidad evocadora de lo que sin duda es una realidad muy compleja.

El equilibrio es por definición inestable, su permanencia se realiza en la medida en que fuerzas contrarias se neutralizan produciendo ese estado al que le atribuimos beneficios frente a los perjuicios que en cambio reconocemos en los movimientos a los que nada frena.

Aplicado este concepto a la geoestrategia quiere decir que lo valoramos más que un predominio sin contrapeso, que cualquier realidad política mediante su capacidad y con mayor o menor violencia pueda ejercer sobre las demás existentes.

La reciente actividad expansionista de Putin con Crimea, anexionándose una parte del territorio del estado vecino de Ucrania, puede llevarnos a concluir que el equilibrio precedente a todos los hechos acaecidos en este país desde la renuncia de su entonces presidente Yanukóvich a la firma de un acuerdo de asociación con la Unión Europea, ha sido roto a favor de Rusia. Si leemos sus declaraciones, y tomamos por fidedignas las expresiones de apoyo de sus  conciudadanos a su política nacionalista y de recuperación de territorios e influencia mundial, puede que lleguemos a otra conclusión muy diferente, la de que el equilibrio antes mencionado no era tal, sino que más bien era un desequilibrio producido por el desmembramiento de la URSS y un excesivo escoramiento prooccidental de los territorios independizados de su influencia con posterioridad, y que estas iniciativas del actual presidente ruso van en la dirección de compensar.

En definitiva, que según con qué mirada nos aliniemos percibiremos la situación producida por la anexión a la Federación Rusa de la hasta hace unos días ucraniana península de Crimea, como rompedora del equilibrio o constructora del mismo.

En cualquiera de los dos casos, estaríamos dando por bueno que el mundo ha de regirse por esa suerte de siempre inestable punto de tensión donde los movimientos bruscos desaparecen anulados entre sí, formado por grandes fuerzas políticas antagónicas que gracias a este alambicado sistema de contrapoderes nos permite -a algunos- una existencia razonablemente desarrollada y encarada hacia el bienestar, mientras otros pierden una generación tras otra, ahogadas en la ciénaga de la miseria y la violencia. En definitiva la consabida política de bloques: China, Eurasia -ahora tan de actualidad-, Occidente, el Mundo Árabe, África, Latinoamérica…

Dejando para otro momento el cuestionar ese concepto, lo que se me antoja sorprendente después de todo lo sucedido es que los servicios de inteligencia y los diseñadores de la política exterior de los países que se encuentran a la cabeza de esos bloques, especialmente de los U.S.A. y la U.E. no tuvieran conocimiento o medido el alcance de las posibles iniciativas “desequilibradoras” de sus rivales en este juego.

Después de haber asistido al cumplimiento paso a paso y en tiempo récord de la estrategia cuyo fin era que un trozo importante de territorio en Europa cambiara de dueño, sin apenas derramar sangre, con una puesta en escena tan inverosímil como que un ejército uniformado sin signos de identificación apareciera de pronto perfectamente organizado llevando a cabo su objetivo, lo que cabe pensar no es que fuera un paso improvisado, sino todo lo contrario. Se puede deducir por tanto que todos estaban al corriente de los posibles movimientos  del rival, y que Occidente, que quería completar la incorporación de la muy extensa Ucrania a su área de influencia, ha transigido con que el precio fuera la devolución a Rusia de un territorio de marcada influencia suya e importancia estratégica capital, que por la intervención del factor humano en la Historia,  hace sesenta años había dejado de pertenecerle. La otra opción, la de que Putin ha sorprendido a todos, cuya respuesta al grave desmán, además, está siendo tibia, aunque siga escalando y de momento totalmente ineficaz, resulta cuanto menos poco creíble. O demoledora de la confianza que los ciudadanos podemos tener en las capacidades de nuestros dirigentes para prever y dar respuesta a acciones que conducen a situaciones como esta.

En resumen, que a expensas de lo que vaya a ocurrir en un futuro próximo, prefiero pensar que Putin no es un chalado que se aventura a una provocación cuyas consecuencias pueden tener dramáticos tintes bélicos, ni los líderes occidentales son estúpidos y pusilánimes, que no se enteran de nada y han sido sorprendidos en su buena fe por un golpe de mano súbito que ha supuesto la vulneración de la legalidad internacional y el rapto de una península que supone el acceso al Mediterráneo para la potencia geoestratégica que Rusia quiere volver a ser.

