No habían sido muy considerados, teniendo en cuenta que no le habían avisado de que tras la cata ellos disponían de unas entradas para una exposición, de la cual a él no le habían cogido una. Javier le había dicho que lo había intentado, incluso antes de saber si él se apuntaba a lo de la cata, pero que ya no quedaba ninguna, siendo como era una exposición de Antonio López, en el Thyssen, a una semana vista de la clausura. No lo ponía en duda, pero hubiera agradecido que se lo hubieran dicho antes de acudir. porque quizás hubiera preferido no asistir, dado que lo que realmente le interesaba del encuentro era el propio encuentro, la charla, el cultivo de la relación con sus amigos…
Pero, bueno, el caso es que se había encontrado allí, en ese hotel donde se había realizado la cata de presentación de aquella denominación de origen tan poco interesante, solo.
Sentado en un sillón junto a otros tres vacíos, en torno a una mesa baja, sin nadie próximo con el que poder pegar hebra, con una copa de vino en la mano a medio tomar, en ese enorme vestíbulo de diferentes ambientes, decorado con un estilo más bien antiguo, emulando el aire de un bar inglés, con mucha madera, mucho cuero en tonos oscuros, y un piano colín, pensaba terminarse el vino y marcharse a casa. Los parroquianos más próximos, una pareja de recién jubilados, estaban en otro conjunto similar de sillones en torno a otra mesa baja, pero a una altura inferior en casi medio metro. Y en el otro extremo del salón, que era la prolongación del propio vestíbulo del hotel, tres varones japoneses, -¿o serían coreanos?-.
Lucía Cavestany IV
Volvió a sentarse en la descalzadora de los brazos planos como pistas de aterrizaje y empezó a repasar la habitación a ver si algo de lo que veía le recordaba qué había pasado. Eran las cuatro y media de la madrugada. Tampoco podía entretenerse mucho intentando recordar, si no quería tener que dar más explicaciones de las que desearía a Paula, su mujer.
En cierto modo tenía suerte, estaba casado con una persona que no le gustaba salir entre semana porque se levantaba muy temprano para acudir a la pequeña empresa que compartían, y tenía a su trabajo, y lo disfrutaba, como lo prioritario. Por eso le decía que no le importaba que él se marchara solo dejándola en casa, que acudiera a ver a amigos, como hacía largas temporadas, de manera semanal, cuando quedaba con el grupo de chalados por la música, y volviera de madrugada. Incluso si el plan no era ese, sino marcharse a cenar a un restaurante ella no se apuntaba, prefería quedarse en casa enpantuflada y dormirse con la televisión puesta. Pero esa libertad no era ilimitada. Una llegada excesivamente tardía podía desencadenar toda una dialéctica de consecuencias imprevisibles.
Aun así, mientras contemplaba ante él el cabecero de la cama de matrimonio donde se había despertado, compuesto por un tablero que se prolongaba hasta terminar en unas cajoneras que formaban las mesillas de noche, y ocultaba una luz, seguramente agradable para leer, y la sábana blanca, abandonada, que dibujaba unos meandros arrebujados, se dejó llevar por el recuerdo de como Ana y Javier le habían dejado sentado en el elegante bar del hotel, terminándose el vino tinto que había pedido para quitarse el pobre regusto que le habían dejado los que había estado probando con ellos, poco antes, en la cata.
Función de despedida
Las inauguraciones y clausuras de los Juegos Olímpicos se han convertido en el espectáculo heterogéneo de mayor audiencia mundial. Como consecuencia supone un trampolín de lanzamiento único para artistas y más cosas que se cuelan adornadas o camufladas. Al margen de cualquier valoración sobre los criterios estéticos actuales de los británicos, en la moda, la escenografía y el vestuario, la despedida me pareció ramplona tanto en la idea como en la realización. No obstante, como no soy experto en ninguna de las dos disciplinas, sino un simple espectador, puedo permitirme decirlo con toda naturalidad. Si alguien más sesudo o conocedor de los entresijos y dificultades me ilustra, estaré encantado de aprender.