Como suele ocurrir en estos casos, los que con toda probabilidad no sabían nada serían las víctimas del proceso, en primer lugar los que dejaron sus vidas en las protestas callejeras de Kiev que lo pusieron en marcha, y después las minorías como los tártaros, o los ucranianos de Crimea, que les toca  sufrir las consecuencias de lo que otros han decidido para ellos.

Una pregunta pertinente

Señora Valèrie Trierweiler:

Me alegro de verla recuperada y con buen aspecto en esta foto de su viaje a India que incorpora la información sobre el mismo de La Razón en su edición digital de hoy. Por lo que hasta ahora ha trascendido, despierta usted mi simpatía y admiración.

Es dramático lo que le ha ocurrido. Su reacción conocida revela que para usted su pareja era algo verdaderamente importante.

Cabe imaginar que tendría un proyecto bien diseñado en su cabeza para disfrutar de manera privilegiada de su compañía, mientras ocupara la presidencia de la República, ayudándole a mantener el estado de ánimo sereno, lúcido y enérgico necesario para desempeñar esa labor con la máxima dignidad y eficacia, y tras este servicio al Estado, más adelante para compartir con él su progresivo envejecimiento, regalándole su lozanía y elegancia, alimentando sus recuerdos, llenando de miradas cariñosas y conversaciones inteligentes el transcurso de su cotidianidad.

Es probable que usted tenga plena conciencia de ser una mujer en la plenitud de su atractivo y no estuviera dispuesta a considerar que su pareja pudiera ponerlo en cuestión. ¿Quizá se confió y dejó que la idea de que éste era un hombre distinto al arquetipo de los hombres que siempre están alerta al atractivo de las mujeres en edad procreativa, anidara en su percepción de la realidad? Puede que influyera en su confianza también el especial marco protocolario y de seguridad al que obligadamente estaban sujetos. O quizá no, simplemente depositó su confianza de enamorada en las buenas intenciones manifestadas por él en alguna ocasión implícita o explícitamente.

En principio, por tanto,  parece que usted no vio venir lo que iba a ocurrir, que lo desconocía por completo,  y esto tiene una gran importancia.

Françoise Hollande, ya oficialmente su ex pareja, es el actual Presidente de la República Francesa, y en la comparecencia ante la prensa, estando aún usted hospitalizada, mantuvo a raya con gran determinación los intentos de socavar su intimidad apelando a la necesaria y conveniente separación entre la vida pública y la privada. Comparto esta opinión, de larga tradición laica y republicana, pero como casi todo lo que pone norma a nuestro comportamiento como ciudadanos, tiene unos límites bien definidos, es decir, no se entiende ni debe entenderse en términos absolutos. La vida familiar es vida privada, pero no creo que disintiéramos si lo calificáramos de público el hecho de que cualquiera de los dos hubiera sometido al otro a una violencia indeseada, aunque esto hubiera ocurrido en la soledad de su dormitorio.

Pues bien, el hecho de que usted no estuviera al tanto de que su pareja le estaba siendo infiel desde hacía muchas semanas, aun siguiendo siendo un asunto privado, tiene un aspecto público que yo aprecio y es un agujero de buen tamaño en la confiabilidad del señor Hollande. No soy  su votante directo, dada mi españolidad y el hecho de no estar empadronado en Francia que quizá pudiera permitírmelo, pero dada también la capacidad de influencia que en Europa tiene el llamado eje franco alemán, me siento sin duda alguna concernido por la actuación política del Presidente francés, y creo que tengo motivos para pensar que si  ha sido capaz de engañarla, sin más calificativos, igualmente capaz será de mentir y engañar a su electorado, al pueblo francés y por extensión a mi. Aceptar esto conlleva, además, desconfianza hacia su valor para hacer frente a situaciones emocionalmente difíciles, y hacia su capacidad para tomar decisiones en el momento adecuado, los dos hechos que han quedado al descubierto.

Por todo ello, discúlpeme la pregunta, que no tiene un fin curioso o entrometido, sino puramente práctico de conocer lo mejor posible como político a quien de alguna manera su comportamiento en el ejercicio del poder también me afecta: ¿Nunca él le habló de la relación que mantenía con la actriz Julie Gayet?