Pero de lo que yo quería hacer crítica, sobre todo, es de la inclusión de Imagine de John Lennon. Al principio, cuando el coro comenzó con la primera estrofa, yo que la he disfrutado y considerado un himno, me conmoví, pero, sin dejar de disfrutar de las notas del piano y el fraseo único de Lennon, caí en la cuenta de que el mensaje de la canción es diametralmente opuesto al espíritu de la celebración y del Comité Olímpico Internacional. Lo que dice la canción y decía Lennon cuando la compuso y la cantaba, era justamente que nos imagináramos abandonando conceptos que nos diferencian artificialmente, como los países y las religiones, para unirnos en el reconocimiento de la hermandad del ser humano, en paz y armonía.
Se me ocurren varias explicaciones a la inclusión de esta canción con este mensaje, la primera que el responsable directo del guión, y quien lo ha autorizado, hayan querido colocar una carga de profundidad para abrir un boquete en el entramado inmoral de intereses en que se han convertido los Juegos Olímpicos, en particular, y las relaciones internacionales políticas y económicas, en general. La segunda es que ninguno de los responsables sepa leer y escuchar, sean unos analfabetos funcionales, y no sepan distinguir el mensaje de una canción como ésta -con afirmaciones comunistas como la renuncia a la propiedad privada- con los de una canción de amor resultona. La tercera, la que considero más probable, y consecuentemente la que me produce indignación y repulsa, es que consideren toda la propuesta de la canción de Lennon, periclitada, digeridos y regurgitados en forma de «marshmallow» todo su carácter y fuerza revolucionaria.
Lucía Cavestany III
¡Diablos! ¡La cartera estaba delante de su vista, en la mesilla que le quedaba más cerca, junto a la lámpara apagada! Corrió hacia ella y la abrió de inmediato. Los carnés y las tarjetas estaban ahí, no faltaba ninguna. ¿Y el dinero? También estaba…Pero…
De las muchas imágenes nítidas que, de pronto, se le amontonaban, una era de ella, que mientras tiraba de una de las perneras de sus pantalones, le había pedido 200 € y él se había incorporado, y cogiendo la cartera de su bolso, había sacado los cuatro billetes y se los había dado sin decir palabra, sabiendo que eran los únicos que le quedaban, porque nunca salía de casa con mucho más dinero que ese, y ya había gastado el resto en el bar, excepto que tuviera intención de comprar algo en concreto, para lo que, entonces sí, cogía lo que pensara que iba a necesitar. Pero no era este el caso. Había quedado con sus amigos Javier y Ana para asistir a una cata promocional de los vinos de Cigales, a última hora de la tarde, y consecuentemente, lo más que pensaba era en tomar algo juntos después, y para eso le sobraba. El asunto de que en su cartera siguieran estando los cuatro billetes de 50, le añadía confusión, dejándole como anclado, sin poder seguir hasta darle una explicación lógica. Recordaba una y otra vez la escena de los pantalones…Ella tiraba con gracia, alternando una pernera y la otra, mientras él tumbado en la cama, sobre la colcha apenas levantaba el culo para facilitárselo. En ese momento, ella, como si hubiera caído en la cuenta de que debía dejar zanjado el asunto antes de entrar en faena, se había parado y adoptando una actitud seria había dicho:
-Dame doscientos euros- y él, como un resorte, sin pensarlo, se los había dado, asumiéndolo como confirmación de lo que venía sospechando. Estaba seguro de que se los había dado.
Lucía Cavestany II
Intentó incorporarse pero el gesto le hizo presente un dolor que se agudizaba al inclinar la cabeza hacia los lados, como si lo que hubiera dentro fuera pesado y se desplazara de una pared a otra golpeándose contra ellas. Se dejó vencer y respiró hondo. Ya daba igual. No había prisa, al menos no demasiada. Podía esperar a despejarse un poco más. Era evidente que ella no estaba allí, excepto que estuviera metida en el baño, pero no lo parecía porque no se oía nada. Recordó que la había pagado con efectivo, pero ella le había dicho que podía hacerlo con tarjeta, lo que de inmediato le produjo un vahído de angustia…
¿Y la cartera, dónde la había dejado?
¡Claro, ella no estaba porque le había robado!
Se incorporó, a regañadientes con su cuerpo, y se lanzó hacia la ropa que yacía sobre la descalzadora. Buscó primero en el bolsillo de mano que llevaba, luego en los pantalones y luego en la camisa, pero allí no estaba. -¡La muy zorra!- masculló, mientras le propinaba un puñetazo como un mazazo al brazo almohadillado del sillón. Se dio media vuelta y se dejó caer en él, abatido, mientras el golpe en el sillón le retumbaba en el cráneo. Necesitaba resolver rápido qué iba a hacer…
Lucía Cavestany I
Sentía calor. Estaba recobrando la conciencia desde el atontamiento del sueño por lo que hizo un esfuerzo, al principio infructuoso, para abrir los ojos. Apartó torpemente la sábana que lo cubría como si pesara. Según empezaba a despegar los párpados, a la vez que los encogía para no dejar entrar mucha luz, se dio cuenta de que la habitación que emergía de la oscuridad, era desconocida. De inmediato se disparó la alerta ante el posible peligro, y cambiando la placidez del sueño por una forzada atención, intentó acordarse de dónde estaba. Sin moverse miró las paredes empapeladas de un tono rosa palo, que combinaban con una moqueta gris claro y una descalzadora negra de brazos angulados y planos, como mostradores, tapizada en piel artificial. Estaban encendidas un par de tenues luces de cortesía a un palmo del suelo, que junto a una lamparilla de mesa que le quedaba justo al otro lado de la cama, dejaban la habitación sumida en una penumbra acogedora. La ventana estaba abierta, dejando una rendija, y por ella entre los visillos se colaba la brisa de la noche y el ruido del escaso tráfico. Estaba en un hotel. ¿Qué hora sería? Empezaba a recordar que había subido a esa habitación con esa bellísima mujer que tanto le había impresionado …
Libertad y violencia
La huelga es un derecho, pero la libertad lo es más. Que no se pueda ejercitar el derecho a la huelga por amenazas y hechos violentos es intolerable. Que no se pueda no secundar una huelga y ejercer la libertad es aun más intolerable.
Lo que muestra el comienzo de este vídeo grabado por los periodistas de RTVE que estaban cubriendo la protesta, donde se muestra cómo compañeros de profesión comienzan a destrozar un vehículo de otro que estaba trabajando, me indigna y debería indignar a todo el que quiera defender un estado de Derecho, el que se basa en las leyes y no en la fuerza que cada cual pueda tener. Esto es primordial. No se puede mantener sin incurrir en contradicción un estado basado en el Derecho sin respetar escrupulosamente los principios. Y éstos -parece increíble que haya que recordarlo- se llaman así porque están delante de todo lo demás. No se pueden orillar, o dejarlos en suspenso cuando perjudican los intereses que defendemos.
Los gemelos bastardos (I)
Había ido a pasar unos días en julio a la casa de mi amigo Federico, en Ibiza, poco antes de presentarme en el cuartel para hacer el servicio militar. Nos juntamos un grupo grande entre amigos directos, primos y amigos de amigos, como era mi caso. Entre todos diecinueve, si no recuerdo mal, nueve chicos y diez chicas.
Ese mismo día qué llegué, cuando ya volvíamos a casa andando por la carretera alumbrando el día, después de haber pasado la noche en la discoteca, y la oscuridad se tornaba de color gris lechoso, pasamos junto a la playa que estaba delante de nuestras casas, y Montse, la prima de Barcelona de mi amigo, con la que había estado embelesado tonteando desde que nos presentó, esa misma tarde, me cogió de la mano y me dijo: -¿No te apetece darte un baño ahora? No sabes lo bien que se duerme después…-.
Su propuesta me descolocó porque estaba agotado. Caminaba como un zombi deseando tumbarme en una cama. En otra situación quizá se me hubiera ocurrido a mi tan peregrina idea, antes que la relajante ducha caliente en la que iba pensando; al fin y al cabo había llegado temprano la mañana anterior en el ferry, donde apenas había sido capaz de pegar ojo un rato, luego llevaba dos noches sin apenas dormir, pero sus palabras sonaron como un encanto mágico y todo eso se me olvidó.
A Enrique, Silvia, Fernando y Pau también les sonó bien la idea y allá nos fuimos los seis, mientras los demás desaparecían caminando por el arcén polvoriento, ya cerca de las casas respectivas, sin hacernos mucho caso o comentando procacidades sobre nuestra ocurrencia.
Según íbamos acercándonos a la orilla de un mar en calma , que apenas dejaba un rosario de espuma en la arena cuando la ola rompía, pensaba curioso y expectante en qué prendas nos íbamos a quitar puesto que ninguno llevaba bañador… ¡Tan ingenuos éramos entonces! Montse despejó la incógnita tan rápidamente que ni me dio tiempo a darme cuenta que se desnudaba delante de mi y a mirarla con detenimiento, que era lo que realmente me apetecía en ese momento, porque se deshizo de toda su ropa en apenas dos gestos y corrió acto seguido a meterse en el agua. No lo pensé dos veces, me despreocupé de los demás, me desnudé como ella, y la seguí corriendo yo también.
Esperaba un agua más fría y me pareció templada, más tibia que el relente de la madrugada que ya se dejaba sentir. Había hecho un día de muchísimo calor, con viento del sur, y estaba claro que el aire se había refrescado con la noche antes que el agua. Aunque al principio no me cubría, nadé con energía hacia donde ella se encontraba y según me estaba aproximando vi como levantaba los brazos y se sumergía.
Me tenía fascinado desde que la había visto acercándose a la terraza donde nosotros habíamos quedado con ellas esa tarde, junto a Silvia y su otra prima Pau. Caminaba con un aplomo grácil y elegante. Era una hembra alargada y flexible, piernas bien dibujadas, con caderas más bien estrechas, pero marcadas, y pechos pequeños, redondos y firmes. Hombros anchos, clavículas visibles y cuello prolongado. El pelo corto castaño oscuro y un punto rizado en ondas amplias y unos ojos almendrados, también castaños, con tenues vetas verde claro, que miraban descarados a los tuyos, escrudriñadores y expresivos de interés o desinterés.
Ya había clareado completamente sobre el espejo del agua, aunque el sol aún no había asomado por el perfil del horizonte que comenzaba a teñirse de rojo.
Estaba empezando a asustarme porque no salía, cuando emergió detrás mío y se me abrazó a la espalda como una caracola. Su peso me hundía y me obligaba a bracear con fuerza para mantenernos los dos a flote, pero nada me importaba excepto notar su cálida desnudez pegada a mi espalda. No se cuanto tiempo estuvimos así, pero poco a poco la corriente nos fue llevando hacia la orilla y en cuanto ella notó que yo podía hacer pie, soltó los brazos dejándose recostar sobre la superficie del agua, sujeta a mi cintura con las piernas. Me di la vuelta despacio y la miré el sexo y los pechos sin atreverme a hacer ningún gesto que pudiera acabar con aquél momento… Ella entonces me tendió sus brazos. La levanté del agua hasta poder abrazarla, lo cual me resultó placentero por partida doble, porque empezaba a sentir frío. Fue un abrazo largo y sólido. Después enfrentamos nuestras cabezas para miramos y comenzamos a besamos, como lo habíamos hecho una y otra vez toda la noche, mientras bailábamos en la penumbra azulada de la pista de la discoteca, buscándonos los labios y las diferentes formas del relieve de las caras.
Nunca más lo volvimos a hacer. Nunca volvimos a estar juntos. Había sido su decimoséptimo cumpleaños el catorce de junio. Yo, que nací en invierno, tenía casi 21.
Montse, que vivía en otro caserón de la playa, muy cerca del de los padres de Federico, se marchó esa misma mañana a pasar dos meses en Irlanda, según me contó él mismo cuando al despertarnos, sobre las tres de la tarde, lo primero que hice fue hablarle de su prima…
– ¿No te lo dijo?
-¡No, claro que no!- le contesté, quedándome perplejo y con sensación de vacío.
El beso de despedida que unas horas antes nos habíamos dado en la puerta trasera de su casa, como un “hasta luego”, se convirtió súbitamente en su último recuerdo.
Federico me dio su dirección y la escribí, aunque al dármela, me advirtió de que no me hiciera muchas ilusiones, que creía que tenía novio en Barcelona. A la primera, escrita esa misma tarde, no me contestó hasta un mes y medio después, cuando yo ya estaba en el campamento. Fueron cinco en total las que le envié, en los dos meses que ella pasó en Irlanda. Pero sólo contestó esa vez. Una carta que resultó extraña y decepcionante, en la que empezó contándome como era el paisaje, con descripciones de una exquisita sensibilidad, que destilaban lirismo, qué profesores le gustaban y cuales no y por qué, y las invectivas con las que se rebelaba contra el riguroso horario que mantenían las monjas, para acabar tras un punto y aparte y un espacio en blanco, con un párrafo demoledor: “Siento no habértelo dicho. Tengo novio y me voy a casar cuando vuelva. Pablo, no te quedes enganchado en un polvo casual y desafortunado.»
Montserrat
Convocatoria de la Asociación de la Prensa de Madrid en el Día Mundial de la Libertad de Prensa
Algo tiene que estar pasando cuando la Asociación de la Prensa madrileña convoca un acto en la calle donde se reivindica y se exige respeto a la libertad de prensa, más allá de sumarse al día mundial.
Soy un ciudadano cuya relación profesional con la prensa ocurrió hace tanto tiempo que casi lo he olvidado, pero tengo amigos y familiares periodistas. En consecuencia, no estoy al tanto, de manera directa, de lo que afecta a la profesión, y cuando me llegó, a través de Twitter, la convocatoria, me propuse acudir para hacerme una mejor idea.
Impresiones ya tenía. No habían quedado en el saco roto de mi memoria las protestas de los medios contra los partidos, durante las campañas electorales, por verse obligados a emitir material ya confeccionado por los departamentos de comunicación de los mismos. Como tampoco las que tuvieron lugar a raíz de episodios concretos de ruedas de prensa que se convocaban como tales y resultaban conferencias sin preguntas.
Tampoco me había pasado desapercibido el imparable desmantelamiento de la pluralidad informativa al ir desapareciendo cabeceras y canales que, en mi opinión, reflejaban a su vez la pluralidad sociológica y política española.
Aunque yo no tengo los datos para pensarlo y, por consiguiente, no puedo decir que esto último se deba a la acción política, sino que, se me hace más plausible pensar que se debe simple y fundamentalmente a la acción económica que se deriva de las transformaciones que se han producido y siguen produciéndose en los hábitos de los ciudadanos consumidores de información, además del descenso de la propia actividad económica que trastoca crecimiento por recesión, lo que sí me resulta evidente es que los poderes políticos, conscientes de la importancia de la opinión pública, prefieren emitir ellos la información, convirtiendo al periodista en mero propagador, en mecánica correa de transmisión. Como bien decía Carmen del Riego, actual presidenta de la Asociación madrileña, en la breve alocución que ha realizado, sin la independencia y la libertad para que, desde su criterio profesional, el periodista pueda realizar su labor, no se alcanza una sociedad libre y democrática. Se tiene libertad en la medida en que se está bien informado, y se está bien informado en la medida en que los profesionales que recogen, procesan y publican esa información son libres, preservados de condicionamientos políticos o económicos.
Bajo el puente que sobre la avenida de la Castellana, en Madrid, une la calle de Eduardo Dato con la de Juan Bravo, del que cuelga la sirena varada de Chillida, se han reunido, esta mañana a las doce, con un tiempo fresco, con las nubes tapando el sol y acumulando lluvia, unas 200 personas para reivindicar eso. La mayoría periodistas. Apenas los ciudadanos nos hemos sumado a esta convocatoria, como si no nos fuera algo en ello. Algunos muy conocidos, como Iñaqui Gabilondo, Anabel Díez, Joaquín Estefanía, o Miguel Ángel Aguilar, y otros muchos cuyas caras no reconocemos, pero ocupan las redacciones y sin su concurso la información no nos llegaría. También había jóvenes, algunos de los que se podía deducir su reciente salida de las facultades de periodismo, o la experiencia incipiente haciendo “canutazos”, porque hoy los periodistas consagrados eran la noticia, eran los entrevistados, fotografiados y filmados por sus colegas más jóvenes.
Algo más de veinte minutos después de las doce el acto había concluido. Carmen del Riego cerraba con aplausos de los presentes el acto, agradeciéndonos a los que nos habíamos acercado a acompañarla nuestra presencia, no sin dejar traslucir su preocupación por los pocos que estábamos, pensando, quizá, en quienes no han podido superar el aturdimiento tras todos los golpes recibidos.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/05/03/actualidad/1336039211_850817.html
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/05/03/comunicacion/1336041976.html
http://www.abc.es/20120503/medios-redes/abci-miles-periodistas-claman-contra-201205031432.html
Nueva York en cabeza
La noticia que publica la resolución de las autoridades municipales neoyorquinas promoviendo la obligación de los caseros de informar de las normas particulares de cada edificio, con el fin de hacer posible que los interesados en vivir en ellos sepan a qué atenerse, respecto a la incidencia en sus vidas del humo del tabaco, es uno más de los motivos que la actualidad me proporciona para referirme a este asunto tan polémico.
Los hechos son que el olfato detecta el humo del tabaco porque son partículas materiales producidas por su combustión, que viajan de esta forma. También que las partículas que desprende la combustión del tabaco son nocivas para la salud, luego afirmar que el receptor de dichas partículas no sufre daño alguno en su salud, es ilógico.
Se podrá argumentar que no es lo mismo inhalar mucho, como en el caso del acompañante del que está fumando un cigarrillo, que casi se lo fuma a medias, especialmente en recintos cerrados y pequeños, como un coche o una habitación pequeña, que inhalar poco, cuando el que fuma lo hace a cierta distancia, en una terraza o por la calle, cuando un fumador y un no fumador se cruzan, pero el hecho es que el que no fuma detecta en su pituitaria, inequívocamente, la presencia de dichas partículas. Luego, sea menor o mayor esa medida, también de manera inequívoca, esa inhalación perjudica su salud.
Tiene, por lo tanto, justificación esta propuesta de ley que el alcalde de Nueva York quiere aprobar en cumplimiento de su obligación de velar todo lo que le sea posible por la salud de sus ciudadanos.
Otra cosa es que en la mentalidad colectiva, aún esté lejos de ser generalizado este sentimiento de que el humo del tabaco daña la salud, la propia y la ajena, y por consiguiente, pueda parecer chocante o alarmante. Algunos fumadores, siguen aferrándose a ejemplos vivos de fumadores longevos, para desactivar, sembrando la duda sobre un consenso entre los científicos, este sí, generalizado, de que fumar perjudica la salud. Igualmente todavía se percibe en gran número de los que no fuman una cierta indiferencia a respirar el humo de los fumadores. En mi opinión esto se debe a:
- La inercia social. Fumar, durante el siglo pasado, disfrutó del máximo de reconocimiento social, apoyado en su reflejo en las producciones cinematográficas. Un ramillete de sentimientos positivos variopintos se asociaba al hecho de fumar: elegancia, determinación, intelectualidad, madurez…
- La inercia de la propia biografía. Raras han sido las personas que nunca han fumado, y seguramente ninguna que no haya tenido a alguien muy próximo en el plano afectivo, como familiares como abuelos, padres o hermanos, o ascendientes admirados como amigos, maestros, o personas públicas, que lo hacían como algo natural y, como apuntaba antes, prestigiado. Así, cuando el que es definido por las autoridades como perjudicador de la propia salud, es alguien con quien hay establecida una relación profunda de afecto o admiración, resulta especialmente difícil delimitar derechos en los usos y costumbres.
- La constatación y posterior resignación ante el tratamiento de otras realidades que inciden sobre la salud, como la contaminación producida por el consumo de los combustibles fósiles que alimentan el transporte, cuya preocupación por parte de las autoridades sanitarias, no se percibe igualmente vehemente y radical, lo cual introduce una sensación de relativismo, de indudable lógica. La coherencia en la comunicación y en los hechos es imprescindible.
Hay, pues, mucho camino aún por recorrer hasta que fumar sea percibido de manera unánime, como lo que principalmente es, una adicción muy peligrosa para la salud de las personas, en especial de los fumadores, que contribuye de manera relevante a elevar los costes sanitarios, a la vez que disminuye la productividad económica, pero muy rentable para las empresas que producen el tabaco.





